Inés Alveano Aguerrebere Hoy no voy a hablar de temas de ciudad, pero sí de algo que estoy aprendiendo al vivir en Países Bajos. Se trata de la industria restaurantera. Desde marzo, trabajo como mesera en un lugar de comida mexicana. Inicié con todas las pilas del mundo para sacar provecho de mi tiempo los fines de semana. Después de mucho trabajo, poco sueldo, algunos gritos y malas caras, ya tengo menos entusiasmo, aunque más sabiduría. Esta experiencia me ha hecho reflexionar sobre mi propio comportamiento como cliente.Mi primer prejuicio era que, si un lugar estaba vacío, entonces no era un buen restaurante. Quizás sea un pensamiento que muchas personas comparten. Imagino que de ahí la frase “no se paran ni las moscas”.Ahora sé que no tiene absolutamente nada que ver una cosa con la otra.Si un restaurante no tuviera clientes, habría cerrado/quebrado. En el lugar donde yo trabajo, pasamos horas enteras sin recibir un solo comensal.Sin embargo, sólo es cuestión de tener dos, o tres grupos de mesas ocupadas, para que el lugar se llene.Entonces, de estar picándonos los ojos como meseras/os y cocineros, mis compañeras/os y yo, pasamos a trabajar yendo y viniendo sin descanso.Literal. Me ha tocado hasta seis horas sin tomar ni un vaso de agua. Mi segunda reflexión tiene que ver con mi fallo en la memoria a corto plazo. Si una clienta me acaba de pedir algo que implique detalles (por ejemplo, dos bebidas, y dos platos), no puedo atender a nadie más en mi camino, hasta anotar la orden.Ello me lleva a las ocasiones en que sentada a la mesa, he visto pasar con prisa a una mesera, y he pretendido que me atienda, por ejemplo, cuando “sólo quiero más pico de gallo”. El punto es que deberíamos ser más tolerantes, más pacientes. No sabemos cuánto traen en la mente cuando nos piden esperar un momentito. El otro punto que quiero evidenciar, es lo duro que es atender en un segundo piso. Debo reconocer que hasta que no lo viví del lado del servicio, no lo medité como clienta. En Morelia, me gustaba comer en un segundo piso de un restaurante de Mariscos. Ahora entiendo por qué la mayor parte de la gente está en el primero: tienen más empatía hacia el esfuerzo físico que implica subir y bajar escaleras con platos, etc. Luego está el tema de la atención personalizada.Yo con todo gusto platico y atiendo a las personas y sus preguntas particulares cuando el restaurante está tranquilo.Les puedo recomendar platillos, lugares para visitar, o incluso puedo entablar una charla más allá de lo mundano. Pero siempre depende del nivel de ocupación. ¿A dónde voy con esto? A que, como clientes, nuestro “papel” es saber qué deseamos ordenar, y no entretener a meseras mientras dudamos… En momentos ocupados, cada segundo cuenta. No acaparemos su tiempo. Finalmente, me parece que las propinas demuestran el respeto de la sociedad por este trabajo.Acá es el de los peores pagados (un albañil o una persona de la limpieza gana tres veces más).Quién es mesero/a acá? Los inmigrantes, las personas necesitadas.Somos las únicas dispuestas a aceptar estas condiciones de trabajo. ¿Qué sería del mundo sin migrantes, y sin pobres? Nota: acá ni los neerlandeses “pobres” quieren trabajar de meseros/as o cocineros/as, pues el seguro de desempleados les da un poco menos de dinero, pero sin tanto esfuerzo y explotación.