JAIME DARÍO OSEGUERA MÉNDEZ Emilio Lozoya es el emblema más logrado de la gran corrupción que afecta a nuestro país. No hay forma de ocultarlo. Vivimos un escenario donde desde el de arriba hasta el de abajo tienen sistemas, procedimientos, medios, expectativas e incentivos para hacer que existan, perduren y se puedan perpetuar diversas formas de corrupción. Lo de Lozoya es oprobioso porque establece un vínculo entre la clase política con empresas nacionales e internacionales, en torno a proyectos que a todas luces fueron un fraude para México, como la compra a sobre precio de la empresa de Agronitrogenados, que desde el principio debió ser improcedente. Por supuesto que lastima nuestra inteligencia, la de un país con tanta creatividad, gente preparada y una sólida tradición intelectual, que hayamos sido gobernados por una pandilla de pillos, independientemente del partido al que pertenezcan y que incluso una gran parte de esa “plural” clase política se vea involucrada en temas de sobornos. Hasta el momento sólo han sido chismes y señalamientos indefinidos o meras presunciones. Todos esperamos que del juicio a Lozoya salgan expedientes que castiguen el saqueo del que hemos sido objeto. Como van las cosas no parece ser así. Tenemos un sistema de justicia que privilegia el acuerdo por encima de la búsqueda de la verdad; la justicia sujeta a la política. Cómo no va a estar desprestigiada la clase política, si con la mitad que se dice que hicieron, sería suficiente para que no volvieran a poner un pie fuera de la cárcel en toda su vida. No va a ser así. Sin embargo muchos están libres y Lozoya parecía estar a punto de salir. Afortunadamente se ratificó su prisión preventiva, ante el riesgo inminente de que se de a la fuga. Aún con esa buena noticia de su permanencia en la cárcel, las implicaciones del juicio son diversas. Por lo menos ha tenido varias “victorias” jurídicas en su defensa lo que implica al menos dos posibilidades: un pacto con él para que quede libre a cambio de información que va a servir electoralmente en el futuro inmediato, lo cual es una forma de corrupción también. En este supuesto no importa la justicia ni la verdad, sino ganar el poder a través del desprestigio. La otra posibilidad es que la propia autoridad no haya integrado debidamente los expedientes para someter a Lozoya a juicio y como consecuencia pueda salir en cualquier momento. Es también una forma de corrupción originada en la omisión y en la ignorancia o en la combinación de ambas. Que el Poder Judicial Federal se encuentre presto para atender los alegatos de Lozoya puede hablar de su gran responsabilidad para impartir justicia pero siempre nos deja un mal sabor de boca que casos tan evidentes, ominosos, oprobiosos, groseros de corrupción no deriven en castigos ejemplares y simplemente se diluyan en la medida que alguien decide que ya no sean motivo mediático, político o electoral No se ha prestigiado la Fiscalía de la República por atender con independencia los asuntos penales. El uso político de la justicia también podría ser una forma de corrupción. En otros países, ha sido el mecanismo por excelencia para que se distingan los presidentes entre sí. De manera que cuando alguno ejerce acción penal contra otro, su sucesor queda marcado por esa medida; lo condiciona y ejerce presión para que en el siguiente período se haga lo mismo. Lozoya se ha apegado al Criterio de Oportunidad, que faculta a la Fiscalía a no ejercer acción penal sobre ciertos delitos. Originalmente se estableció como un mecanismo para no perder el tiempo en delitos menores en los que la falta de su persecución no afecta el interés público. Hoy ha sido usada como una forma de obtener información importante de delincuentes que están dispuestos a salvar el pellejo delatando o mintiendo sobre su proceder. Habrá que tener cuidado y observar con detenimiento cual es la información que puede aportar Lozoya, en sus desesperación por salir y qué nivel de confianza se le puede atribuir. Se le acusa por algunos delitos relativos a sobornos derivados de la participación de empresas en la campaña del 2012 cuando Enrique Peña ganó la Presidencia. Sin embargo, en su estancia como Director de PEMEX, no me alcanzo a imaginar la cantidad de cosas indebidas que pudieron haber permitido esos angelitos. Puede además delatar a otros que seguramente estarán muy pendientes de su proceso. Se sabe que Odebrecht tuvo contacto con muchos funcionarios e hizo obras en diferentes lugares de la República. Está pendiente saber si hay implicaciones de la constructora brasileña con otras obras importantes en el país. Por supuesto que hay que referirse señaladamente a la construcción de la Presa Francisco J. Mújica en nuestro estado, que terminó costando mucho más de lo que originalmente se presupuestó. Aquí no se ha dicho nada por parte de la Auditoría Superior, por lo que parece que no hay señalamientos. Ojalá ese sea el resultado, porque esos brasileños están señalados de pagar sobornos en todo el continente, a menos que aquí las corundas hayan tenido otro efecto. Emilio Lozoya tiene que responder por el grave desfalco a la mejor empresa del país. Muy peinadito y educado en Harvard, Lozoya el junior, representa la parte más deleznable de la cultura política mexicana: el exceso y el cinismo. Exhibe nuestro tercer mundo y por eso deberá recibir un castigo ejemplar de acuerdo con la norma. Aunque cante o lo hagan cantar. PEMEX no puede seguir siendo el juguete de los presidentes en turno. Es la empresa que ha mantenido fiscalmente a México. Y ha sido tan generosa la industria petrolera que no se la han acabado los políticos, sus directores, el sindicato, los huachicoleros, las empresas extranjeras ni los ignorantes. De veras que es una extraordinaria empresa.