Gustavo Ogarrio Luis Eduardo Aute murió el 4 de abril de 2020, hace poco más de un año, al comienzo de la pandemia. Su obra es una constelación de canciones cuya duración emocional va de los últimos años del franquismo a la implosión del mundo occidental a través del coronavirus. Estas canciones, comparadas con el vértigo del mundo del espectáculo, son las huellas muy íntimas del paso de un cantante político que caminó a su manera por los giros de época del último medio siglo. Esta tierra, este lugar desde el cual nacen los temas de Aute, está quizás en esa metáfora que él llama “Albanta”: un lugar donde jamás se lleva el tiempo. Para Luis Eduardo Aute, Europa era un viejo barco que se hundía, América Latina era la posibilidad de construir otro barco, uno nuevo, con sociedades multiétnicas que quizás era más complejas que sus Estados nacionales. Una versión bastante más democrática que la del mito colonialista del Nuevo Mundo. Lo anterior se complementa con la manera en que fueron evocadas y padecidas sus canciones en los países latinoamericanos. Iban desde la leyenda de que “Al alba” había sido cantada en las prisiones de las dictaduras en Argentina y Uruguay, como cantos de resistencia política, hasta la apropiación de un Aute cuyo discurso amoroso era parte de una educación sentimental menos agresiva y violenta, cuya sutileza y colores se correspondían con un erotismo de metáforas líquidas y sin furias de chacal, sin explosión; un cromatismo de mar y de dolor que sublima la posible agresividad masculina y que borra las venganzas feminicidas del amor: “Necesito confundir tu piel con el frío del metal, / o tal vez con el destello cruel de un fragmento de cristal, / quiero que tus sentimientos sean puro mineral, / polvo de cometa al viento / del espacio sideral/ . Ay amor, hay dolor, yo te quiero con alevosía”.