UNA MÁSCARA

Una cierta risa que no es carcajada abierta, acaso una risa ambigua, nunca espectacular, que se ríe de su propia situación de bastardía en la cultura oficial mexicana, sin final feliz pero sí perturbador y profundamente popular y masivo.

Gustavo Ogarrio

El Santo es quizá el héroe cuasi-melodramático más democrático del cine mexicano en un periodo de crisis y vacío, entre la década del sesenta y del setenta, posiblemente por su origen popular no estrictamente oficial, o por su “rústica” incorporación al ámbito y al mito del cine artístico. El Santo es “indestructible y categórico” en su identificación con la cultura popular que imagina luchas infinitas entre el bien y el mal, entre el Santo y los zombis, las momias y las mujeres vampiro; el Enmascarado de Plata contra el “cerebro del mal”, el hombre lobo, las brujas, el Dr. Frankenstein; contra los Jinetes del  Terror, los monstruos, la misma Llorona; una sublimación de profundos terrores carnavalizados, que se acercan a su manera a una definición retroactiva de cine noir y/o cine gore, pero siempre con ese desfile de figuras esperpénticas, esa presentación degradada, grotesca y deformada del mal.

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De ahí la soledad tan particular del mismo Santo en la cultura de masas y en su relación perturbadora con el nacionalismo mexicano: nunca fue exaltado decididamente por la cultura oficial que sostenía la canonización de los héroes y mitos populares que convenían a la armonía ficticia de lo “mexicano”. Es imposible llegar a través de su figura y de sus películas a la ideología de este nacionalismo, más bien parece un sórdido registro de creaturas esperpénticas que construyeron su propia camino hacia una zona sumamente perturbadora de la cultura popular que se juega en las cavernas inverosímiles de los monstruos y las mujeres vampiro, en las pesadillas del mal con rasgos irónicos, grotescos, cómicos; una cierta risa que no es carcajada abierta, acaso una risa ambigua, nunca espectacular, que se ríe de su propia situación de bastardía en la cultura oficial mexicana, sin final feliz pero sí perturbador y profundamente popular y masivo.