Jaime Darío Oseguera Méndez Tal y como se esperaba, a consecuencia de la pandemia, empiezan a aparecer diferentes indicadores sobre el deterioro de los niveles de bienestar en la población. Esta semana se dio a conocer por parte del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social Coneval, el estudio anualizado de la evolución del ingreso laboral de los mexicanos con resultados que vale la pena destacar. Este indicador identifica a la población que no tiene suficientes ingresos para comprar la canasta mínima alimentaria que se compone de leche, pan, arroz, huevo, queso, pollo, carne, frutas y verduras en porciones que cubran las cantidades mínimas de proteínas, fibras, carbohidratos y minerales que un individuo necesita para sobrevivir. La definición de la canasta puede ser discutible y hasta arbitraria, pero pone una línea para saber quiénes se encuentran por debajo de los niveles mínimos de subsistencia. Este indicador de la pobreza laboral, tiene como referencia exclusivamente los ingresos derivados del salario, sin considerar otro tipo de recursos que pueden recibir las personas como subvenciones en especie, transferencias o subsidios monetarios, remesas, que muchas veces complementan el ingreso de las personas y las familias. Lo que presenta el Coneval mide el período de la pandemia, comparando el primer trimestre del 2020 con el de este año. Lo dramático del asunto es que se muestra que aumentó la pobreza laboral cuatro puntos porcentuales en el último año, al pasar de 35.6 a 39.4%. Esto es “el porcentaje de la población que aún si hiciera uso de todo su ingreso laboral disponible en el hogar, no podría adquirir los productos de la canasta básica” según el reporte. En eso consiste el drama: cuatro de cada diez mexicanos no tienen ni siquiera para comer de acuerdo con su nivel de ingresos. Ese debería ser el centro de la discusión y el debate en las campañas políticas y la esencia de nuestras reflexiones o por lo menos de quienes toman las decisiones ¿Qué vamos a hacer? ¿Cuáles son las salidas? El reconocido aumento en los niveles de inflación en este período también influye. El estudio dice que hay una disminución del ingreso laboral real. Cuando aumentan los precios de la canasta básica por encima del salario, se deteriora más la capacidad adquisitiva y eso afecta más a los trabajadores pobres. Ante el cierre de los negocios que generó la pandemia, la población ocupada tiene menos ingresos; si además aumentan los precios de la canasta básica, el ingreso real viene hacia abajo. Eso es exactamente lo que observamos en el último año. Todo parece indicar que, con el control de la pandemia, cuando esto suceda, llegaremos al final de ese ciclo, esperando que surja en los próximos meses una tendencia a la alza. Lo cierto es que el estudio del Coneval exhibe sobradamente lo que vemos y escuchamos en el día a día: el aumento de la línea de pobreza extrema por ingreso. Revertir el deterioro del ciclo económico y retornar la ruta del crecimiento es el único mecanismo para lograr mejores niveles de ingreso y disminuir la pobreza laboral. Es inexacto pensar que la provisión de algunos subsidios a la población pobre, a través de programas sociales, revierte este ciclo. Ciertamente aumenta el ingreso disponible de las familias pobres con programas que entregan dinero directamente, pero la economía tiene que volver a crecer porque si no ese dinero tarde o temprano se va a acabar. Solamente aumentando la producción será posible enfrentar el gravísimo problema de la pobreza laboral. Hay toda una discusión sobre el destino que tienen esos programas y el efecto positivo o no en la población marginada. Lo cierto es que la economía tiene que volver a crecer, procurando la reapertura de las fuentes de trabajo que se perdieron. No hay otra. La Coparmex ha dicho que la pandemia acabó con más de 70 mil empresas pequeñas y medianas, de las cuales un buen porcentaje no reabrirá. La reactivación económica tendrá que contemplar está economía de guerra, particularmente en el sector servicios que es el más afectado y del que vive la mayoría de la población por lo menos en Michoacán. La pobreza laboral, sigue diciendo el estudio, aumentó en veintiséis de las treinta y dos entidades de la república destacando cuatro con los mayores incrementos en pobreza laboral: CDMX, Baja California Sur, Quintana Roo y Tabasco. Los tres primeros claramente derivados de la disminución en el turismo y los servicios. El sector informal que también cuenta y ha sufrido por la pandemia. Está más que acreditado que los empleos que ahí se generan y se pierden, al final del camino han sido un paliativo para detener el deterioro de los niveles salariales en México y en el mundo. La gente con menores ingresos es la más afectada. Obviamente en la medida en que los niveles de ingresos son menores, cualquier cambio es más significativo en los marginados. La cosa esta así en el país: hoy casi el setenta por ciento de la población ocupada gana menos de dos salarios mínimos mensuales. El ingreso laboral real promedio de la población ocupada no llega a 4,500 pesos, donde hay una brecha de discriminación en la que los hombres ganan en promedio 850 pesos más que las mujeres. Esos son nuestros problemas reales. Esas deberían ser nuestras discusiones actuales. Ahí está la búsqueda de respuestas y justamente ahí es donde no vemos a los candidatos lanzando sus propuestas. Seguramente la traerán como los magos y prestidigitadores, escondida debajo de la manga.