Gustavo Ogarrio A las ocho de la mañana del domingo 20 de diciembre de 2015 comienza la transmisión del último programa de “En Familia con Chabelo”, después de 48 años de estar al aire. La despedida es abiertamente lacrimógena: Emilio Azcárraga Jean, presidente de Televisa, despide a Chabelo, el “niño consentido de la televisión mexicana”; se lee una carta del entonces presidente Enrique Peña Nieto que exalta el compromiso del “personaje” con los “valores familiares”; Chabelo agradece a su público y a los patrocinadores que le dieron “la oportunidad de hablar de sus productos”, apaga las luces del estudio, entrega el micrófono y se va llorando el fin de la longeva y hermosa vida en pantalla. Al pie de la agonía de la televisión comercial tal y como se impuso durante la segunda mitad del siglo XX, el “suave coloquio del entretenimiento” tiene que girar en su adaptación al capitalismo del siglo XXI y destronar a sus figuras canónicas para revolucionarse una vez más. La niñez deja de ser estratégica en su condición de mercancía para la televisión ya que se prohíben los anuncios de comida chatarra en horarios infantiles, esto desde 2014. La televisión mexicana y comercial se intenta adaptar presurosamente a la sociedad global: la infancia se suma a una representación abierta e indeterminada de otras edades y generaciones, con productos y mercancías que parten del campo semiótico de una noción de familia suavizada en lo que respecta a su matriz patriarcal. Con el fin del programa “En Familia con Chabelo” y ahora, con la muerte del mismo Xavier López “Chabelo”, también se consuma la extinción televisiva de la Santísima Trinidad de la “diversión” que procedía de los tiempos del Estado benefactor: Raúl Velasco y su programa “Siempre en Domingo” (que dura 28 años al aire); Roberto Gómez Bolaños Chespirito y su apología de la pobreza (El Chavo del 8); el mismo Chabelo y su infancia congelada en una concepción del entretenimiento infantil con fines estrictamente comerciales.