Debates estériles Jorge A. Amaral La libertad de expresión actualmente se malentiende y se confunde con la difusión de cosas políticamente correctas, socialmente aceptables si uno se considera progresista, como ser antitaurino, proaborto, feministo, si normaliza la gordura, promariguana, anticlerical, amante de los perritos, probici, vegano y un largo etcétera. Difundir esas ideas o creencias lo hace a uno progresista en pleno ejercicio de su libertad de expresión, pero si alguien piensa diferente y lo difunde, si alguien cuestiona esos nuevos esquemas de valores, es tachado con múltiples adjetivos, y su discurso no merecerá ser tomado como un soberano ejercicio de la libertad de expresión, sino como un discurso de odio que promueve la violencia. Lo anterior se ha estado viendo con la polémica que desató Mauricio Clark, el exconductor de televisión que dice que se pueden curar la drogadicción y la homosexualidad, y que sobre ese tema se dedica a impartir conferencias. Entonces, ante la contratación que del personaje hizo una escuela privada para que acudiera a sus instalaciones a impartir una charla, activistas que luchan por los derechos de la comunidad LGBT, similares y conexos, se alzaron y primero impulsaron una campaña en change.org para que se prohíba la conferencia de Clark, y ahora dicen que harán una manifestación en contra de quien, dicen, promueve el odio, y por eso lo odian tanto. El punto no es quién tiene la razón, nadie la tiene, ambos, tanto activistas como Mauricio Clark y quienes piensan como él, tienen sus razones, todas ellas válidas en tanto que sustentan realidades particulares y muy personales. Lo criticable del asunto es que se emprenda una campaña de odio contra un personaje que dice todo lo contrario a los discursos progay, pues en el fondo creo que se sienten ofendidos, ya que el personaje va contra la corrección política, contra lo socialmente aceptable; tanto, que hasta una reportera que hizo una nota crítica hacia los grupos de activistas fue muy señalada por otros de sus compañeros, que incluso descalificaron su trabajo por opinar distinto a ellos. Actuaron exactamente igual que los activistas, craso error en un periodista. No sé quién tenga la razón, si Mauricio Clark o los activistas que luchan por los derechos de la comunidad LGBT, lo que sí es cierto es que ambos tienen el mismo derecho a exponer sus ideas ante quien quiera escucharlas. Nos ufanamos de suprimir tabúes, pero la corrección política, en tanto que nueva moralidad, dota a la sociedad de tabúes nuevos, que son los prejuicios del siglo XXI. País dividido Siguiendo con el tema de la intolerancia, la marcha antiAMLo del domingo y el evento del lunes encabezado por el presidente para festejar un año de que ganó las elecciones sólo pusieron de manifiesto una cosa: México es un país sumamente dividido, polarizado. El domingo, tanto en Morelia como en otras ciudades de la República escuchamos consignas cargadas de prejuicio, ignorancia y desinformación, aderezado con que a los llamados “fifís” les salió lo corriente, y en Morelia, por ejemplo, llovieron insultos e improperios que hasta a su servidor hicieron sentir incómodo, y eso que soy sumamente proclive a la maledicencia. Y no sólo eso, hubo quienes siguieron con el mantra de que AMLO quiere que México sea socialista o comunista o cualquier cosa a la que ellos le tienen pavor. En Morelia, por ejemplo, una chica, estudiante, que vive con sus papás, que está becada y se asumió como privilegiada, criticó las becas federales por considerar que la gente debe conseguir las cosas por sus propios medios, sin ayuda, porque eso ya es paternalismo. El chiste se cuenta solo. Pero, por otro lado, el lunes, los seguidores del presidente salieron a las calles de la ciudad de México a festejar un año del triunfo electoral. Han celebrado las políticas del presidente de México sin reconocer que estos siete meses de gobierno han sido de absoluto gatopardismo. Ellos creen que desde el 1 de julio del año pasado México es un país mejor, y que los desatinos del presidente son medicinas amargas que hay que tragar, y si alguien reniega de ello, es un vende patrias, un prianista que ya robó mucho. En fin, lo que tenemos es una sociedad sumamente manipulada, pero eso no sería posible sin la mezcla de desinformación con ignorancia, porque a pesar de que pareciera que hoy tenemos más acceso a la información, en realidad mucha gente está encerrada en esa celda la que podría llamársele “capitalismo tardío”, del que ya habrá oportunidad de hablar. Es cuánto.