Jaime Darío Oseguera Méndez Hace treinta años se publicó mi primer artículo en La Voz de Michoacán el miércoles 26 de enero de 1994. Lo titulé “La juventud ante la patria. El acercamiento al conflicto mexicano de un joven en el extranjero.” Acababa de cumplir 22 años y estaba recién egresado de las carreras de Derecho y Economía en la Universidad Michoacana. Lo escribí en Boston donde estudiaba aspirando al programa de Maestría que posteriormente pude realizar en la Universidad de Wisconsin. El primer día de ese año estalló la rebelión del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional que de inmediato despertó un gran interés, curiosidad, además de cierta empatía y admiración por el movimiento en el ámbito internacional, principalmente en las universidades. Se sentían venir momentos de cambio. La rebelión de Chiapas del 1994 provocó una reflexiva preocupación entre quienes, interesados en la política, veíamos incierto el panorama del futuro inmediato del país. Así lo describí: “despertar de la complacencia o sueño de tener un país del primer mundo, a la realidad que presentaba un México que todavía comparte en gran medida los problemas del tercero, subdesarrollado, pero en evolución constante, es el primer punto para analizar objetivamente la señal de advertencia que ha puesto en los primeros días de este año a nuestra patria, en el primer plano de las noticias del mundo.” El presidente Carlos Salinas acababa de lograr el gran éxito de la aprobación del Tratado de Libre Comercio y la economía crecía con privatizaciones que trajeron montañas de inversión privada nacional y extranjera. Aún siendo el inicio de un despegue económico con buenas señales por la apertura comercial, la desigualdad se exhibía galopante y el régimen político cerrado. Treinta años después el Tratado de Libre Comercio ha desarrollado al país, sepultando las críticas sobre su utilidad por ser uno de los instrumentos más importantes para el desarrollo mexicano. México sería más pobre y desigual sin el TLC. A pesar de lo anterior la desigualdad sigue siendo profunda. Una decena de los hombres más acaudalados del país, tienen la riqueza que equivale a la mitad de la población más pobre. Ese fue el grito doloroso de Chiapas hace tres décadas. La modernidad no se mide por los más avanzados sino por los de atrás, los desprotegidos. No hay primer mundo en la miseria. Así lo escribí y lo suscribo ahora “vistas las cosas desde el extranjero, a pesar de ser más angustiante, nos permite tener una visión diferente, sin duda menos influenciada por las circunstancias. Particularmente interesante es el hecho de que grandes espacios ha ocupado en el ambiente académico, así como en los medios electrónicos y prensa escrita, el México ensangrentado por los enfrentamientos que ponen en evidencia la división profunda entre el país “moderno”, urbano, industrial, con bajas tasas de inflación, así como finanzas públicas sanas y el México bárbaro, rural, empobrecido y confrontado.” En ese momento, el estallido de Chiapas, que fue militarmente controlado, traía aparejada, intrínseca la necesaria apertura política del viejo régimen; lo viví de la siguiente manera: “más que una falta de sensibilidad cultural hacia las etnias y grupos sociales más desprotegidos, este aviso (la rebelión del EZLN en Chiapas) debe asumirse con una aguda visión política, sin diligencias, para así iniciar la construcción del puente que consolide los diversos Méxicos en uno sólo. Ese puente es la democracia.” Carlos Fuentes describió al 1994 como “el año que vivimos en peligro” pero si algún momento específico de ruptura podemos señalar en la historia reciente es ese año , cuando todos entendimos, incluido el gobierno en turno, que había que cambiar el régimen político. Era una urgencia y una exigencia después de la irrupción del EZLN, las muertes de Colosio, el Cardenal Posadas, Francisco Ruíz Massieu y en año de elección Presidencial. La pregunta surge: ¿Es suficiente la alternancia para pensar que tenemos un mejor sistema político? No. Falta construir en este gran mapa los nuevos destinos de nuestra democracia. No basta cambiar de personas o colores, sino de vicios y perversiones. Treinta años después volteamos a Chiapas y el tiempo no se ha movido. Las poblaciones donde viven los pueblos indígenas no viven mejor. Los mismos caciques gobiernan desde antes, lo hacían en el 1994 y sus hijos ahora. Las zonas zapatistas tuvieron éxito político, pero se mantienen como un espacio de reserva territorial en aislamiento y marginación. Todos los gobiernos desde entonces entregaron el control político de bastas zonas del sureste a los colectivos zapatistas sn desarrollo económico. Será necesario analizar si viven mejor los indígenas de esos colectivos que no son ejidos ni municipios sino utopías y como tal, no resuelven los problemas de la gente. Hoy las noticias de Chiapas se concentran en graves enfrentamientos entre comunidades que hipotéticamente defienden dos posturas, pero no ideológicas sino delictivas. Vemos linchamientos, secuestros, desapariciones y violencia generalizada en Chiapas. Tráfico de armas, drogas, personas. Entonces cambió el régimen político, se hizo visible la necesidad de una mirada distinta a nuestros pueblos originarios, pero hoy por hoy no viven mejor. Ni allá ni acá y, antes bien, están asolados ahora por otra desgracia: la violencia generalizada. Hoy suscribo lo que dije hace treinta años: “no se necesita ser erudito para darse cuenta que los rebeldes en Chiapas no están interesados en la toma del poder de la nación. Sencillamente, quieren que el sistema y su reforma económica, finalmente se acuerden que ellos, como muchos otros, también forman parte de este pluricultural país. Quieren ser tomados en cuenta y recibir el respeto y la dignidad que se merecen.” Treinta años después lo reitero: más economía y menos política. Gracias a La Voz de Michoacán, a don Miguel Medina, a su esposa Chelita, a Gigi, Miguel, Álvaro y Alonso, que me han permitido esta maravillosa oportunidad.