Gustavo Ogarrio “El sol brincó en el árbol. Después todo fue pájaros”, dice Martín Adán. Así se instalan los termómetros de marzo, la espera del sol, los abrazos emplumados de la primavera. Dicen que cada quien se va con su propio sol en la espalda, con su propio mar, con sus propias lunas como yemas de huevo que se distraen del día. De la última primavera recuerdo la formación de esas columnas de luz cristalizada que se precipitaban desde la boca de un horizonte azul casi indómito. Sol: luz…calor…influjo…unidad monetaria de algunos países. Las jacarandas japonesas en su renacer violeta. Ya Antonio Machado había escrito: “Un viejecillo dice, / para su capa vieja: / «¡El sol, esta hermosura / de sol!...» Los niños juegan. / El agua de la fuente / resbala, corre y sueña / lamiendo, casi muda, / la verdinosa piedra”. Sol: estrella con luz propia alrededor de la cual gira la Tierra. Y Alfonsina Storni también había dejado palabras quemándose en esos rayos de estrella: “¿En dónde está quien mi deseo alienta? / ¿Me empobreció a sus ojos el ramaje? / Vulgar estorbo, pálido follaje / distinto al tronco fiel que lo alimenta. / ¿En dónde está el espíritu sombrío / de cuya opacidad brote la llama? / Ah, si mis mundos con su amor inflama / yo seré incontenible como un río. / ¿En dónde está el que con su amor me envuelva? / Ha de traer su gran verdad sabida… / Hielo y más hielo recogí en la vida: / Yo necesito un sol que me disuelva”. “Waiting for the Sun”: cantan los que corren hacia el mar que es una húmeda e inmensa libertad, mientras Jim Morrison afina su voz y la dirige hacia la llegada de la primavera y también entona el tiempo de vivir en el sol. También existen los que van desnudos de esa luz casi inmortal.