JAIME DARÍO OSEGUERA MÉNDEZ ¿Qué es lo que motiva más protestas en Morelia que en otras capitales del país? ¿Por qué en Querétaro, León, Aguascalientes o San Luisno existe esta dinámica que vivimos los Morelianos y quecada vez es más persistente? ¿Estamos destinados a vivir así? ¿Es un problema genético? ¿Hay forma de salir de esta dinámica de vida? ¿Es normal? Son preguntas con las que nos queremos explicar nuestra condición política, las razones históricas de las disputas entre grupos y organizaciones en su relación con los gobiernos. Tampoco está claro lo redituable que resultan para algunos personajes estos movimientos. Al mismo tiempo que tenemos la sospecha de que hay quien vive de estas manifestaciones, observamos las demandas legítimas por las reivindicaciones de igualdad, mejoras de salarios, cumplimiento de promesas y un sinfín de explicaciones que en su conjunto, por muy racionales que sean, entendibles o justificables, son absolutamente inaceptables cuando se nos presentan en el día a día. Ya existe el pretexto de gobiernos insensibles, del régimen cerrado, autoritarios, a los que se les atribuía la falta de atención y solución a los problemas. Por lo menos esa fue la expresión de grupos sociales que durante mucho tiempo atribuyeron a gobiernos de otros partidos políticos las causas que originaban la protesta. Hoy no aplica. No estamos haciendo juicios sobre las demandas que pueden ser legítimas, legales o ilusorias, sin fundamento o francamente utópicas y por lo tanto irresolubles. Lo que debemos plantearnos es quién, cómo y cuándo tiene que resolver ese planteamiento de fondo. La protesta callejera que se refiere a la “toma” de calles, carreteras, el cierre de pasos peatonales, vías del ferrocarril, se ha convertido en el elemento por excelencia para plantear demandas. No parece haber de otra. Es tan socorrido que no sólo lo hacen los profesionales. Cuando se presenta al nivel del barrio, la escuela, centro de trabajo, la referencia siempre es la misma: vamos a tomar. Aquí no hay improvisados; todos nos volvimos profesionales de la protesta. Es el mecanismo por excelencia para hacerse escuchar. Lo grave es que la protesta va contra el ciudadano de manera directa, asumiendo que la autoridad, cualquiera que esta sea, volteará a resolver las demandas. Entonces ya no se toman las oficinas, porque es absolutamente fatuo, no tiene efecto. Tampoco es suficiente exhibir malestar, manifestando públicamente la oposición, inconformidad o reclamo ante cierta injusticia, no: hay que ir contra el ciudadano para generarle fastidio, perjudicarlo, molestarlo y eso provoque que el gobierno atienda. Pero la causa, que es la demanda (justificada o no) contra el gobierno, no produce el efecto (que lo atiendan). No. Su efecto es enfrentar a los ciudadanos. Martirizarlos. Exprimir cada gota de su paciencia, su tiempo. Nos exhiben indefensos. Es inútil cualquier expresión de dolor. No hay nada que impida que la protesta (justificada o no) continúe. Ni las ambulancias, el paso de enfermos, las necesidades personales. No. Primero la protesta. Y para los que la presiden, los protestantes, está bien y puede ser hasta justificable: mejor educación, salarios dignos, medio ambiente más sano, equidad de género, alto al feminicidio: ¿Quién puede estar en contra de estas demandas? Entre tanta protesta se ha vuelto imposible distinguir entre buenos y malos; legítimos y espurios; demandas reales o ficticias y los genuinos de los vividores. Hay todo tipo de causas: campesinos, maestros, estudiantes, ecologistas, indígenas, ciclistas, colonos; sindicalizados o pertenecientes a diversas organizaciones. Algunos de sus planteamientos tienen solución por tratarse de problemas concretos, específicos, reconocibles como la falta de tal o cual servicio público. Muchos no. Otras tienen la vista puesta en el futuro electoral inmediato, quieren recordarle a los gobiernos, de cualquier nivel, que son de los mismos, que se apoyaron mutuamente y que es el memento de pagar promesas y cumplir compromisos. He sostenido a lo largo del tiempo la hipótesis de que las elecciones competidas, como las que hemos experimentado en los últimos años, provocan la necesidad en los candidatos de acercarse a grupos de diversas ocupaciones, posiciones fuerza y posibilidades. Este afán de competir exitosamente para ganar, lleva a ofrecer tratos financieramente incumplibles. Ese es el punto. En algunos casos no hay atención y en la mayoría no hay dinero, así de simple.Eso no quiere decir que la democracia y la alternancia sea negativa, mala o contraria a la estabilidad. No hace falta disposición, sino dinero. Se piden mas plazas, que se ofrecen sin respaldo financiero, que más tarde no van a tener pago y generan otra inconformidad. En materia de educación es aún más claro que las autoridades se han beneficiado de la protesta y que deriva en acuerdos jugosos para la autoridad a ciertos niveles y los sindicatos a los que les caería bien también una buena auditoría. Es un barril al que ya le encontraron el fondo. La gallina mágica ya no produce huevos de oro y los que da, cada vez alcanzan para menos. Todos lo saben: protestantes y cuestionados, pero hay que recordarlo a través del ciudadano, agredirlo, limitarle su movilidad, quitarle su tiempo, provocarlo, hacerlo infeliz para que se pretenda resolver lo irresoluble. En resumen, estamos hasta la madre. Paros, tomas, plantones, cierres, agresiones, mentadas de madre (justificadas o no) y qué hace la autoridad (de cualquier nivel): cierra las calles para iniciar obras que nunca termina y, en el fondo, para hacerle la vida más difícil, imposible al ciudadano: al maestro que si va a clase, al taxista que tiene que sacar la cuenta de transporte, al enfermo que no llega a su cita, al carnicero que no vende o al comerciante que no recibe a sus clientes.Así vivimos, en medio del caos. Tal vez sea mejor decir, así sobrevivimos en esta maravillosa ciudad.