Jaime Darío Oseguera Méndez Por fin sucedió lo que anunció el Presidente López Obrador durante años. Desde el inicio de su sexenio, nos ha ofrecido una lectura muy práctica de la política sobre las visiones que coexisten en un México dividido en una frontera a partir de él mismo: los que lo apoyan y los que están en su contra. No hay más. Chairos y fifís. Liberales y conservadores. Buenos y malos. Finalmente logró con ese ímpetu, reunir a la oposición en un sólo frente para competir en su contra en las próximas elecciones. El Frente Amplio por México, será para López Obrador una manera de demostrar que tenía razón y que hay una conspiración en su contra desde las más altas esferas del poder económico, que usa a los partidos como sus vasallos para golpetear y cuestionar su proyecto. Lo interesante, es que esta visión pone en riesgo el proyecto de la cuarta transformación. La oposición en este país, la que componen PRI, PAN y PRD, no tenía otra forma de presentar un frente común, solamente bajo la presión de López Obrador y las amenazas por parte del gobierno. Si no los hubiera apretado estarían bien acomodaditos. Cómodos en sus laureles y en espera de los despojos. Los une la complicidad más que la convicción y el riesgo de desaparecer cada uno como partido. Ese mérito tendrá el Presidente, reunir a la oposición de los más diversos colores en su contra. La consecuencia es notable. Si hace unos meses nadie dudaba del triunfo de Morena, hoy surgen vacilaciones y cuestionamientos importantes. Si el Frente Amplio por México se articula de manera adecuada y van juntos en las elecciones locales de todos los Estados de la República, pueden cambiar el resultado de la elección federal para elegir Presidente en 2024. Las elecciones locales y particularmente las municipales tienen una lógica diferente de las federales en México. Michoacán es un testigo de que las boletas pueden tener diferentes resultados. Si en las entidades donde hay elecciones de gobernador el siguiente año, el Frente articula bien a sus candidatos y disminuye o disimula sus diferencias, a Morena se le puede complicar. Este aglutinamiento de la oposición no es a favor de un proyecto propio, sino en contra de AMLO. Más que una plataforma común, existe un deseo de sobrevivencia de sus propias élites que ven amenazado el negocio. Sin embargo, con todo y ese pecado original, resultan la única alternativa para competir contra Morena que, en su soberbia, cree que puede ganar a pesar de todo. Ha sorprendido de manera especial, la falta de ímpetu y baja capacidad de conexión de la puntera y quien seguramente será la elegida en el proceso de Morena. A Claudia Sheinbaum se le ve desdibujada y con pocas tablas para la campaña. Confunden el afán de simpatizar con su protector y quieren mimetizarse. La competencia entre las corcholatas es notoriamente para ver quien se parece más al jefe y, en ese afán, se despersonalizan poniendo en riesgo su propio proyecto. El único que ha sacado ventaja de ese proceso es Marcelo Ebrard quien, aunque sabe que no es el preferido, sigue apareciendo como el primer bateador emergente en caso de que haya cambio de señales de quien maneja el equipo. En la construcción del Frente Amplio están las marcas de esas fobias persistentes. Ahí vuelven a poner en riesgo su proyecto. Desde el poder se ha habilitado a una actora que no aparecía en el escenario hasta que el propio presidente la hizo su alter favorita: Xóchitl Gálvez. Lo mejor que le ha pasado a Xóchitl Gálvez, es recibir el rechazo, la ironía y el bullying político del Presidente. Ella será la candidata de la oposición, no porque tenga capacidades personales sobresalientes o por su trayectoria política en el PAN ni por su experiencia en materia profesional y empresarial. Su atributo central lo ha perfeccionado el propio presidente: será candidata porque es quien lo ha podido enfrentar púbicamente con un nivel de jocosidad que parece acercarse al éxito. Lo desencaja. La trae metida entre ceja y oreja. A ver si no le sale el tiro por la culata. Esta semana se corrió la especie de que el TEPJF votaría una resolución para frenar los procesos electorales internos que abiertamente mantienen Morena con sus aliados por un lado y el Frente Amplio por México en el otro. Es obvio que ambos violan la ley y que nos hacen vivir en la esquizofrenia de la simulación permanente. Dicen que no tienen proceso para seleccionar a sus respectivos candidatos, pero sólo participan quienes pueden ser candidatos. Dicen que no hay campaña pero estamos tapizados de propaganda y espectaculares. La ley no permite que haya elecciones anticipadas pero el país no habla de otra cosa. Quieren tratar a los ciudadanos como ingenuos en un impresionante desdén por la inteligencia de millones de mexicanos. Todo inició porque Morena adelantó sus tiempos. De otra manera todo estaría como hace seis meses con el gobierno seguro, en ese tiempo, de volver a ganar la elección; con la oposición en ese momento, derrotada y sin liderazgos o candidatos visibles para competir. Cierto es que en la medida en que se van acercando las elecciones los procesos se aceleran, pero todo este frenesí incluso ha logrado despertar de su letargo al Tribunal Electoral para pronunciarse y pedir, aunque sea un freno a lo que ellos mismos han reconocido como un fraude a la ley. El TEPJF pasaría a la historia si resuelve que se detengan los procesos electorales internos, al menos para que se conduzcan medianamente cerca de lo que dice la ley. Sería el precedente que pondría a los tribunales en el lugar que les corresponde: por encima de la política y en aprecio de la ley y los derechos del ciudadano. Paradójicamente una resolución que frene los procesos internos, vendría a limitar seriamente las posibilidades de la oposición para competir con Morena, pero ellos, en su afán de pelear no lo ven y ponen en riesgo su propio proyecto. Estamos por ver muchas cosas más y a comer política durante los próximos once meses.