Gonzalo Reyes Al occidente de Morelia se localiza la plaza de toros El Relicario, concretamente sobre la carretera que va con rumbo a Quiroga, a unos kilómetros del centro de la ciudad, lo que ahora es un área que se ha identificado con el sabor al jaripeo, ya que unos kilómetros adelante con rumbo al oeste de la plaza, está la localidad de Cuto de La Esperanza, la que tiene el calificativo como la iniciadora de la comercialización de los festejos rancheros, ya que ahí era donde vivía de don Pablo Cedeño Villalón, quien fue el primero que cobró y pagó por realizar un jaripeo en la ciudad de Morelia. Hace muchos años, quizás 50, cuando la carretera a Guadalajara, era una estrecha franja de dos carriles y cuando la salida de Morelia, prácticamente estaba a la altura del Rio Grande, tuve la dicha de conocer esos terrenos; don Julio, mi papá, ya no recorría los caminos sobre caballos, para ese entonces había adquirido un Datsun japonés del año 1963, el modelo Bluebird, o pájaro azul, con el cual nos dio la dicha de acompañarlo a su labor de comercio y trueque de mercaderías, que nos diera formación integral a la familia; recorríamos los 4 puntos cardinales contiguos a Morelia. Los paisajes de aquel entonces eran esplendorosos, plagados de vegetación y de campos de sembradíos, prácticamente no había poblaciones sobre la carreta hasta llegar a Rancho nuevo y de ahí a la terracería que conducía a Cuto y a la población de la Concepción; aún no estaba construido el obelisco a Lázaro Cárdenas y en ese lugar estaba instalada la garita, donde se tenía que informar a la Policía y en ocasiones al Ejército hacia a donde se dirigía uno y de regreso pagar los peajes y derechos para introducir a la ciudad mercancías y algunos animales que traíamos de aquellas antes alejadas rancherías y ahora colonias absorbidas por la mancha urbana de la capital. La plaza Monumental siempre estuvo a espaldas de donde fue instalada la garita de vigilancia y era totalmente visible por la carretera que ahora es la avenida madero poniente, hasta llegar a las vías del tren y enseguida al rio, que estaba acotado por unas bardas chicas de cantera labradas en redondo y que aún se conservan en la parte central abajo del inmenso puente que ahora pasa por donde era reconocido como Tres Puentes, ya que al centro está el principal y por los lados había otros dos puentes peatonales, para así formar los emblemáticos tres puentes del Rio Grande. A inicios de la década de 1970 al occidente del centro, antes de llegar a la vía del tren, estaba un camino al sur que desembocaba en la estación del ferrocarril, se había prolongado mucho más hacia adelante esa vereda por la que ya circulaban carros sobre todo de carga, cuando se comenzaron los trabajos de construcción de las que iban a ser las flamantes y entonces nuevas instalaciones de La Voz de Michoacán, muy entonces, alejadas del centro de Morelia, donde prácticamente estaban desde hacía ya más de 20 años. Frente a donde se construía el edificio de La Voz, se formó la colonia Arriaga Rivera, del otro lado de esa brechita que se hiso para llegar a nuestras obras y que ahora es la Avenida Periodismo, que desfoga importante flujo vehicular del occidente de la ciudad. En aquellos años, mi tío Guadalupe, hermano mayor de mi papá Don Julio, compró varios terrenos casi frente a donde se estaba construyendo nuestro edificio editorial; en aquel entonces eran extensos llanos que se inundaban cada temporada de lluvias y donde proliferaban la flora y fauna característica de nuestra región y en la inmensidad de la soledad ahí cuando mi tío Lupe construyó su casa, tuve el privilegio de vivir durante las vacaciones, entre conejos, arboledas y pastizales, así como el ganado que se criaba por los alrededores ya que estábamos lejos de la ciudad. En esta área vivía como en el rancho, no había luz y nada, más que algunas fincas donde criaban ganado lechero, pero no se tenía un núcleo poblacional extenso, fluían algunos escurrimientos de agua y del sur oriente venia el arroyo de las tierras que es el canal que desemboca al Rio Grande. Es el mismo canal ahora de aguas negras que corre por la parte trasera de nuestro edificio editorial, ahí donde por capricho aunado a la necesidad hicieron un mega puente vehicular, que, si sirve, y mucho pero que se excedieron en su inmensidad para dar paso al ferrocarril que para ese entonces estaba mucho muy lejos de la población a la que pudiera afectar como ahora acontece. Del lado occidente a las vías del tren y al margen del Rio Grande se empezaron a formar algunas colonias que ahora son muy populares, primero la López Mateos, después la Jaujilla y enseguida la Ejidal Tres Puentes y un poco más al sur la entonces unidad habitacional de Lomas del Valle, todas sobre el cauce del rio que viene de la presa de Cointzio y con rumbo a donde se pone el sol, estaba lo que se conocía como el área de Los Manantiales y un poco más al norte ya sobre la carretera que va a Quiroga y al occidente de la entrada a la colonia López Mateos, está y a la fecha La Quemada. Estos reductos ahora rodeados de colonias y casas y pavimento, en su tiempo eran las alternativas para el esparcimiento de las familias morelianas, La Quemada prácticamente estaba a unos metros de donde pasa la carretera a Guadalajara, exactamente frente al fraccionamiento Fidel Velázquez, y aún conservan esos terrenos y aquellos bonitos brotes de agua, ya que al sur está el área de Manantiales y una universidad se quedó con el predio de la mitad de esos brotes y el organismo operador del agua de Morelia, tiene en su poder la otra mitad de esos nacimientos de agua, que a pesar de tanto castigo a la ecología siguen produciendo el más puro y cristalino vital liquido. Así como de niño tuve la fortuna de haber vivido una temporada donde estaban los campos inundados de la ahora populosa colonia Arriaga Rivera, frente al edificio de La Voz de Michoacán, también tuve el privilegio, de ya con la responsabilidad que implica el integrar una familia, haber iniciado esta vida de formalidad, habitando frente a La Quemada, en el año de 1990, recién casado y hasta el año 1995, cuando mi residencia la teníamos en la colonia Villas de Morelia, casi frente a la entrada a la colonia Adolfo López Mateos, del otra lado de la ahora avenida madero poniente. En este año del 95, cambiamos de domicilio a la colonia Ejidal Tres puentes, a espaldas de esta casa editorial, cuando aún en aquel tiempo de mediados de la última década del siglo pasado, ni siquiera trasporte había para allá y con las vías de comunicación muy limitadas, con muchas de las calles en terracería, pero en medio del frescor de los arroyos que vienen de los manantiales y de La Quemada, que aún siguen corriendo con dirección al Rio grande; así que de la colonia Villas de Morelia, nos mudamos como tres o 4 kilómetros al sur, a la Ejidal Tres Puentes, siempre al lado de los nacimientos de agua y del que en su tiempo fue un hermoso y limpio Rio Grande De Morelia. Si nos remontamos de este año 1995 cuando ya tenía mis responsabilidades y comenzaba a formar a nuestra familia, a la dorada y añorada época de la niñez, estos terrenos al occidente de Morelia, fueron muy significativos, ya que cuando recorríamos en esos caminos con mi papá don Julio, en su Bluebird del 63, llegábamos al manantial de La Quemada, muy temprano a sacar agua para tomar mientras andábamos en los ranchos donde prácticamente no había ninguna tiendita y si de regreso veníamos con buen tiempo llegábamos a darnos un chapuzón a estas aguas tan refrescantes. Siempre había gente disfrutando en familia de esos torrentes de agua naciente al borde mismo de la carretera y que ahí siguen ahora resguardados por una malla de alambre al lado de donde aún está en pie una antiquísima finca tipo bodega de hacienda, que se localiza frente al semáforo que controla el tráfico a la colonia Fidel Velázquez, sobre la avenida madero poniente. Los manantiales más al sur, ahí frente a donde el gobierno municipal tiene sus oficinas, ahí estaba más difícil el acceso en aquellos tiempos, ya que teníamos que bajar por la colonia Lomas del Valle, hasta llegar al rio y ahí cruzarlo por unos canales elevados sobre su margen ya que no había puentes y luego caminar más al sur unos 500 metros para llegar a esos nacimientos de agua que por suerte aun pude disfrutar antes de empezar este sigo cuando habitaba en la colonia Ejidal Tres Puentes. Lo que seguiremos comentando ya que las historias de estos terrenos de humedal donde viví, entraron con la relación y añoranzas del jaripeo que quise rememorar y que desembocaron en este tema.