Gustavo Ogarrio Apenas puedo recordar que fue a través del periódico “Esto” que me enteré del asesinato de John Lennon en diciembre de 1980: la foto con los lentes paradigmáticos y el anuncio conmocionado de la primera muerte de un Beatle. Quizás es la noticia inicial que me lleva después a George Harrison. El dulce Harrison no era una línea de fuerza en esa balsa en la que se distinguían las siluetas de John Lennon y Paul McCartney en la conducción de los Beatles. Esto seguramente como consecuencia de esa famosa disputa entre Lennon y McCartney que todo lo desquiciaba al interior del grupo y cuyo primer afectado era sin duda Harrison, ante la candidez admirable de Ringo Starr. Pero el fuego cruzado entre Paul y John tampoco era del todo parte del cuadro impresionista de infancia y juventud que yo tenía en la memoria de los Beatles y de Harrison, en particular. No sé si se discutían en ese tiempo este tipo de cuestiones entre los adultos simpatizantes del Cuarteto. Puedo decir que fue bastante tardía mi incorporación a esa admiración estupefacta por los Beatles. A veces los escuchaba como música de fondo en las canciones que salían de los discos de mi tío Antonio y que se disipaban por el gran patio de la casa que mi familia compartía. Es muy probable que los haya oído también en fiestas o en reuniones de mis hermanas y de mis primos con amigos; tengo la impresión de que fui bastante hostil con ese mundo adulto y con la música que se bailaba en las salas familiares. Un recuerdo extraviado: alguna de mis hermanas cantando en el sofá rojo “If I Fell”, del álbum A Hard Day´s Night: “If I fell in love with you / Would you promise to be true / And help me understand? / 'Cause I've been in love before / And I found that love was more / Than just holding hands”.