88 AÑOS
El tiempo vivido de una pareja de comerciantes, Elvira y Gustavo, que a veces coincide con el tiempo narrado…


Gustavo Ogarrio
Tendría que empezar diciendo que mi padre nació en la Ciudad de México justo once meses antes de que Lázaro Cárdenas del Río nacionalizara la industria petrolera: el 18 de abril de 1937. Cárdenas había construido ya, en 1934, el Mercado Abelardo Rodríguez en el centro Histórico de la ciudad de las promesas, con murales de los discípulos de Diego Rivera y arquetipo de los mercados públicos que vendrían después. El tiempo social de lo público nacía para enredarse con los tiempos personales, duros y benefactores del comercio. Mi padre cumplió 88 años. Hay una promesa invertida en el hecho de cumplir tantos años. Gustavo y su coloquio infinito en el que intenta narrar todos los pasados posibles, fantasmas que cruzan las plazas cuando son evocados en su definición de almas aladas que cruzaron el pantano de la vida; juegos de beisbol en los que Babe Ruth batea más de trescientos jonrones en el Parque Delta; un Mercado de Coyoacán murmurante en el que las tripas de pollo son el manjar vagabundo de todos los días, las frutas y verduras en su lenta cocción comercial de monedas y billetes; los Viveros de Coyoacán en su dilatada duración de coágulo verde de esta ciudad horrenda y diamantina. En su cumpleaños también cumplen años las bancas de la plaza de Santa Catarina, el eco de esas pesadillas que dejan los terremotos, los abuelos ordeñando las vacas, el incendio de la tienda de la esquina, los amigos jugando eternamente al dominó, la industria textil nacional en crisis y el Jasanik que fabrica pantalones de mezclilla en todas las tallas. El troquel de la memoria viva en un mundo en el que también naufragaron la terlenka y los caldos de gallina, pero en el que la única victoria posible es haber conquistado algo del sentido narrativo del transcurrir del tiempo. El tiempo vivido de una pareja de comerciantes, Elvira y Gustavo, que a veces coincide con el tiempo narrado y siempre apocalíptico de una ciudad que agoniza sin oraciones y ya sin promesas que cumplir.