Jorge A. Amaral Este 15 de septiembre escuchamos un Grito de Independencia atípico. Es sabido que cada gobernante se pasa por el arco del triunfo la arenga oficial y añade cosas según su discurso político o filias ideológicas, y Andrés Manuel López Obrador es experto en eso. Como este año tampoco pudo haber gente congregada en la plancha del Zócalo de la Ciudad de México, se optó por hacer el evento sin público, pero sí con fuegos artificiales y utilizar la maqueta del Templo Mayor para una presentación multimedia, algo muy para verse a la distancia, a través de una pantalla. Hay que decir que le metieron producción; el audio, al menos en la computadora o en la televisión, era muy bueno, y visualmente era agradable el espectáculo. Lo criticable de la ceremonia fue el sentido que adquirió. Desde la reseña histórica ofrecida en una narración de los hechos, se notó el discurso que la Cuarta Transformación ha venido manejando de la historia de México. En la versión oficial, los españoles quedaron sólo como una pandilla de cuatreros que lo unido que dejaron en el territorio fue sangre, caos, muerte, destrucción y enfermedades, pero el pueblo bueno, fuerte y valiente, se quitó el yugo de la tiranía y los mandó directo a la chingada. Palabras más, palabras menos, así fue la reseña histórica. Y eso obedece a ese afán doctrinario del presidente de volver a la época postrevolucionaria, cuando hubo un extraordinario ensalzamiento del indigenismo y que dio pie a obras extraordinarias del muralismo, de la literatura y de la música (escuche las geniales obras del compositor Silvestre Revueltas y se dará cuenta de que el famosísimo “Huapango” de José Pablo Moncayo, aunque bonito, no es tan extraordinario). En fin, este año vimos cómo el gobierno federal siguió fomentando el odio a los españoles, el rencor que había trascendido generaciones y generaciones gracias a la educación pública y que parecía estar perdiendo sustento gracias a la labor de historiadores sin camiseta política. Cierto, durante la Conquista se cometieron tropelías y abusos a granel, los colonialistas saquearon recursos del territorio mesoamericano para nutrir las arcas de la Corona española, la población de los pueblos mesoamericanos quedó prácticamente aniquilada por la esclavitud y los abusos, pero de eso también pueden lamentarse los afrodescendientes, cuyos ancestros fueron traídos a América en calidad de esclavos. Precisamente por ello es que México, como los demás pueblos de Latinoamérica, no es producto de un solo origen, sino de la mezcla y la fusión de distintas sangres, de distintos colores: la indígena, la española y la africana. Salvo los pueblos originarios, ningún mexicano es de lo que podría considerarse “raza pura”, todos provenimos de una mezcla genética y cultural que nos da identidad, porque incluso los españoles son resultado de otras conquistas y fusiones culturales. Entonces ese discurso radical, hispanofóbico, es una postura sumamente infantil, muy de estampitas y monografías de la primaria. No podemos negar lo que somos, de dónde venimos, de qué raíces se ha nutrido el tallo que sostiene el árbol genealógico del mexicano. Retirar una estatua de Cristóbal Colón o de cualquier otro europeo no hará que la historia cambie ni acabará con el racismo actual, pero sí puede fomentar la xenofobia. Por otro lado, en las reseñas leídas para adornar el Grito en el Zócalo, se hizo hincapié en que los mexicanos que emprendieron la lucha para liberar al pueblo del yugo español constituyeron la “primera gran transformación”, y eso nos lleva a pensar que (sí, acertó) si hubo una primera, también se dieron una segunda y una tercera transformaciones, y que por eso estamos en la cuarta. Se oye bonito, la persona que leyó la reseña tiene una voz agradable, pero eso no fue sino usar la historia de México con un fin político, como cuando Adolfo Hitler apeló a la grandeza del Imperio Austrohúngaro para emprender sus conquistas, lo que dio pie a la Segunda Guerra Mundial y a la peor masacre de la historia, esa que tuvo como víctimas a quienes no eran como ellos, los verdaderos alemanes. Ese uso político de la historia se aleja mucho de un gobierno progresista, habla más bien de un gobierno conservador que se sustenta y fundamenta en ídolos venerados y en grandes gestas magnificadas por la pluma de historiadores y el pincel de artistas afines al régimen o pagados por él. El pueblo de México debe conocer su historia, pero conocerla bien, sin sesgos ideológicos ni políticos, sabiendo que somos una mezcla de colores, sabores, sonidos, texturas, aromas, creencias y orígenes. Un ejemplo de lo que digo es la música que se escuchó para animar el espectáculo de pirotecnia y proyección, con canciones representativas de cada estado de la República y otras que por su popularidad ya forman parte de la identidad sonora mexicana. Entre las que recuerdo, está “La bamba”, que, como sabemos, es un son jarocho. Bueno, esta expresión musical tiene un origen colonial, en la zona del Sotavento (entre Oaxaca, Tabasco y Veracruz), donde se mezclaron elementos españoles, indígenas y africanos. Otras canciones que sonaron fuerte y bien bonito fueron “Cielito lindo”, “Mi ciudad” (gran canción del yucateco Guadalupe Trigo), “La Bikina” (escrita por Rubén Fuentes en 1964, en razón de que su hijo, durante un paseo por la playa, le dijo que las mujeres en traje de baño debían ser llamadas “bikinas”), la “Serenata huasteca”, de nuestro queridísimo José Alfredo Jiménez; “México lindo y querido”, que inmortalizó a Jorge Negrete; “Allá en el rancho grande”, atribuida a Juan Díaz del Moral en la letra y a Emilio Donato Uranga en el arreglo, escrita originalmente para el teatro musical de la Ciudad de México en 1927; además del “Jarabe tapatío” y el “Son de la negra”. Todas esas piezas son interpretadas por mariachi, y hay que recordar que ese es otro producto del mestizaje cultural ocurrido en México durante la Colonia y el Virreinato. Según historiadores, cuando los franciscanos españoles llegaron a Cocula, Jalisco, se encontraron con que los indígenas de la región contaban con conocimientos y sus propios instrumentos musicales, pero lograron que los indígenas se adaptaran a los instrumentos traídos por los religiosos, como el violín, la guitarra y posteriormente, con el paso del tiempo, el guitarrón y la vihuela. Pero también hubo en el espectáculo del 15 de septiembre música norteña, y de hecho por ahí sonó una redova. La redova, tan mexicana ella, tiene su origen en Checoslovaquia y es una fusión entre la mazurca y el vals. Es pariente de otra checa, la polka, y del vienés chotis, tan populares en el norte de México. Así pues, toda la música que pudieron en el espectáculo en realidad es resultado del sincretismo, de la fusión cultural producto del cruce de razas a partir de la Conquista, y sin embargo, al presidente y su señora esposa se les vio sumamente contentos, y ya si no, la curaduría de esa play list estuvo muy bien hecha, tanto que yo la pondría en la memoria que cargo en el estéreo del coche. Esto llama la atención porque, con todo y el ensalzamiento de las culturas prehispánicas, con todo y ese indigenismo discursivo y descafeinado del presidente, con todo y que la primera no primera dama se ha erigido como guardiana de la identidad ancestral de lo mexicano, en ningún momento de esa lista de reproducción se escuchó música de los pueblos originarios, no hubo un solo sonido prehispánico, más que para ilustrar la valentía de los habitantes de Mesoamérica. Silvano se va, los muertos quedan Mientras el gobernador del estado, Silvano Aureoles Conejo, se erige como activista para denunciar la presunta injerencia del narco en las pasadas elecciones y se blinda mediáticamente contra posibles procesos legales en su contra cuando concluya su mandato, son diversos los problemas que enfrenta la entidad: adeudos con distintos sindicatos del estado, lo que mantiene las actividades suspendidas en varias regiones y las vías del tren tomadas. A eso hay que sumar las afectaciones por las lluvias en la Sierra Costa, el déficit presupuestal que enfrenta el gobierno estatal y, uno de los más palpables y de mayor impacto en la sociedad: la violencia, que a 17 de días que van de septiembre ya ha dejado 95 personas asesinadas. Desde hace meses, distintos grupos armados se disputan el control de Michoacán, lo que ha llevado al exilio de miles de personas de municipios como Aguililla, Tepalcatepec y Coalcomán, quienes huyen de las constantes balaceras. Pero en otras regiones los homicidios también son pan nuestro de cada día. El mes de agosto cerró, según datos recabados a diario por La Voz de Michoacán, con una cifra de 176 víctimas de homicidio, entre las que hubo 18 mujeres y 4 menores de edad. Siguiendo con la misma tendencia, los municipios con mayor cantidad de víctimas fueron Morelia, con 43; Uruapan, con 32, Zamora, con 30, y Jacona, con 19. La tendencia para el mes de septiembre es similar, ya que en 17 días ya suman 95 personas asesinadas, más de la mitad de las víctimas del mes pasado. Pero, además, los municipios de mayor incidencia son los mismos, pues al corte de este viernes, en Morelia se contabilizan 22 víctimas, 18 en Uruapan, 18 en Zamora y 9 en Jacona. Por lo anterior, no es de descartar que al finalizar el mes, cuando concluya la administración de Silvano Aureoles, el número sea similar o incluso mayor al mes anterior, de seguir este ritmo de violencia, puesto que, con los 176 muertos de agosto el promedio fue de 5.6 víctimas al día, en tanto que con los 95 de septiembre el promedio es de 5.5 diarios.