Jaime Darío Oseguera Méndez El lugar común dice que cada proceso electoral es diferente. Este fin de semana será el último en que los candidatos a los diferentes puestos de elección popular podrán salir a hacer proselitismo electoral y la elección el esperado domingo 6 de junio. Por fin viene el juicio inapelable de la voluntad mayoritaria. Los nervios aumentan y los equipos de campaña se tensan. Circulan las encuestas y se multiplican las apuestas sobre lo que pueda pasar. Es temporada alta de los adivinos y prestidigitadores. Los cafetólogos disfrutan del momento y las discusiones entre amigos, en el trabajo, la familia, llegan a su nivel más álgido. Estamos en el pico de la glucosa electoral. Es el momento de la revisión de los equipos de activismo, representación electoral, defensa jurídica y la supervisión logística del día de la elección. Es el momento de la capacitación a los representantes electorales. Quienes no están involucrados en el ámbito político partidista, no se enteran del esfuerzo titánico que se realiza en la mayoría de los partidos para reclutar a sus representantes de casilla, propietarios y suplentes, capacitarlos y garantizar representación suficiente con calidad en las mesas de votación. La finalidad es que se cuenten bien los votos en su favor y no haya sospechas en los resultados. La casilla es un lugar interesantísimo. Durante mucho tiempo fue el centro de la disputa electoral. El lugar de la sospecha, el escenario de las suposiciones de fraude y el reflejo de la capacidad orgánica de los partidos. La casilla era el escenario de la guerra. Los procesos electorales han evolucionado tanto que hoy ya no lo es; por lo menos no como era antes, porque a la fecha se encuentran vigiladas hasta los dientes. En pocos lugares del mundo hay tantas medidas de revisión como en los centros de votación mexicanos. El asunto inicia con la selección de los propios lugares donde se deberán instalar. Hay más de 2,700 secciones electorales que es el primer ámbito geográfico de organización electoral. Cada sección cuenta con un diferente número de electores y en cada una de ellas se instala una casilla por al menos 750 electores. Por eso en algunos centros de votación hay varias casillas, la básica y, donde hay más electores, una o varias contiguas. Regularmente se selecciona el lugar público más accesible a la zona. Las escuelas de diferentes niveles son en la gran mayoría de los casos el lugar adecuado, por el espacio abierto, infraestructura en condiciones de uso, sanitarios públicos y muchas veces hasta estacionamientos. Habrá que revisar en qué situación se encuentran las escuelas después de haber cerrado más de un año. Algunas han sido sometidas al saqueo y vandalismo. Para definir quienes serán los funcionarios de casilla, la autoridad electoral tiene todo un ritual en el que selecciona una letra al azar, que será la inicial del apellido de los ciudadanos elegibles para ser funcionarios; los visitan y van decantando entre quienes quieren y quienes pueden ser. Una vez que los seleccionan, se les invita para que se capaciten en la tarea que van a realizar. Es una labor de meses en la que la autoridad electoral logra un trabajo intenso y callado, a través de cientos de operadores electorales profesionales que terminan siendo los héroes desconocidos de este tipo de procesos. Como he dicho antes, todo este procedimiento tiene su origen en la desconfianza. En otros países ni por asomo es tan compleja la organización electoral. En California, por ejemplo, los ciudadanos no cuentan con una credencial para votar. Los mayores de edad que quieran votar simplemente lo manifiestan ante la autoridad electoral, expresando bajo protesta de decir verdad que son residentes del estado. La autoridad está impedida de solicitar su identificación y cuestionar la solicitud. Si lo hace puede ser acusada de discriminación. Todo es un asunto de buena fe. En correspondencia, el ciudadano manifiesta que dice la verdad. Si se acredita lo contrario, podría caer en el delito de perjurio con una sanción administrativa y hasta penal. Es decir, en otros países el sistema funciona con base en la confianza y la buena fe. Lo mismo sucede con la credencial para votar. La nuestra es única en el mundo. Tiene 16 candados de seguridad: tintas especiales, fotografías con patrones específicos, firma, diseños con figuras y líneas difíciles de imitar, microtextos, código QR, entre otras. En la casilla además hay un libro con el listado de los electores, con la foto de credencial para votar, de manera que pueda ser validada. No hay otra forma de identificación que permita votar si no es la credencial emitida por el INE. Al entregarla, los funcionarios marcan en su libro que ya se otorgó esa boleta, lo mismo que los representantes de todos los partidos que están vigilando que el proceso de cumpla cabalmente. Pura desconfianza. Se le entrega al ciudadano su boleta y deposita su voto. En teoría sin presiones ni coacción, para regresar a la mesa de la votación a recoger su credencial y ser marcado con tinta indeleble para que no vaya a votar nuevamente. La desconfianza en pleno. Se ve muy difícil cambiar el resultado de la elección masivamente en los centros de votación. Eso forma parte de la historia y mitos políticos del pasado reciente. Seguramente habrá irregularidades destacables, pero al parecer el problema ya no está en la casilla que será el lugar más vigilado del día de la elección, sino en la calle donde los lideres, promotores, mercenarios y vividores ponen a la venta votos a cambio de prebendas diversas. El lucro con la pobreza y el exceso de gastos de campaña son en este momento los retos del sistema junto con el combate al abstencionismo. La casilla será solamente el escenario de nuestro entusiasmo o desánimo. Lo mejor será que ahí se exprese con claridad la voluntad de los ciudadanos. Corresponderá a los partidos respetar el resultado. La democracia solo es posible si existen demócratas. No hay más.