TIERRA

Los “que viven en mitad del mar… De ellos depende la última gota de esplendor”, como afirma el mismo Mutis. 

El jueves 11 de octubre de 1492, Rodrigo de Triana vislumbraba la tierra largamente esperada. La tensión del viaje de conquista era ya inorportable, algunos marineros estaban poseídos por el horror de que en cualquier momento se terminaría la tierra plana, detenida por cuatro elefantes monumentales, y caerían al abismo. Sin embargo, el grito de Triana detuvo la rura hacia lo espeluznante: “Y porque la carabela Pinta era más velera e iba delante del Almirante, hallo tierra e hizo las señas que el Almirante había mandado. Esta tierra vio primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana; puesto que el Almirante, a las diez de la noche, estando en el castillo de popa, vio lumbre, aunque fue cosa tan cerrada que no quiso afirmar que fuese tierra”.  

            Más de cinco siglos después, los americanos ya sabemos que toda conquista nace muerta, que la triste figura del Almirante todavía resuena en el imaginario de estas tierras por él “conquistadas”, pero no solamente como el héroe de la mar o del descubrimiento de un “nuevo mundo”, más bien como ese Almirante cuyo pedestal se agrieta, como la solitaria estatua de un irónico Dios de los caminos, olvidado en la selva de las veredas que jamás conoció, quizá como en el texto “El viaje”, de Álvaro Mutis: “permanecimos allí tres días vigilando y orando ante la imagen de Cristóbal Colón, Santo Patrono del tren”. Cristóbal Colón, patrono de los viajes fallidos en América, del desencuentro violento entre varios mundos, motivo de una conquista invertida, de una contraquista de significados en la que los “aborígenes” también se rebelan contra el sentido de la mirada del Almirante: los “que viven en mitad del mar… De ellos depende la última gota de esplendor”, como afirma el mismo Mutis. 

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