Inés Alveano Aguerrebere Mi mamá algunas veces me llevó a la escuela en bicicleta. En ese entonces, una secretaria del Instituto le dijo que no lo hiciera, puesto que daba “mala imagen”. Seguro mucha gente estaba de acuerdo con ella. Pero a mi mamá no le afectó. Poco le importa lo que puedan opinar o decir de ella. En la actualidad, al parecer las cosas han cambiado. Van dos veces que la directora del mismo instituto me dice que le encanta mi bicicleta. Ella ha visto que llevo a mis hijos en ella. No es una bicicleta común. De hecho, hay muy pocas en todo México. A 3 años de usarla por las calles secundarias de Morelia -en donde me siento segura-, sigue habiendo miradas y expresiones de asombro y sonrisas. Dudo que aún el auto más caro y único del mundo, levante tanta admiración. Más de un padre de familia me ha preguntado que dónde la compré. Se les antoja para fines de semana, y paseos. Pero yo la uso a diario. Diario hago dos viajes a la escuela de mis hijos. Primero para llevarlos, y luego para recogerlos. También me voy en ella a mi trabajo. Casi siempre la uso para hacer el súper, y para ir a casa de mis papás. Es mi vehículo principal de lunes a viernes. Sin embargo, hay lugares de la ciudad, a donde por sentir que me atropellan, no llego en ella. Me encantaría que muchas personas pudieran tener una bicicleta como la mía. Con asistencia eléctrica llego a cubrir hasta 20 kilómetros al día, y 30 por carga. Lejos de darme satisfacción ser la única con una bici tándem de tres personas, yo sueño con que más personas (sobre todo mujeres con niños) puedan tener acceso a una. Ignoro que se logrará primero, si un sistema de bicicletas públicas que tengan variedad de opciones, tanto para subir niños, como para cargar bultos grandes, o si una empresa mexicana se animará producirlas y a lograr que se vendan como pan caliente. Me queda claro que soy del 1% de la población que usa la bicicleta como medio de transporte, sin importar las condiciones de la ciudad, ni si hay “cultura de respeto” o no. (Ahora que viví un año en Holanda me quedó claro que no hay tal cosa como cultura vial, sino que es la infraestructura la que genera los comportamientos). Actualmente, dedico gran parte de mi tiempo para trabajar a favor de ese gran, gran porcentaje de la población (99 por ciento); las personas que sólo se subirán a una bicicleta cuando sientan que hay mayor seguridad para moverse, y tenga asegurado no correrán el riesgo de ser atropelladas. La infraestructura de las ciudades aún debe modificarse para hacer las avenidas seguras para transitar en bicicleta. La seguridad para las personas en bici no se basa ni en confiar en que la gente obedezca las señales de tránsito, ni en portar casco, reflejantes y ropa brillante. La seguridad depende del diseño urbano. Trabajo, para lograr que esta hermosa ciudad, sea más segura por diseño. Usted, que amablemente me lee, ¿se ha imaginado cómo debería ser esta ciudad, para que usted se anime a hacer algunos viajes en bicicleta?