Gustavo Ogarrio Eran las mañanas de la armonía nacionalista, los domingos con Chabelo iluminaban y al mismo tiempo congelaban una infancia pasiva, todavía sin el reconocimiento de niñas y niños como sujetos de derechos y bajo el silencio autoritario de un sistema político cuyos rasgos culturales se mimetizaban en el autoelogio, en la complacencia televisiva con el mismo poder político y en la imposibilidad de aludir a las violencias sistemáticas contra la niñez. Chabelo moderniza permanentemente el consumo infantil de productos ahora denunciados como “chatarra” –que hasta julio de 2014 estaban permitidos en la publicidad televisiva y carecían de vigilancia jurídica– y de paso, literalmente, amuebla las fantasías básicas del “progreso” material de los sectores populares que lo siguen. Durante décadas que se suceden como una eternidad que recomienza todos los domingos, Chabelo también hace alarde de la actualidad tecnológica de su programa en materia de juguetes obsequiados: autopistas iluminadas, juegos electrónicos de última generación, carros programados por computadora, personajes “muy modernos” como el Hombre Araña. Al inicio de los años ochenta, el pequeño robot 2XL, siempre bajo la tutela de Chabelo, cuenta chistes “algo” discriminatorios y pregunta con insidia sobre deportes a tímidos concursantes que se equivocan y cuya infancia, a costa de salir en la tele con Chabelo, acepta esa vergüenza disfrazada de risas y aplausos. Al regalar en su programa televisores, estéreos, microondas, licuadoras o muebles a las niñas y niños triunfadores en los concursos, Chabelo decora la infancia y su entorno familiar, inyecta ilusiones domésticas a las frustraciones económicas que conlleva la modernización autoritaria del país en los años dorados y despóticos del nacionalismo revolucionario.