Gustavo Ogarrio Me ha quedado grabada la sensación de que la primera canción que escuché de Charly García fue “Yo no quiero volverme tan loco” (1982), a dúo “secreto” con León Gieco porque a este último su compañía disquera no le permitió aparecer en los créditos en el disco “Yendo de la cama al living”. ¿Qué era aquella música que venía de tan lejos en nuestra misma lengua? Una afirmación subjetiva de cierto “fuera de lugar” casi adolescente, una legítima defensa de las almas que querían cantar su propio extravío en un contexto de violencias no enunciadas directamente: “Yo no quiero morir en el mundo hoy / yo no quiero ya verte tan triste / yo no quiero saber lo que hiciste / yo no quiero esta pena en mi corazón”. Violencias en contextos muy diferentes; Argentina en el tramo final de la dictadura que comenzó en 1976 y México bajo el ala grisácea de un sistema político y cultural opresivo, cuya opacidad era tan densa, autoritaria y decadente que los modelos y tipologías de la vida adolescente parecían salir solamente de las “vidrieras” y de las televisiones. “Yo no quiero volverme tan loco”: “Presiento el fin de un amor en la era del color / la televisión está en las vidrieras”. En México la televisión en color ya se veía desde 1963, en Argentina fue hasta 1979 que las pantallas dieron el giro cromático. Este detalle me causaba cierta extrañeza que se combinaba con el comienzo suave de una canción que inmediatamente transmitía una dimensión poética sobre los matices de la locura de Charly. Había también un romanticismo podría decir que hasta defensivo: “Yo no quiero meterme en problemas / Yo no quiero asuntos que queman / Yo tan solo les digo que es un bajón… Tengo algo que darte en mi corazón”. Con esta canción, en ese momento, todo el mundo exterior era una mentira.