Gustavo Ogarrio Al filo del vendaval de las imágenes, es decir, cuando el cine comenzaba su transformación veloz que iba de lo testimonial a lo artístico, cuando las mujeres mudas conquistaban la pantalla cinematográfica y sus gestos eran también la poesía y el erotismo de nuestros ancestros, Horacio Quiroga consignaba la frase enigmática, la leyenda que conducía las imaginaciones modernas al abismo, la fundación de un nuevo deseo: “Aquella noche…”. Decía Horacio Quiroga, escritor uruguayo y también espectador privilegiado del nacimiento del cine, sobre esta frase en la que se concentra todo el poder de evocación del cine mudo: “El cinematógrafo ha tenido la dicha de uno de esos hallazgos que son por sí solos un triunfo. No es más que una frase que usada en las leyendas de los filmes, una sola, corta, sin comentario alguno, y que llena toda la pantalla”. Quiroga se muestra asombrado ante el resplandor de los rostros de mujeres –“todas norteamericanas”, todas lejanas– en la pantalla y ubica ese poder de identificación inmediata del cine con las ensoñaciones de la vida cotidiana: “con el corazón en la mano (puedo jurar) que mucho hombres como él han abandonado el cinematógrafo pensando en cosas que poco tienen que ver con la seriedad de la vida. No es el menor de sus sueños sentirse actor de cine junto con determinada actriz, en el momento capital de las cintas de amor, cuando los protagonistas quedan solos en la pantalla, con el final que todos conocen”. En su alucinación de crítico de cine dueño también del poder de la ficción, Quiroga monta su propia escena de desamor y en una entrevista imposible le pregunta a la estrella Billie Burke, sin final feliz pero manteniendo viva casi satíricamente la llama de los amores imposibles: “¿Usted sabe que he venido del fondo del Plata a verla?”. A lo que Burke responde: “¿Dónde es eso?”.