Gustavo Ogarrio oh malignos que todavía me esperan con los ojos cerrados para comenzar el partido… para iniciar el engaño de las piernas en los brazos de la tormenta… malignos en el cosmos de la mantequilla untada por las mañanas… malignos de raza triunfante a la espera de ningún porvenir… podridos también desde pequeños de una costilla a la otra… once malignos como antorchas de madres viciosas que adoran las fechorías de sus hijos… once inmortales sin dulzura en las piernas… aguerridos e insensatos perros de yerba y de polvos y de cascaritas en la tumba de asfalto… once borregos malignos que se cuidan las caderas por donde les crecen las ramificaciones del odio… melenitas y piernitas que persiguen la tempestad en los estadios… qué sueños tan cosmopolitas… qué manera de entrar a la muerte sin balón y sin los guantes de portero del gato marín y sin el suéter de colores y sin la gambeta de porcelana… once vacas de tierra que pastan todas las tardes en el jardín de las estridencias… algodoncitos de arrabal que todavía corren por las tinieblas de mis recuerdos… sucios y derrotados y con los mocos como avalanchas y el granizo cayendo a mansalva y todos expulsados ya de la infancia… oh malignos cómo extraño el temblor de sus dichas fugaces… su teoría sicalíptica de la modernidad… huérfanos de pájaros en la cabeza… monstruos de sol en la frente de metal… goles que hicieron estallar árboles y alcantarillas y padres de mármol y hermanos vampiro… oh malignos