Gustavo Ogarrio En su poema “Crónica de Lima”, Antonio Cisneros consigna en clave irónica algo de lo que han dejado los cinco siglos de conquista y evangelización en tierras americanas: “El horizonte es blando y estirado. / Piensa en el mundo / Como una media esfera –media naranja, por ejemplo– sobre cuatro Elefantes, / Sobre cuatro columnas de Vulcano. / Una corona blanca y peluda te protege del espacio exterior. / Has de ver / Cuatro casas del siglo XIX. / Nueve templos de los siglos XVI, XVII, XVIII. / Por 2 soles 50, también, una caverna / Donde los nobles obispos y señores –sus esposas, sus hijos– / Dejaron el pellejo.” En las crónicas sobre el “diálogo” en Cajamarca entre el padre Valverde y Atahualpa (16 de noviembre de 1532) se aborda ese primer “desencuentro” entre las “escrituras sagradas” y la palabra hablada, entre el padre Valverde –su empresa de imponer la letra de la evangelización– y la “desobediencia” de Atahualpa y de su oralidad perseguida, y están también las huellas de la formación traumática del género de la crónica en tierras americanas, un conflicto de larga duración que se mantiene hasta nuestros días, tal y como lo afirma Cornejo Polar: “los gestos y las palabras de Valverde y Atahuallpa no serán parte de la literatura, pero comprometen a su materia misma en el nivel decisorio que distingue la voz de la letra, con lo que constituyen el origen de una compleja institucionalidad literaria, quebrada desde su mismo soporte material; y bien podría decirse… dan ingreso a varios discursos, de manera sobresaliente al contenido en la Biblia, que no por universal deja de tener una historia peculiar… con sus significados de derrota, resistencia y vindicta. Es como si tuvieran, acumulados, los gérmenes de una historia que no acaba”.