Chico Buarque: juglar brasilero que ha compuesto y cantado uno de los emblemas contra la opresión capitalista, la canción “Construcción” (Construção): “…subió a la construcción como si fuese máquina / ladrillo con ladrillo con un diseño mágico / sus ojos embotados de cemento y lágrimas… / comió su pan como si fuese un príncipe. / Bebió y sollozó como si fuese un náufrago / danzó y se río como si oyese música. / Y tropezó en el cielo con su paso alcohólico”. Muerte de trabajador de la construcción metaforizada en la “interrupción” impertinente de un “accidente” sabatino en el flujo sin entrañas del capitalismo brasilero; elementos de una poética social de la música que también es una tensión entre el pasado dictatorial y el presente de violencias estructurales, es decir, bajo la amenaza bolsonarista (ahora de la esposa de Jair Bolsonaro, Michelle, quien anunció que buscará ser candidata la presidencia; el actual presidente es Lula), como en 1964, de una nueva forma del totalitarismo: un fascismo que viene de esas grandes marchas cuasi religiosas de los años sesenta, negras en su sonoridad histórica de muerte. Escuchando a Chico Buarque a la luz del intento de resurgimiento del bolsonarismo, podemos formular la siguiente reflexión: nos habían acostumbrado a comprender un fascismo cuya arquitectura estaba sostenida por el arduo trabajo de un Estado que con violencia y "eficacia" organizativa articulaba racismo, clasismo, capitalismo de Estado y acumulación extrema, patriarcado de alta intensidad, con la ideología de la superioridad militar y una militarización "estética" de la sociedad. Nadie nos habló de un fascismo restaurado desde la sociedad misma; un fascismo en busca de un Estado y no un Estado que moldea fascistamente a la sociedad: la "rígida intervención del fascismo en el mundo cotidiano” (Walter Benjamin).