Jaime Darío Oseguera Méndez Este domingo habrá elección en los dos estados de la república donde el PRI nunca ha perdido la gubernatura. En Coahuila y el Estado de México se va a cerrar un capítulo histórico del viejo régimen político este fin de semana. Las encuestas dicen que, visto en perspectiva nacional, habrá un cierre salomónico. En Coahuila va a ganar el PRI y en el Estado de México Morena. Prácticamente todos los estudios de opinión coinciden en este resultado e inclusive se vaticina que los ganadores en ambos casos lo harán muy cómodamente, por más de diez puntos porcentuales. Para el Revolucionario Institucional será sin duda el punto culminante de una historia y tradición política que ha durado casi un siglo, desde que en 1929 se fundó el Partido de partidos a nivel nacional por la visión política del Presidente Plutarco Elías Calles, ante el trágico suceso de la muerte del General Obregón, con la finalidad de repartir el poder entre los grupos que resultaron triunfantes en la revolución. En cada estado había facciones, grupos, clase política, guerrillas, que reclamaban para sí el reconocimiento político de su influencia en la lucha armada. Desde los que apoyaron originalmente a Madero y el Plan de San Luis o quienes a la postre combatieron la tiranía de Huerta y se unieron a Carranza en su intento de construir la nación con el proyecto constitucionalista o aquellos grupos que se vincularon con el zapatismo o villismo en sus diferentes estados. Lo cierto es que cada parte de ese mosaico de diferentes expresiones quería su trozo del poder teniendo gobernadores, alcaldes, diputados y posiciones políticas diversas. El país estaba obligado a iniciar la reconstrucción del aparato productivo dañado por la guerra revolucionaria. Había que acabar la disputa militar y la única manera era apaciguar a los políticos dándoles participación en el reparto del pastel. Durante siete décadas, el PRI con diferentes nombres, fue el partido hegemónico y se concentró en distribuir el poder a través de dos pilares fundamentales: el partido y el presidente quien era el jefe de todo el aparato político: los diputados, senadores, gobernadores, ministros, jueces, empresarios, sindicatos, presidentes municipales, todos estaban en la línea de autoridad presidencial. Lo que la oposición propuso para ganar el 2000, fue cambiar esas prácticas y provocar un sistema más abierto, competitivo, participativo, sin influencias del gobierno en los resultados, transparente y que garantizara la alternancia cuando así lo decidan los votantes. No se qué tanto haya cambiado de este régimen; a veces parece que algunas cosas han cambiado mucho, como el papel de los medios de comunicación, las elecciones abiertas, las instituciones autónomas, etc. Otras cosas siguen igual: la corrupción avanza, el poder del presidente es inmenso, los partidos son rechazados por la sociedad, etc. Lo cierto es que la elección del Estado de México entierra un régimen político porque es el último reducto simbólico del priismo avasallador, con una clase política emblemática, sinónimo de poder, influencia y riqueza, pero también de corrupción, excesos y frivolidad. El Estado de México ha sido la joya de la corona en la historia política, el lugar inaccesible para la oposición; el reducto del priismo fuerte, expresión pura del poder. Si como todo parece indicar el PRI perderá el Estado de México, será por varias razones. La primera es porque el votante no percibe que el ejercicio del gobierno tenga resultados en su bienestar. La clase política alejada de la gente, salvo en épocas electorales, ha generado un hartazgo que, combinado con el exceso de expectativas, provoca desaliento y rechazo. El PRI dejó de cumplir su promesa en aquella que es la entidad con más votantes del país; Morena tampoco lo hará, pero hoy el castigo es contra los que están. Los que vienen hacen su papel y gobiernan la expectativa, venden la ilusión y con una candidata notablemente sin capacidades intelectuales para gobernar, ganarán al PRI en la cuna de su fortaleza y ya se enfrentarán con el tiempo al desgaste que implica gobernar. El enriquecimiento de la clase política mexiquense, de todos los partidos, por cierto, es sin duda otro de los elementos de rechazo y ofensa. Sólo que quien está al frente es el PRI y el castigo es mayor. La falta de liderazgo es notable. El gobernador es señalado por ser aliado del Presidente así que no fue factor de apoyo a su partido en la campaña ni lo será el día de la elección. Tal vez sea designado embajador como los otros gobernadores que entregaron en su momento sus estados a Morena y que resultaron premiados. Además de corruptos, sinvergüenzas y cínicos. El PRI pierde el Estado de México como ha venido perdiendo en el país porque ante su evidente falta de liderazgo, no ha sabido entender que era tiempo de reconstruirse. Cada vez son mas los militantes que salen, lo cual es respetable y en algunos casos hasta saludable. Lo malo es que no llegan nuevos. No hay incentivos ni emoción. La Dirigencia Nacional, no tiene legitimidad alguna para mantenerse al frente ni calidad moral para encabezar a la oposición. Los tienen amenazados y le hacen el juego a Morena a cambio de migajas. Hoy es más fuerte la oposición en medios y en grupos no partidistas como empresarios, ambientalistas, sindicatos, etc. que hacen el contrapeso necesario al poder. En esta reducción del PRI a casi nada, Morena debería aprender para trazar su futuro. La falta de reglas para participar disminuye el incentivo. El poder en exceso genera conflictos y es autoritario. Los dirigentes advenedizos e ignorantes disminuyen la capacidad de los partidos para hablar con la sociedad. No hay que rasgarse las vestiduras. Será un paso más, natural en la recomposición del sistema político. Hoy que termina notoriamente una época política del régimen, el problema es que no vemos muy claro qué sigue, cuál es el repuesto. Ojalá que no tengamos pronto que decir que estábamos mejor, cuando estábamos peor.