Jaime Darío Oseguera Méndez Desde niño sentí una especial admiración por la Revolución Sandinista. Heroísmo. Es lo que describe la acción política contra una dictadura. De la naturaleza que ésta sea, las dictaduras están cortadas con la misma tijera. Las describen los mismos adjetivos, son despóticas, asesinas, intransigentes, totalitarias, crueles, corruptas, insaciables. Eso describe al período de gobierno de Anastasio Somoza, contra quien el Frente Sandinista de Liberación Nacional luchó hasta derrocarlo, aún con el apoyo de los Estados Unidos y la oligarquía centroamericana. Se puede estar a favor o en contra de los gobiernos socialistas pero la valentía de un pueblo por quitarse el yugo de una dictadura, siempre es admirable. Una guerrilla se puede justificar cuando se convierte en el único medio para derrocar a un tirano y transitar hacia un régimen político abierto, competitivo, con libertades de expresión, de asociación; con partidos y fuerzas políticas que tienen la posibilidad de competir en elecciones regulares; con árbitros independientes, dejando que sea la voluntad popular quien decida el rumbo de un país eligiendo a sus gobernantes. El menos malo de los sistemas políticos es la democracia liberal. Es una frase que le atribuyen a Churchill. Nos cuesta mucho trabajo pensar en que haya otro sistema que satisfaga la necesidad de representación de sociedades plurales como las que tenemos ya bien entrado el Siglo XXI. Es lamentable que se pretenda imponer rutas autoritarias, que cancelan la posibilidad de alternancia en elecciones libres Sin embargo la democracia liberal no ha resuelto el gravísimo problema de la desigualdad y sus lamentables consecuencias de pobreza y marginación. Millones de pobres deambulan, se reproducen y mueren en los países “democráticos”. Por eso resultan apetecibles los sistemas cerrados, autoritarios, como el que pretende implementar en Nicaragua Daniel Ortega y lo que queda del Frente Sandinista que le arrebató el poder a Somoza. Ese mismo heroísmo lo relata maravillosamente Gioconda Belli, quien muy probablemente es la mayor poetiza latinoamericana, en su libro “El país bajo mi piel”. Belli narra detalladamente su vida en la Revolución Sandinista y las atrocidades, persecuciones, homicidios y exilio del que fueron objeto los enemigos del Régimen Somocista. Hoy Nicaragua parece estar sufriendo la misma locura. Ortega ha encarcelado a sus opositores políticos para que no participen en las elecciones, provocando una lamentable ola de violencia en esa república hermana. “Le han dado prácticamente el tiro de gracia a la solución democrática y pacífica que tenían los nicaragüenses para conseguir paz y libertad en este país", dice Vilma Núñez una antigua defensora de los derechos humanos en Nicaragua que originalmente luchó con los sandinistas para derrocar el viejo régimen. El país se sigue polarizando. Desde el régimen se plantea una ruta hacia una sociedad más igualitaria por la vía del socialismo, lo cual en sí mismo no es un problema. El asunto es que, a diferencia de la época de Somoza hoy Daniel Ortega quiere proscribir a la oposición encarcelando a los principales líderes. Los verdaderos demócratas perseguimos el ideal de un mundo más igualitario, pero en el fondo la ruta más conveniente es que el pueblo decida. Ya a finales de los 80, Ortega y el Sandinismo fueron a elecciones libres en las que perdieron el poder cuando resultó electa Violeta Chamorro. Dejar el poder fue un ejemplo de alta moral revolucionaria que en ese momento me hizo admirar más al Sandinismo. Su regreso al poder ya en el Siglo XXI ha estado marcado por señalamientos de corrupción y autoritarismo. Lo mismo por lo que el Frente Sandinista de Liberación Nacional peleó contra el dictador. La mitad o una buena parte del país, que aún recuerda los días cruentos de la guerra civil, no quieren un régimen pro comunista tropicalizado a Centroamérica. La otra parte apoya a Ortega. No será un desenlace sin violencia, para desgracia del pueblo nicaragüense. El Poder Judicial no tiene autonomía para hacer contrapeso a la Presidencia de Ortega quien encarcela a sus opositores, sean políticos, empresarios, periodistas o cualquiera que piense diferente, con el argumento de ir hacia una sociedad más igualitaria. Un país en el que el ejecutivo absorbe, domina y amenaza al Poder Judicial se convierte en candidato idóneo para la dictadura. El uso político del derecho penal, nos dice la historia, es el preludio de la cancelación de las libertades. Y donde eso sucede, surge el tirano. Es su escenario natural. La crisis política, lo único que ha provocado es acentuar la pobreza. En condiciones de esa naturaleza por supuesto que no fluye la inversión, ni el turismo y la base productiva se deteriora a pasos agigantados. Igual que en México millones de personas viven solamente de las remesas de los migrantes que se encuentran en Estados Unidos o en Costa Rica a donde ha llegado una multitudinaria oleada de nicaragüenses huyendo de la violencia que genera la disputa política. Daniel Ortega busca la reelección en fórmula con su esposa como Vicepresidenta, después de ostentar el poder durante 15 años. De seguir así seguramente estarán en la ruta de una guerra civil y surgirán otros actos heroicos, ahora en contra de los antiguos íconos de la Revolución. No hay otra forma de evitar este tipo de confrontaciones sin una gran reforma social en nuestros países. Hay que evitar que la gente prefiera morirse de un balazo a morirse de hambre. Sin acceso a la salud, en condiciones miserables de alimentación y con sistemas educativos que no transforman al ser humano, sino que lo condenan a morir pobre si así nació; sin posibilidades de movilidad social, en el desempleo, la informalidad y la violencia de las zonas urbanas. Con altos niveles de corrupción y encima de todo sin libertades públicas. La elección legislativa y presidencial es el primer domingo de noviembre de este año. Queda tiempo para recomponer el camino. Ojalá lo hagan sin derramar más sangre del ya muy sufrido pueblo hermano nicaragüense.