Jaime Darío Oseguera Méndez El Papa Francisco envió esta semana un mensaje a Aguililla: “no están solos, Dios está con ustedes”, paradójicamente este municipio que se ha convertido en el referente emblemático de la violencia en el país, es probablemente el lugar más parecido al infierno que podemos tener en Michoacán. Lo de Aguililla representa el deterioro total del estado de derecho y la erosión absoluta de la cultura de la legalidad. No es el tema de un día ni tiene que ver con las actuales autoridades. Es un proceso que se ha venido generando a lo largo de muchos años. Por eso más que buscar los culpables, tenemos que analizar las causas. El efecto inmediato de la violencia en sus diferentes modalidades, es el deterioro de las capacidades productivas de las regiones. En todo el mundo, en la historia, se ha visto que las comunidades en guerra o sujetas a procesos de violencia, la planta productiva deja de tener incentivos para seguir funcionando. Sea la agricultura, la industria o los servicios, la violencia arrasa y sepulta las inversiones futuras, las anteriores y las actuales por muy incipientes que estas sean. Claramente no puede haber producción con ese tipo de escenarios de enfrentamiento entre diferentes grupos; o de ellos con el ejército y las fuerzas policiacas: todos contra todos. En el momento en que alguien pueda controlar ese desastre, suponiendo que quieran hacerlo, el primer gran planteamiento es como recuperar las capacidades productivas de la región que durante mucho tiempo tuvo importantes niveles de producción agrícola, particularmente en la silvicultura y una destacada actividad ganadera. Si en algo tenemos que coincidir con los gobiernos en sus diferentes niveles, es que sin desarrollo económico no habrá vuelta atrás en la violencia. Pero no hay crecimiento en los ingresos ni desarrollo o bienestar si la violencia sigue amenazando. Se tiene que restablecer cierto nivel de autoridad. De la misma mano que enfrente el problema de la violencia, deberá venir un programa importante de reactivación económica en la región. El desplazamiento de la población es profundamente grave. Tal vez aquí resida la mayor tragedia para una comunidad tan alegre y emprendedora. Inimaginable el sufrimiento de la población. Como siempre los que menos tienen son los que mas padecen. Algunos tienen historias sobre el reclutamiento obligatorio de sus jóvenes que es un proceso delicado en el que diferentes grupos provocan que los jóvenes se integren a actividades delictivas y como tal se pierdan para siempre. Hay un avasallamiento de la población joven que ve reducidas sus aspiraciones a dos opciones la de migrar para siempre o integrarse a dinámicas delictivas. No quiere decir que no haya puntos intermedios: la realidad es que nuestros jóvenes tarde o temprano quedan inmersos en la violencia en la zona. Una razón poderosa es justamente el cierre de las escuelas y la falta de oportunidades para aprender oficios. La pandemia ha acentuado el problema. No hay escuelas y por lo tanto no hay forma de que la educación se convierta en un destino. En toda la región hubo una tradición de profesores que en su época fueron los educadores de generaciones en todo el estado y particularmente en la Tierra Caliente. Justamente ese es el gran tema. La población de la zona es generosa, trabajadora, capaz, comprometida, pero la violencia los despoja de sus posibilidades. La violencia ha acabado con toda esta energía. Siempre hubo problemas en esos municipios. Historias de delincuencia y actores que en lo personal se destacaron por sus actividades, pero había forma de trabajar y para ellos mismos era necesario que hubiera una población dispuesta a realizar actividades diversas. Hoy los pueblos parecen fantasmas. Encima de que son agredidos en sus derechos humanos, los pobladores tienen que enfrentar la pérdida de sus empleos, la imposible venta de los pocos productos que se siguen viendo en la zona. El abasto de la canasta básica por lo mismo en prácticamente nulo, de manera que suben los precios de las pocas mercancías que hay. Todo esto ha provocado una constante movilización de la población hacia otras regiones. El desplazamiento forzado de la gente afectada por la violencia es la consecuencia de la depredación. Para evitar el avance de grupos enfrentados, aprendices y profesionales, conocidos y foráneos, por todos lados se ha deteriorado intencionalmente la infraestructura de la zona. Las carreteras no sólo no tienen mantenimiento, son incesantemente sujetas de destrucción. Ni hablamos de obras nuevas que seguramente tienen años de retraso o las grandes decisiones de infraestructura. El gran drama de Aguililla es que toda una región se encuentra en condiciones similares. Junto con todo este escenario de tragedia, hay una profundización de la drogadicción y alcoholismo en la zona. Nadie cree en la autoridad. Hemos perdido amigos, conocidos, políticos, profesores por la violencia y todo inicia con la grave pérdida de las capacidades institucionales y la absoluta ausencia de la cultura de la legalidad. Nadie la ejerce, nadie la respeta. La ley de la selva. Mucho que hace falta Dios en este escenario. Así como lo dice el Papa. Aunque les haría muy bien que se aparecieran todos los niveles de autoridad. Allá, quien sea que les pueda ayudar, seguramente será bienvenido.