JAIME DARÍO OSEGUERA MÉNDEZ En la Teoría Económica predominante en el mundo académico, se define la inflación como un aumento generalizado del precio de los bienes y servicios que se producen en una economía para un período determinado. Mientras más dinero existe en la circulación, tienden a aumentar los precios, principalmente cuando no crece la producción como ha venido sucediendo en la mayoría de los países del mundo. México no es la excepción. Lo que dicen los analistas más optimistas es que para este año, apenas podremos crecer un dos porciento. Los pesimistas ya hablan de un sexenio completo perdido, sin tasas positivas de crecimiento. Hace mucho tiempo que en nuestro país no nos preocupaba tanto la inflación porque había estado en niveles de control. En los ochenta esa fue la discusión central de las políticas públicas y marcó el destino histórico de los gobiernos de Echeverría, López Portillo, De la Madrid, Salinas y Zedillo. La manera de atacar el aumento de precios y no caer en la hiperinflación generó en esos sexenios todo un debate nacional y marcó una época, que tuvo entre otras consecuencias, la llegada de los economistas o “tecnócratas” al gobierno, en sustitución de los políticos tradicionales. El debate consistía en contener el gasto público excesivo que se había provocado con el aumento de los ingresos por los precios del petróleo, disminuir el nivel de deuda, restringir el circulante y no hacer que colapsara el gobierno. El viejo régimen tuvo la posibilidad de controlar la protesta social a un costo demasiado elevado porque millones de mexicanos cayeron en la miseria. Fue una década perdida por decisiones económicas complejas y controvertidas que a la postre fueron la tumba política del PRI. En medio de todo esto se encontraba el manejo de la economía para controlar la inflación. Cuando no aumenta la producción y se mantiene la masa monetaria en circulación suben los precios. Es relativamente sencillo: cuando hay escasez de jitomates, no hay en el mercado, pero sigue circulando dinero en la calle, suben los precios. La gente compara aunque estén mas caros, principalmente los artículos de primera necesidad. El aumento en los precios, provoca desequilibrio en los actores económicos que están invirtiendo o produciendo. Muchos de ellos se vuelven más cautelosos en sus decisiones porque no saben si al iniciar la construcción de una casa por ejemplo, va a subir el cemento, la varilla o los materiales en general, tal y como está pasando en este momento. El que va a vender, presiente que viene un aumento en los precios y busca un mejor momento para hacer una oferta. Quien tiene el dinero guardado, también se espera a ver cuales son las decisiones de los bancos y otros actores económicos para invertir o meter su dinero al sistema financiero. Este es el mecanismo que más usan los Bancos centrales, como en nuestro caso el Banco de México que, en esta misma lógica de controlar la inflación, aumenta sus tasas de interés de referencia, es decir con la que fondea a los bancos comerciales, para que quienes tienen dinero en circulación, se vean tentados a meterlo al banco buscando un mayor rendimiento y quienes van a comprar con interés, se restrinjan al ver que suben las tasas. El aumento del costo del dinero, es una decisión dolorosa para cualquier economía. El efecto en cualquier caso es que se detiene el crecimiento. Y en este contexto post pandemia, es lo más grave que nos puede pasar. A consecuencia del COVID se cerró la economía en el mundo, se paró la producción y no se han restablecido las cadenas de suministro, se restringen las exportaciones y, como consecuencia, los productos se vuelven más caros. Con la inflación se vuelven más conservadoras, prudentes o definitivamente se frenan las expectativas de los individuos y empresas lo cual provoca que se haga más lento el desempeño económico. La inflación además le pega directamente al poder adquisitivo de los ciudadanos y por supuesto afecta más a los que ganan menos. Si aumentan los precios, los trabajadores no van a comprar mañana lo mismo con los salarios de hoy porque los productos serán más caros. Va a alcanzar para menos. Este es el efecto más alarmante en el sentido económico y lo que deben cuidar los gobiernos. Disminuye sustantivamente la calidad de vida. Cuando aumenta la demanda de productos, porque la población no disminuye y la producción no crece debido a la recesión, entonces también tienden a subir los precios. En este caso, es una inflación que tiene un componente importado, es decir no todo se debe a problemas económicos del país. Además del COVID, la invasión de Rusia con Ucrania, ha provocado alzas en artículos que definitivamente ocupamos y que en muchos casos son importados, en particular el trigo, el acero, la gasolina. En todo el mundo hay inflación porque las cadenas de suministro de productos se detuvieron, en particular por la decisión de China de volver a cerrar sus fábricas proveedoras de insumos principalmente eléctricos, que son necesarios para muchas industrias en el mundo. El efecto es también el aumento de la inflación. Hay menos carros, porque se pararon las armadoras, la consecuencia es que han aumentado los precios de los carros y autopartes de camiones y se encarece el transporte de mercancías. El fondo grave para nosotros es la amenaza de la estanflación: estancamiento con inflación. Entre los economistas es uno de los peores escenarios posibles. México no va a crecer en el corto plazo, eso ya está claro. Ni siquiera va a volver a las tasas del sexenio anterior, tan vilipendiado y señalado. Menos va a crecer en este sexenio en todo su conjunto a más del dos o tres porciento. Pero, lo que si puede suceder es que se caiga más y que la inflación aumente como un impuesto perverso a la economía, con el que sin duda pierden los que no tienen o los que tienen poco o los que no pueden defenderse. Ojo porque cada vez es más grave. En eso deberían estar ocupados todos.