Jaime Darío Oseguera Méndez Dicen que los políticos más peligrosos no son aquellos que todo lo critican, sino los que todo lo adulan. En la médula de la democracia se encuentra el sentido crítico que permite disentir, opinar diferente. Recibir con prudencia la crítica sería una cualidad del gobernante. La crítica es consustancial a la democracia, porque las decisiones de la función pública se deberían construir a partir del reconocimiento de los diferentes. La pluralidad de las sociedades modernas, en todo caso es el resultado de haber vencido al autoritarismo y a la dictadura. Cuando un gobernante resulta electo por una mayoría tan significativa como la Doctora Sheinbaum y el respaldo popular a su proyecto resulta evidente, pareciera que ninguna crítica debería ser válida. No es así. Hoy ese segmento de la opinión pública que no coincide con la Presidenta electa, ha mostrado su preocupación porque ella, en el ejercicio de su derecho, se ha propuesto llevar a cabo lo que dijo en campaña: seguir el proyecto de López Obrador. Ganó la elección y tiene todo el derecho de hacerlo. Es cierto que causa inquietud o tal vez un poco de hilaridad, que la Presidenta electa salga a giras con el presidente saliente. López Obrador debería dejar que fluya el fin de su sexenio sin arrebatos ni exhibiciones de machismo político. Todo mundo sabe que ganó él la Presidencia por segunda ocasión, pero exhibirlo al hacer giras con la Presidenta electa, no le ayuda a ella. Al contrario, la debilita y le deja un muy pequeño margen de maniobra. Le resta credibilidad. Las giras son el exceso de la egolatría política. Ya se acabó la campaña. Ahora hay que elaborar con cuidado el plan de transición para saber qué requiere ajustes. Sheinbaum seguramente va a cambiar algunas cosas del proyecto Lopezobradorista. Es normal y hasta necesario, a pesar de que ella no ha dado luz suficiente sobre su estilo personal de gobernar. Deberá haber hasta un nuevo estilo hacer las cosas. Todos los gobernantes tienen la obligación de cortarse el cordón umbilical y ella lo hará en su momento. Sin embargo, no hay que esperar sobresaltos. El planteamiento de la campaña nunca fue contrario a las políticas del actual gobierno. Antes bien, siempre se le acusó de no deslindarse y de defender los intereses de la cuarta transformación. Por todo eso, nadie debería esperar que haya cambios en la iniciativa de la reforma al Poder Judicial planteada por López Obrador. Por mucho susto que pueda causar entre quienes razonan con conocimiento del tema, la iniciativa será aprobada. En el fondo subyace un asunto profundamente doloroso para el país: la percepción ciudadana sobre la corrupción e ineficiencia del sistema de justicia en México. Igual que todas las generalizaciones y las frases que generan lugares comunes, decir que hay corrupción en el sistema de justicia, puede llevarnos a percepciones inexactas, de las cuales se pueden derivar soluciones equivocadas. Como en la mayoría de las políticas públicas, el buen diagnóstico es obligado para las soluciones adecuadas. Para muchos ciudadanos la definición del “sistema de justicia” o el “acceso a la justicia” involucra a las instituciones de prevención en seguridad pública y procuración de justicia, que están en el ámbito del Poder Ejecutivo. Es decir, no hay una percepción completamente informada sobre el funcionamiento del sistema. Lo que vemos cotidianamente es impunidad, burocratismo, corrupción, excesos, que derivan en la falta de sanciones a quienes cometen delitos. Delitos de toda naturaleza, incluyendo los de carácter penal que tienen una cara más perversa y visible. Nos lastiman más. De manera que, justificar la iniciativa de elegir los jueces por el voto directo, a partir de la encuesta donde la población abierta expresa su deseo que reformar el sistema de justicia, es simplemente un pretexto. No es un diagnóstico, es una posición política. El sistema de justicia no está mal por la manera en que se elige a los jueces. Es una pésima hipótesis. Descartable de inmediato. Es como la vieja hipótesis de que los bebes los trae la cigüeña, alimentada por datos sencillos y comprobados: la población de bebes aumentaba al mismo tiempo que la de cigüeñas. La teoría está justificada con datos, pero muchos sabemos de siempre que las cigüeñas no traen a los hijos. Es una atribución falsa de causalidad. Los sistemas de impunidad, en plural, son producto de la economía política de la corrupción, es decir, de este vínculo antiguo y cada vez más profundo de la delincuencia con actores políticos y sociales que en conjunto generan impresionantes cantidades de dinero extraídos de la comunidad en diferentes formas: mordidas, licitaciones, evasión, impunidad en general. Pero ante el resultado de la elección, no habrá modelo ni razonamiento que cambie la forma de pensar de quienes, al ganar, atribuyen el respaldo popular al poder de sus ideas. El sistema de justicia tendría que refundarse desde la revisión y el fortalecimiento de todos los cueros de seguridad y procuración de justicia, que están rebasados y alienados por la delincuencia. No por nada el ejército está en las calles cumpliendo funciones de seguridad pública. Claro que hay corrupción en el Poder Judicial. No tanta como en las fiscalías o en los cuerpos de seguridad. Pero eso no se resuelve eligiendo a jueces por el voto directo. La Doctora Sheinbaum no va a cambiarle ni una coma a la iniciativa. Primero porque cree en ella y segundo porque es el deseo del Presidente. A lo más que podemos aspirar es a un periodo de transición, en el que se inicie por elegir a los Ministros de la Corte y se cambie la fisonomía de las élites del Poder Judicial Federal. Ya veremos los resultados. De ellos y su análisis, se podría desprender entonces si, si mejoran las cosas. No vaya a ser que estábamos mejor cuando estábamos peor.