Jaime Darío Oseguera Méndez En su gran obra “El Antiguo Régimen y la Revolución” Alexis de Tocqueville plantea la tesis que algunas de las mejores virtudes de la Revolución Francesa vienen de procesos sociales y culturales heredados del viejo régimen. Si bien es cierto que la Revolución creó una serie de instituciones, reconoció principios, valores y dio paso a nuevas formas de organización social y cultural, gran parte de todo ese cambio, que viene con la ilustración, se debe entender en las continuidades entre el Antiguo Régimen y la Revolución. En la maravillosa edición de su obra, publicada por el Fondo de Cultura Económica, Enrique Serrano explica como Tocqueville conceptualiza la Revolución en dos facetas: una como el cambio repentino, violento de un sistema político “en el que no sólo el grupo dominante se ve desplazado por otro, sino también en que se producen cambios significativos” en ese sistema social. Por otro lado, la revolución “también denota una transformación radical del principio de organización social, más o menos pacífica, que se realiza en un proceso histórico a largo plazo”. Es lo que Tocqueville denominó la Revolución Democrática donde “se modifican radicalmente los principios del orden institucional” gradualmente. Para el francés, en el Antiguo Régimen se forjaron procesos políticos, económicos, sociales y culturales que luego se quisieron implementar violentamente en un cuerpo político, “Así, resultó que la revolución democrática se hizo en el cuerpo de la sociedad sin que se consiguiese en las leyes, en las ideas, las costumbres y los hábitos, que era el cambio necesario para hacer esa revolución útil” termino la cita de Tocqueville por aquello que los plagios están tan de moda. Ni duda cabe que en su momento, ante la fuerza y el poder del viejo régimen hegemónico la izquierda se planteó la tesis de Tocqueville. En esa mezcla de liberales recién desempacados, comunistas trasnochados, priistas reciclados, líderes universitarios hambrientos de hacerse de la política, empresarios oportunistas, académicos decepcionados y soñadores genuinos, se formó el Partido de la Revolución Democrática en medio de una dura crítica al sistema político. Después de los resultados electorales de 1988 y las posteriores manifestaciones de amplias capas de la población a favor de un cambio. La columna central fue el Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas tres veces candidato a Presidente de la República, dos de ellas por el PRD, enarbolando la bandera del cambio político y la transición a un nuevo régimen. No hay forma de comparar la Revolución Francesa en su riqueza histórica, intelectual, transformadora con ningún otro proceso de cambio en el mundo. No es equiparable al fin de siglo mexicano. De lo que no hay duda es que quienes se plantearon fundar al PRD tomaron las ideas de Tocqueville, pensando la democracia como un sistema político con elecciones abiertas, competitivas, sistema de partidos equilibrado, piso parejo para los participantes y un sistema electoral donde el gobierno no fuera ni arbitro ni competidor o participante sino un garante de que el sistema sea funcional. Democracia vista también como una organización social donde priven la igualdad de condiciones. ¿Y entonces qué les pasó? El PRD está a punto de desaparecer. Como programa político en los hechos ya no existe. Esta misma semana se declararon independientes los diputados que quedaban en su bancada local de Michoacán. Dos o tres con acciones marginales. En los hechos no gobierna ningún estado, muy pocos municipios en el país y está a punto de perder su registro. ¿Acaso triunfó la idea y se agotó el objeto social para el que fue creado? La realidad nos dice que no. El país sigue infestado de pobres, hambre, desigualdad y ahora más delincuencia. El sistema político está cuestionado de fondo por las iniciativas para transformar el árbitro electoral que fue creado en el rejuego y la negociación entre los partidos políticos. Hay que tomar con mucha seriedad el paso del PRD por la política en el país para saber los errores que se cometieron y entender el tránsito de un partido tan poderoso a otro tan marginal. Su fuerza se centró en la figura de los grandes líderes políticos que lo formaron particularmente el Ingeniero Cárdenas y López Obrador. Un partido se distingue de un movimiento en eso, que existe más allá de una persona o grupo de personas. Es un programa político, con ideas y organización independientemente de quien se encuentre al frente. Un partido no es una pandilla. O no debería serlo. Justamente entorno a eso, a la manera como se repartieron el pastel está otra de las razones de su virtual desaparición. Se crearon tribus que se olvidaron del fundamento de su acción política. Mandaron al diablo a Tocqueville y se empezaron a disputar las posiciones en una forma cada vez más feroz, donde los principios no tenían que ver. Esto obligó a la salida de los grandes líderes y al debilitamiento del movimiento que ellos mismos sostenían. La fundación de su sucedáneo, Morena, acabó el cuadro pues todos ellos mismos se fueros siguiendo a los grandes líderes. El principio de la transición funcionó porque ganaron el gobierno. Falta ver por cuanto tiempo. Hoy el PRD no tiene representantes populares, los pocos que tienen se afrentan de serlo y no hay duda que pronto perderán el registro por falta de votos, militantes y proyecto. Apenas se distingue la diferencia entre quienes estuvieron en el PRD con la militancia de Morena. Sobresalen algunos oportunistas ex del PRI y algunos acomodaticios que siempre andan buscando donde haya negocios. En eso quedó la idea de la Revolución Democrática de Tocqueville tropicalizada a México. Los herederos deberán esculcar entre los ropajes viejos y verse en el espejo. Leer a Tocqueville. Bien nos haría a todos volverlo a leer.