Jaime Darío Oseguera Méndez Las elecciones locales del domingo anterior en los estados de Coahuila e Hidalgo, han levantado los ánimos de los analistas para proyectar lo que algunos piensan que puede ser el resultado del próximo año. El gran triunfador es el PRI. No hay forma de cuestionar esta realidad, que se impone exactamente cuando Morena domina el escenario nacional tanto por la mayoría en el Poder Legislativo como por las encuestas sobre preferencias electorales que los ubican en primer lugar. En Coahuila donde hubo elección para renovar el Congreso Local, el PRI ganó las 16 diputaciones de mayoría. Carro completo obteniendo prácticamente la mitad de la votación emitida, situación completamente rara, cada vez más esporádica en un sistema de alta competencia como el nuestro. Morena no llegó a 20 por ciento y el PAN ni al diez. En Hidalgo con un total de 82 ayuntamientos en disputa, el PRI gana 32, PRD 7, Morena 6, PAN, Nueva Alianza y PES cinco cada uno; PT 4, Movimiento Ciudadano y Verde 3 ayuntamientos cada uno y los demás fueron en coaliciones parciales entre varios partidos. Justamente un primer vistazo a lo que sucedió el domingo nos va a obligar a revisar la naturaleza de las elecciones locales. Desde hace años ha venido asentándose y se ha institucionalizado el principio de que únicamente haya elecciones cada tres años y que se empaten las locales con las federales. Si la votación el domingo hubiera sido nacional, el resultado sería muy diferente. Muy probablemente habría ganado Morena que domina el escenario del debate nacional. Cada partido ha tenido su momento de gloria en los estados por las elecciones federales. Fox jaló al PAN en el 2000 y logró una cantidad de posiciones que nunca habían tenido. Lo mismo sucedió en Michoacán con la elección del Presidente Calderón. Antes habíamos visto el efecto avasallante de la participación del Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas en los procesos electorales, haciendo que el PRD en Michoacán ganara de manera contundente en cada elección donde su nombre aparecía en la boleta. Peña Nieto hizo lo propio con los candidatos del PRI en el 2012 provocando una recuperación del tricolor que a la fecha aún parece insuperable. Más recientemente tenemos el ejemplo contundente de López Obrador que hizo ganar a candidatos de Morena actualmente en funciones, muchos de los cuales nunca se dieron cuenta, aún no saben, por qué resultaron electos; simplemente se subieron en la ola de la elección nacional. En Coahuila y en Hidalgo los temas fueron locales y las motivaciones para el voto también. Por donde se quiera ver, Morena pierde en esta elección regional. Primero porque pensaban obtener más votos y posiciones que en el 2018. En sólo dos años se les revirtió completamente la euforia del triunfo. Más aún, pierde en función de un discurso triunfalista que asumieron después del 2018. Si hubiera humildad, de este fracaso podrían sacar muchas lecciones y recomponer de cara a la elección del próximo año pero no hay una pizca de autocrítica. Su líder dice que cuando ellos pierden hay fraude del pasado autoritario y cuando ellos ganan es porque el pueblo bueno acierta. Antes en este mismo espacio se dijo que el gran reto de Morena es convertirse en partido político y dejar de ser un movimiento en torno a un solo hombre. El PRI puede cometer el error de leer mal los resultados. Coahuila e Hidalgo han sido estados históricamente priístas. Nunca ha ganado la gubernatura un partido distinto en los últimos ochenta años. Puede ser la tradición, el ejercicio del gobierno, la capacidad de organización o la desorganización de los demás; tal vez sea todo junto, pero Coahuila no es Michoacán. Quienes pierden de verdad en ambas elecciones son el PAN y el PRD. Este último condenado a ser una organización testimonial con riesgo real de perder el registro a nivel nacional como sucedió ya en Coahuila donde al parecer no alcanzarán a obtener el mínimo para conservar prerrogativas. El PAN por su parte está dividido y en picada. Lo que son las cosas, la negativa del registro al partido de Calderón “México Libre” puede dar al albiazul un segundo aíre si recupera el contacto con los liderazgos que se fueron. Las elecciones vuelven a ser locales. El argumento original al empatar las elecciones fue disminuir gastos. No ha sido real. Hoy las elecciones son crecientemente más caras. Se buscó también en su momento, empatar las elecciones para escapar al terrible nivel de rispidez política que genera el debate electoral constante. La realidad nos muestra todo lo contrario: el país está más enconado y polarizado que en las últimas décadas. Esto no significa que debamos volver al esquema de elecciones a cada rato en todos los estados. Lo que expresa es que las elecciones locales son muy diferentes a las nacionales. Cuenta por ejemplo la evaluación de los gobiernos locales. Habrá que analizar lo que están haciendo los gobernadores Riquelme y Fayad, pero desde fuera parece haber una buena percepción; finalmente ganaron la elección. También habla de la percepción nacional. La percepción de voto en torno a Morena está anclada a la figura de López Obrador. El domingo no estuvo en las boletas, asi que Morena no obtuvo el resultado que esperaban. No es lo mismo intención de voto que sufragio efectivo. Es muy diferente hablar de niveles de aceptación que de resultados electorales. A los números, se les tortura y cantan. Así que las encuestas que echan las campanas al vuelo sobre los pronósticos electorales del año próximo pueden ser engañosas. Los que ganaron deberán hacer una reflexión real si hay visos de recuperación. En Michoacán falta un mes para que se definan las alianzas que eventualmente competirán por la gubernatura. Llegó el tiempo de definiciones y gran parte de lo que suceda, por lo menos en Michoacán, seguro tiene que ver con la lectura de las elecciones el domingo pasado. Más vale que todos pongan sus barbas a remojar.