JAIME DARÍO OSEGUERA MÉNDEZ He insistido que el país necesita partidos políticos fuertes. Hablamos en general de instituciones sólidas, capaces de prevalecer a lo largo del tiempo porque incentivan el buen desarrollo de una sociedad. Instituciones que generen cooperación y regulen la competencia, que promuevan el intercambio sancionando los abusos. Está altamente probado que las instituciones que reducen la incertidumbre son las que han promovido la prosperidad en la historia moderna. En el día a día nos dirigen: para saludar, manejar un carro, comprar en la tienda, casarse o participar de algún culto religioso. Como lo dice Douglas North a quien he citado antes “las instituciones definen y limitan el conjunto de elecciones de los individuos”. Sucede en todos los ámbitos de la vida. La política no es un caso aislado. Si en política no hay procesos electorales recurrentes, autoridades confiables, respeto al voto, organización electoral, padrones transparentes, partidos fuertes, entre otras cosas, se disminuye el incentivo a participar y se deteriora el sentido de competencia. Surgen así de manera natural los liderazgos voluntariosos, con frecuencia se imponen los cacicazgos, la demagogia y eventualmente la dictadura. Las instituciones fuertes en la política representan la posibilidad de que sean más importantes las ideas que los individuos. No hay forma de tener procesos electorales sin instituciones y partidos fuertes. He dicho también que eso no significa que tengan más dinero. Justamente al contrario, en la medida que sean más confiables, requerirán menos presupuesto para desarrollar actividades por las que no tienen que pagar. Tampoco se trata de ser ingenuos, la política es una actividad de elites. Los partidos, todos, son dirigidos por oligarquías y tal vez por eso está tan desprestigiada la actividad. Eso no impide que tengan un marco institucional que se respete. Justamente por eso se requieren reglas, sistema, métodos para que prevalezca la apertura y el incentivo a participar. Todo viene al caso por el abrazo y muestras de cariñitos entre los dos políticos más visibles en el momento para el PRI: Alejandro “Alito” Moreno, Presidente Nacional y Miguel Osorio Chong, Coordinador de los Senadores y ex secretario de Gobernación. Tal parece que se arreglaron y como dijo el filósofo “felices los cuatro”. Esta señal de que las principales cabezas en la oligarquía del PRI van zanjando sus diferencias, muestra la gran descomposición que sufre el tricolor. Lo tienen bien consolidado en el tercer lugar de las preferencias electorales nacionales, lejos, muy lejos del triunfo. Después de semanas de golpeteos, acusaciones, retos públicos, diferencias privadas, encuentros y desencuentros, Alito y Osorio se abrazan como si a alguien más que a ellos les importara. Justamente lo que exhiben es que en el PRI, la falta de respeto a las reglas institucionales, ha deteriorado la vida del partido. Si se mientan la madre y después se besan ¿es en beneficio del PRI? ¿sus abrazos mejoran las preferencias electorales? Ambos personajes son causa y consecuencia de los vicios del partido en los últimos años. Se abrazan para decir que están juntos ¿y eso qué? Nadie entiende cómo beneficia al desarrollo institucional del PRI que dos de los grandes referentes de su debacle, ahora aparezcan juntos a lanzar un claro mensaje: nosotros vamos a repartir los despojos. Somos los dueños de lo que queda, administraremos la derrota, vamos por las pluris y le sacaremos jugo al cascarón. La “pax mafiosa” se define como el acuerdo en el que las mafias, grupos criminales o clandestinos, se respetan entre sí en determinados territorios, para no agredirse mutuamente en el afán de que florezcan sus actividades. Si describimos la paz como el escenario en el que no hay violencia, el acuerdo de no agresión sirve para no llamar la atención de otras bandas o del propio gobierno en el caso de la delincuencia organizada. En la política también existen este tipo de acuerdos entre quienes se reparten el poder. Lo único que hacen es acabar con la institución porque no hay reglas sino voluntades. No tienen oposición porque se están quedando solos. Se equivocan porque el PRI es más que sus acuerdos y aunque no les importe porque no hay principios, el PRI bien podría resistir desde abajo, desde la militancia, las consecuencias de su soberbia, egocentrismo y voracidad política, porque al nivel municipal la gente se organiza en torno a sus proyectos y propósitos. Se tenían que haber reunido para fortalecer la institución. Lo que se requiere es un acuerdo para renovar la Dirigencia del partido y los sectores nacionales de cara al proceso nacional y abrir de una vez por todas la lista plurinominal nacional y en los estados. Se hubiera recibido de maravilla una línea de acción legislativa clara sobre los principios que defiende el PRI para que la entiendan los legisladores en los estados, quienes terminan de lacayos, siendo cortesanos de los gobernantes en turno. No. Sólo se abrazaron para hacer sentir que pueden llegar a acuerdos y que se respetan. Nadie les cree. Ni entre ellos mismos. Contrario a lo que piensan muchos, el PRI debería fortalecerse institucionalmente para aportar al desarrollo político del país. La cuota por los errores se encuentra pagada. El PRI perdió el poder por representar amplios sectores y prácticas de corrupción en el país. Pero justamente el partido no son las personas. Este debería ser el momento para una renovación completa de la Dirigencia Nacional; pausada pero integral antes de la elección del 2024. Lo más que puede pasar es que quienes quieren hacer en política se acerquen a participar de procesos abiertos rumbo a candidaturas que ofrezcan opciones opositoras a Morena que ya empieza a sufrir su desgaste. Si en el PRI donde todavía hay experiencia y capacidad de gobierno, no se dan pasos hacia mejores prácticas, si no es un partido institucionalmente fuerte, honestamente no veo quien vaya a detener a Morena en décadas.