Gustavo Ogarrio ¿Vivimos el peor de los tiempos posibles? O, por el contrario, ¿vivimos una edad incomparable de bonanza, consumo, libertades plenas, tecnología, “avance” científico? En 1859, Charles Dickens escribía uno de los comienzos de novela más perturbadores, esto en “Historia de dos ciudades”: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos. La edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero nada teníamos, íbamos directamente al cielo y nos perdíamos en sentido opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, solo es aceptable la comparación en grado superlativo”. Quizás todas las edades son de tinieblas…algunas con acentos mucho más trágicos, arrasadores, exterminadores. La nuestra es también una edad de tinieblas, pero también “la mejor de los tiempos”; su contradicción es flagrante, es probable que nos engañemos menos sobre los tiempos que vivimos si los entendemos con cierto anacronismo, con cierta reserva ante lo inmediato, como lo hacía algunas décadas el escritor argentino Macedonio Fernández: ““Todo se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho, oyó Dios que le decían y aún no había creado el mundo, todavía no había nada. También eso ya me lo han dicho, repuso quizá desde la vieja hendida Nada. Y comenzó. Una frase de música del pueblo me cantó una rumana y luego la he hallado diez veces en distintas obras y autores de los últimos cuatrocientos años. Es indudable que las cosas no comienzan cuando se las inventa. O el mundo fue inventado antiguo”.