Gustavo Ogarrio La conexión de la Nueva Canción que representaba Joan Manuel Serrat con la poesía de Antonio Machado fue inmediata y profunda en mí; la poesía cantada no sólo era posible, era un camino nuevo, un imán que atraía posibilidades casi insólitas entre el decir y el cantar. Precisamente todo esto se concentraba en la adaptación del poema “Cantares”, de Machado, en una pertinente elección de versos del extenso poema original que es evidente que fueron pensados para producir un efecto amplificado en el canto: cada verso se volvía una expresión emblemática al ser cantado, los “mundos sutiles” de la poesía se consagraban en su dimensión popular al ser interpretados por la voz de Serrat. Después escuché una y otra vez el disco dedicado a Antonio Machado, su gran lección se reforzó: no había camino…y había que seguir, inventándose todo, empezando por el camino mismo o los caminos que se afirmaban como imperecederos. El disco con los poemas de Machado es también una de las experiencias más trágicas del decir y cantar poéticos: no se puede obviar la canción que Serrat compone para expresar los momentos finales de Machado, después de su peregrinaje en la persecución de republicanos por Franco a través de la frontera con Francia: “Soplaban vientos del sur / y el hombre emprendió viaje. / Su orgullo, un poco de fe / y un regusto amargo fue / su equipaje”. Ese pueblito francés, ese “campo sin color” que fue la playa de Argelers, el campo de concentración donde Machado y su madre pasaron sus últimos días, donde no había más que cadáveres, la misma tumba de Machado en Coulliure, Francia: símbolos trágicos que ayudaron como nadie a difundir la obra de Antonio Machado en una época de la cultura de masas que estaba a punto de transformarse en neoliberalismo; así nos llegaron a muchos las primeras noticias de lo que fue el ascenso del fascismo español y de la dictadura de Franco; los campos de concentración para republicanos en la costa mediterránea de Francia.