El voto obligatorio y las lecciones chilenas

Hay toda una discusión sobre si vivían mejor en la dictadura que en la actualidad. Principalmente entre la burguesía y las clases medias de derecha que no fueron afectados por las persecuciones políticas de los militares.

Jaime Darío Oseguera

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Gabriel Boric es el presidente de la República de Chile. Es el más joven de la época reciente y representa en muchos sentidos a las generaciones posteriores a la dictadura de Augusto Pinochet que terminó a principios de los 80 dando puerta a la transición democrática aplaudida en toda América Latina.

Fue electo en diciembre del año pasado, bien legitimado por la mayoría del electorado. Durante muchos años Chile ha sido uno de los países más desarrollados de Latinoamérica, con los mayores indicadores de bienestar. Con altas tasas de crecimiento económico, bajos niveles de analfabetismo y poca criminalidad. Buenos niveles de ingreso, es una sociedad ordenada tal vez como consecuencia de la represión pinochetista del siglo pasado.

Sin embargo, esta singular condición ha venido cambiando. Tiene algunos años que aumentó el desempleo y la violencia; la migración particularmente de venezolanos y bolivianos, así como la pobreza. La pandemia además hizo estragos en los altos ingresos de exportación que caracteriza a la economía chilena, no solamente de minerales sino también de manufacturas para la exportación y exportaciones agrícolas en las que han sido muy destacados.

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Hay toda una discusión sobre si vivían mejor en la dictadura que en la actualidad. Principalmente entre la burguesía y las clases medias de derecha que no fueron afectados por las persecuciones políticas de los militares.

Resulta increíble que se prefieran mayores niveles de represión general, limitación de libertades políticas, a cambio de un mayor crecimiento económico. Es el argumento de los tiranos. Es una falacia. Son perfectamente compatibles el desarrollo y las libertades; el crecimiento económico y la igualdad; el orden y la pluralidad.

Lo interesante de este momento, es que la primer semana de septiembre se llevó al cabo un plebiscito para cambiar la Constitución chilena y terminar con la que existe desde la dictadura. Es una forma de reedición y reinvención. Asi se planteo de inicio. Borrar las huellas de Pinochet para pasar a una nueva etapa.

Lo sorprendente es que Boric defendió un proyecto constitucional profundamente novedoso, progresista que fue rechazada por el sesenta porciento de los votantes.

¿Qué pasó? Se podría pensar que Boric y sus seguidores seguían teniendo la mayoría de las preferencias electorales y que al haber asumido la presidencia tan recientemente, sería votado el proyecto a su favor. No fue así.

Los votos de los electores no permanecen para toda la vida en un sólo proyecto o partido. El electorado está atento, pendiente de que los gobernantes digan las cosas que hacen y hagan las que dicen. Esa es la primera enseñanza de lo que acaba de suceder en aquel país andino.

Le dieron a Boric su confianza para gobernar, pero no para hacer lo que quiera. Al votante hay que respetarlo y convencerlo.

El mismo elector que lo llevó al poder unos meses antes, se sintió inconforme con un proyecto constitucional que no atendía las cosas más  importantes que son la seguridad y la economía.

La nueva constitución en cambio tenía entre sus propuestas más controvertidas reconocer la Republica de Chile como un país plurinacional. Es decir que los pueblos indígenas tuvieran su propio sistema de justicia, sus autoridades y que fueran reconocidos como naciones diferentes dentro del mismo país.

Los ciudadanos lo vieron como una amenaza a la unidad nacional y los grupos más conservadores, su oposición natural, difundieron una serie de informaciones falsas, sobre el cambio constitucional. La sociedad se partió en dos. Lo mas peligroso que puede suceder.

En el fondo lo que no midió el gobierno chileno, es que polarizar, dividir a una sociedad no es la mejor decisión en los países democráticos. El autoritarismo es muy atractivo, pero tarde o temprano pierde. En las democracias las mayorías se construyen no se imponen.

Sobre todo, el gran tema que identifican los analistas es que el nuevo documento constitucional no generaba consensos, sino que polarizó a la población. Al inicio, redactar una nueva Constitución fue la consecuencia de un descontento social que provocaron las alzas en algunos servicios públicos, particularmente en el transporte. Donde menos se piensa puede surgir la inconformidad general. En el fondo lo que se buscó con la nueva Constitución es legitimar a una clase política desprestigiada, caduca de ideas, enriquecida y envilecida por la política y algunos visos de corrupción.

Lo que sigue es que en Chile se va a elegir a un nuevo órgano constituyente, esta vez por votación directa.

El gran desafío será construir una agenda constitucional que resuelva problemas y no que los acentúe. El lenguaje de los políticos no siempre es el mismo que los ciudadanos o las prioridades cambian.

Hacer una nueva constitución en cualquier país y contexto es un desafío superior. Hay que partir del reconocimiento de que las leyes no siempre cumplen con los anhelos de la gente y que deben surgir con claridad formas de políticas públicas que sean entendibles, apoyen, no dividan y fundamentalmente que las decida una mayoría.

Por cierto, en Chile el voto fue obligatorio para el plebiscito. Es decir, los ciudadanos tenían la responsabilidad de votar y si no lo hacían podrían ser objeto de una multa.

Obviamente el resultado fue profundamente legitimador de las decisiones. Ahí no hubo de que se quejan y no votan. Tal vez valga la pena revisar su proceso para ver si no es necesario también implementarlo en México.

Al decidir el futuro de un país se requiere la participación masiva, casi total de los ciudadanos. A final de cuentas para ellos, para nosotros es que se elige a una opción política. La fuerza de la mayoría.