Gustavo Ogarrio Chabelo navega intocable durante décadas por el río de los aplausos, de la admiración incuestionable y de sus generosos anunciantes. Combina con pericia corporativa la propaganda con los juegos. Chabelo construye un pequeño imperio que conjuga una representación melodramática de la niñez y un capitalismo amable, con rostro humano, y que con el concurso de la Catafixia marca el límite de la acumulación originaria de premios. En la última parte de su programa, “En familia con Chabelo, invitaba a los diferentes ganadores a participar en la célebre y temida Catafixia; se arriesgaría todo lo ganado en un desafío que se deslizaba de la necesidad latente de un obsequio de utilidad doméstica hacia la ambición: elegir al azar un número bajo la esperanza de que una cortina develara un premio de mayor valor a lo ya ganado. Dinero en efectivo, salas o recámaras o comedores… pero la “avaricia” de los concursantes los podía llevar también al ridículo de obtener una “espantosa” olla de tamales o un plumero o una escoba… ¿Qué es la Catafixia? ¿Una broma cruel de un mercantilismo benefactor? ¿Un gesto suavizado de humillación mediática con los sectores populares que seguían fielmente a Chabelo? ¿La iniciación infantil y social en el arte de perderlo todo en un golpe de mala suerte gracias a una ambición individual que desafía al conformismo social? ¿Un presagio del derrumbe posterior del Estado benefactor? Chabelo: un personaje clave en la modernización mediática y autoritaria de la televisión mexicana de tendencia monopólica, que con su no-crecimiento edifica el universo emocional de un logrado efecto de inocencia inducida; una representación de la niñez sin problemas de pobreza o de violencia, entusiasta en su desfile de escuela primaria que visita los estudios de Televisa para recibir órdenes de aplausos y silencios a través de didácticos cartelitos.