Gustavo Ogarrio Pablo Milanés murió el pasado 22 de noviembre. Nacido en Bayamo, Cuba, en 1943, Milanés fue uno de los grandes cantautores de la Nueva Trova cubana, la cual fue la mensajera de símbolos revolucionarios que se extendieron por toda América Latina. Los poemas líricos y cantados de la revolución cubana se volvieron emblemas emocionales de varias generaciones. La muerte de Pablo Milanés se ha impuesto dolorosamente como un abanico de recónditas orfandades. En nombre de Pablo Milanés y de su música vienen a nosotros evocaciones de una trayectoria identificada, primero, con la Nueva Trova, pero también con el bolero, la rumba y el son cubanos. En nombre de su vida y obra, se reseña la creación del Grupo de Experimentación Sonora (GES) del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), en 1969: momento fundante en el que participó Milanés junto a músicos como Leo Brouwer, Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Eduardo Ramos, Sergio Vitier, Leonardo Acosta, Sara González, Emiliano Salvador, Pablo Menéndez y Amaury Pérez. Composición, armonía, contrapunto y orquestación acompañaron y ensamblaron poemas políticos y las historias de sacrificio, conciencia y liberación. Un lenguaje coloquial que se quería artístico; trovadores del humanismo revolucionario. Pero el Pablo Milanés hijo de la revolución cubana y de palabra asombrosamente poética, es tan sólo una versión de su historia literalmente multifacética. Un Pablo Milanés bolerista también es evocado, un continuador del “filin” cubano de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, que por momentos está muy cerca de la balada romántica, pero que de ninguna manera se convierte en melodrama. Otro Pablo Milanés es rememorado de manera menos visible por su labor de rescate de la música tradicional cubana, un legado actuante en su larga trayectoria; cantando letras de José Martí y de Nicolás Guillén.