CIUDAD POSIBLE Inés Alveano Aguerrebere Hace un tiempo, leí un artículo que ponía diversas razones por las cuales los puentes “peatonales” no deberían existir. Me sorprendió ver que en primer lugar ponían que son feos. Uno hubiera pensado que esa no es razón suficiente, o de peso, sin embargo… todo depende del punto de vista. Ahora entiendo que la ciudad es como la casa pública. El hogar de cada familia es la casa privada. Y definitivamente, uno no elige una casa fea para habitar. Si está en nuestras manos diseñarla, procuramos que la belleza sea una de las principales características. Es decir, no construimos una casa sólo para que sea útil, y funcional sino también hermosa. El resultado es un lugar con habitaciones, pasillos e incluso jardín envidiable. Lo raro es que en cuanto a nuestra casa pública se trata, no hemos hecho lo mismo. Nos hemos esforzado en que sea un lugar en donde se pueda ir rápidamente de un lugar a otro. Como si no importara que. en nuestra casa pública, los pasillos para ir de la sala al baño, o del comedor a la cocina, fueran horribles e incluso obscuros. Ahora lo veo distinto. Por supuesto que importa si los puentes peatonales son feos o no, o si las calles son lindas o no, o si tienen plantas y flores, y banquetas anchas. Si observáramos nuestra ciudad como la casa de todos, pondríamos mucho más cuidado en los detalles. En la casa que hemos construido, hay más pasillos, que lugares para disfrutar, hay tanto estacionamiento, que casi no queda espacio para los jardines. La Liga peatonal, una ONG en México, lleva alrededor de una década denunciando los puentes como “antipeatonales”, ya que obligan a las personas a pie a recorrer 6 veces más distancia que la necesaria para cruzar, son mucho más caros que un cruce a nivel de calle, no son incluyentes (aún los de rampas), son inseguros, son sucios, etc. Y si las razones económicas, de estética y prácticas fueran insuficientes, resulta que los puentes antipeatonales son un reflejo de las injusticias sistémicas. De las fallas de los gobiernos para con los más necesitados. Son una muestra de que la ciudad considera a las personas que se mueven en auto, como ciudadanos de primera, y a aquellas que se mueven sin él, como ciudadanos de segunda. ¿O cómo explica el que se privilegie el paso “veloz” de algunos, obligando a otros a tiempos y distancias innecesarias? Los puentes mal llamados peatonales, no son otra cosa que infraestructura para comodidad de los automovilistas. En los países donde existen puentes para peatones -encima de ríos de autos-, pareciera que sólo importa el tiempo y las prisas de los que van en auto. Los que se mueven en otros medios de transporte, deben hacer esfuerzos mucho mayores, para llegar a tiempo a sus ocupaciones. Las ciudades más famosas del mundo, no lo son porque tengan casas hermosas; esas sólo las disfruta el dueño, su familia, y en todo caso sus amigos y conocidos. Ciudades como París son visitadas por millones anualmente, porque son bellas en muchos sentidos. Uno no vuela hasta allá sólo para ver la torre Eiffel, sino para disfrutar todos los paseos posibles y todos los lugares para disfrutar el aire libre. Y en esas ciudades mágicas, los únicos puentes peatonales, están sobre los cuerpos de agua: ríos y lagos. Bien dijo Eduardo Galeano que en las ciudades de hoy en día hay más parkings, y menos parques. Decía también Galeano: ¿Qué tal si deliramos por un ratito? ¿Qué tal si clavamos los ojos más allá de la infamia para adivinar otro mundo posible?... Yo imagino las ciudades sin puentes, y con cruces seguros para todas las personas, al menos en todas las avenidas.