Inés Alveano Aguerrebere No me gusta blasfemar, pero en mala hora copiamos a los norteamericanos el modelo de ciudad centrado en las casas individuales con “jardín”. Lo pongo entrecomillado porque dudo mucho que se le pueda llamar así a los pedacitos de verde que hay en la mayoría de las viviendas mexicanas que ofertan los desarrolladores. No lo había notado hasta hace unos días que mi hermano me contó que Berlín tiene la misma densidad que Morelia (es decir, los mismos habitantes por kilómetro cuadrado). Sin embargo, calculo que más del 80 por ciento de los berlineses vive en departamentos. Y en Morelia, dudo que esa cifra llegue siquiera al 10 por ciento. ¿Por qué es una maldición? Voy a usar una metáfora que utilizó André Gorz en un texto titulado: la ideología social del automóvil. Él muestra cómo si insistiéramos en que cada persona fuera dueña de un pedacito de costa (para que todas pudiéramos tener una casa en la playa), el espacio existente no bastaría. En México, nos tocaría a menos de un centímetro por persona. Lo mismo sucede con el espacio urbano. Es limitado. Por insistir en lo privado, nos perdemos de lo público. Por insistir en los jardines privados, nos perdemos de los parques públicos. En Ámsterdam, hay al menos un parque en cada zona céntrica de la ciudad: Vondelpark, Oosterpark, Westerpark, Rembrandtpark, Sharphatipark, Erasmuspark, Beatrixpark (del mismo tamaño o más grandes que el parque Cuauhtemoc en Morelia, o del parque Hundido en la Ciudad de México). Y la zona más poblada está conformada sobre todo por edificios de departamentos. En el que yo viví había 4 habitaciones, dos baños, cocina, sala, cuarto de lavado y comedor. La gente que tiene dinero prefiere vivir en esos edificios rodeados de restaurantes, cafés, bares y parques, y acceder en bicicleta a sus zonas de trabajo, que vivir en una casa a las afueras de la ciudad, aunque tenga jardín propio. En lugar de tener infinita cantidad de viviendas con jardincitos particulares, en general las ciudades en Europa están conformadas por edificios de departamentos (lo mismo París, que Barcelona). Quizás de niña yo veía las casas con jardines grandes con asombro. Pero viviendo cerca del planetario, nunca me faltó un área verde para jugar. Y hoy más que nunca, valoro lo público por encima de lo privado. Sé que crecí privilegiada por vivir cerca de ese espacio verde público. Y desearía que más personas pudieran disfrutar algo así. Dice Enrique Peñalosa, exalcalde de Bogotá, que un parque cerca de la vivienda de alguien eleva más la calidad de vida que un aumento en sus ingresos. En este sentido, si el gobierno se centra en promover espacios públicos por toda la ciudad e impulsando desarrollos verticales sin estacionamientos, logra más que pretendiendo que una empresa o industria abra fuentes de empleo. Tiene sentido. Si alguien tiene dinero, tendrá acceso a muchas cosas como alberca, áreas deportivas de todo tipo, etc. Pero si una familia no cuenta con ello, el espacio para su esparcimiento debe quedar a unos cuantos metros de su hogar. Si tiene que invertir recursos, como dinero y tiempo, para acceder a ellos, no será lo mismo. Tener un parque de fama mundial como el Central Park en Nueva York, puede atraer turistas. Pero tener muchos parques por toda la ciudad garantiza a sus habitantes momentos de sana convivencia con alta exposición a la diversidad (asunto fundamental en una sociedad democrática). Volviendo al tema que me genera desesperanza. La ironía es que las ciudades diseñadas antes de la aparición de los urbanistas (y el automóvil) son las más atractivas hoy en día. Yo estaría feliz de vivir en un departamento (bien diseñado y con aislante de ruidos), si a cambio de mi jardín de 4 por 4 y mi cochera tuviera un lugar público con árboles y zonas de agua tan lindo que ni las familias ricas se resistieran a visitar de vez en cuando. Entiendo que habrá personas que prefieran lo privado. Pero voy a insistir en que no hay espacio que alcance para que todos vivamos así.