Jaime Darío Oseguera Méndez La costumbre es un uso repetido. Es la habituación de una conducta adoptada por una comunidad que con base en la persistencia, se vuelve parte de la cultura; la admite y la acepta como “normal” un grupo social. La costumbre es la base del derecho. Es profundamente poderosa porque tiene raíces hondas en la cultura; es la derivación de un hábito. Con base en la costumbre, pueden cambiar las leyes, interpretar su contenido o imponer formas de actuar “informales” que suplanten a la ley. Es más común obedecer a la costumbre que los ordenamientos legales. Nos hemos “acostumbrado” a la pandemia, a un grado que ya vemos como normales muchas de las cosas que nos están sucediendo y que de ninguna manera deberíamos aceptarlas como parte de nuestro paisaje. ¿Y si mejor nos quedamos asi? Con la costumbre del miedo, la simulación de pretender que hacemos sin hacer; fingimos que cumplimos con nuestros protocolos y compromisos pero la pandemia se sigue extendiendo. Será que debemos habituarnos al miedo de la muerte y a perder a nuestros amigos aquí y allá de manera cada vez más regular. Ya tuvimos elecciones en medio de la pandemia. Hubo campañas, votaciones y están tomando protesta las autoridades electas, como parte de esta habituación a seguir con la vida normal dentro de la pandemia. Pareciera que no es necesario salir de la pandemia. Estamos haciendo nuestra vida normal. No parece que nos tengamos que esforzar más ni cuidarnos o tener las precauciones debidas. Ya estamos viviendo así, acostumbrados a la tragedia. Y una buena parte de la población sin vacunarse. ¿Y que tal si seguimos dos o tres años encerrados y medio saliendo de casa? Fingiendo que no pasa nada y preocupados por nuestros enfermos o muertos sólo cuando desgraciadamente los hay. A final de cuentas ya lo vemos como normal. Cuando llegamos a algún lugar ya no sabemos si saludar o no; si lo hacemos con el puño o con la mano extendida. También la incertidumbre sea vuelto regular. Se ha vuelto una costumbre el uso de cubre bocas y tal vez dentro de todo lo malo de este período, el cuidado y la limpieza personal sean la gran noticia y la mejor costumbre. Ojalá aprendamos a tener una higiene extrema, permanente, como enseñanza ominosa de esta maldita pandemia. ¿Y qué tal si seguimos con la educación virtual? El Gobierno del Estado, en mi punto de vista ha tomado una decisión adecuada al posponer el reingreso a clase presencial hasta en tanto no ceda un poco la tercera ola de la pandemia y también en tanto no sepamos cuales son los efectos de las nuevas cepas en la población que no está vacunada, particularmente los menores. Las escuelas además no están en condiciones para recibir higiénicamente a los alumnos. No todas. Habrá que ser solidarios con el uso y provisión de cubre bocas, gel antibacterial, y utensilios de limpieza en general. El sector educativo no cuenta con presupuesto para estas cuestiones. La comunidad proveerá. No hay otra. Pero ya nos estamos sintiendo cómodos con la idea de que los chicos tomen clase desde su casa, sin saber sus niveles de aprovechamiento, la capacitación de los maestros y el estado pedagógico real que guarda el sistema educativo. La socialización de nuestros hijos es irremplazable y el contacto con los demás es formativo. Sólo que se tiene que dar en condiciones de mínimo riesgo. Pasarán muchos años para saber el impacto de la pandemia en la educación de los mexicanos, medida ésta como la creación de capacidades y habilidades en los individuos para hacer frente a la cotidianeidad, no sólo al mercado de trabajo, sino a la vida real; nuestra capacidad de comprender el mundo y, por ese conducto, emanciparnos de prejuicios, convenciones y atavismos religiosos, políticos o ideológicos en general. ¿Y por qué no seguimos así? Esperando eternamente “a que pase la pandemia” para ver si podemos viajar, convivir, estar cerca de los que uno quiere, sin temor a que en la plaza publica, en el transporte colectivo, el mercado o en la calle en general surja el nuevo contagio. No podemos seguir a la espera de abrir un negocio o reabrir y recuperar los que cerramos por el temor de que vuelva a haber un cierre de las operaciones, y surja, como esta sucediendo en nuestros días, un rebrote u otras nuevas cepas, desconocidas y mas agresivas. El gobierno no puede cuidar individualmente a toda la población. Suponiendo que quisieran hacerlo es imposible. Su tarea a cualquier nivel será disponer el marco necesario para que haya vacunas, que han ido aplicándose muy lento y que se regularicen las jornadas de vacunación. Sin festejos, ni política. Sólo que vacunen a todos. Ya. El punto de la ironización es el siguiente. El gobierno en todos sus niveles debe asumir su compromiso con la parte que le corresponde, particularmente el federal con la distribución de vacunas a nivel universal. Ebrard hace unos días festejaba que ya se han aplicado a la mitad de la población, lo cual es una locura. ¿Qué festejan? Mientras no haya vacunas para la otra mitad y las segundas dosis, entonces nos “acostumbraremos” y estaremos “tranquilos” con que la pandemia siga. La población debe poner de su parte. No es posible bajar la guardia. Los que no se han vacunado; los que no se cuidan o quienes no tienen interés de salir de esta situación, cargarán con una responsabilidad por no haber contribuido a que las cosas mejoren. ¿Y que tal si nos quedamos así? Sin vernos, sin eventos masivos, sin la posibilidad de salir de la virtualidad. No. De ninguna manera. Es mediocre acostumbrarnos a la tragedia. Cada quien haga su parte. Que cada quien contribuya con su tarea. NO descansemos, No desfallezcamos. El gobierno que haga bien lo que le toca; los ciudadanos pongamos nuestro granito y así, lo que podremos celebrar pronto, es acostumbrarnos a vivir fuera de la pandemia, sin miedo, sin temor a vivir o a medio subsistir.