La casa del jabonero

La Voz de Michoacán. Las últimas noticias, hoy.

Jorge A. Amaral

En los videos que los grupos delictivos difunden para mandarse mensajes y amenazas entre sí, cada vez es más común que aparezcan personas demasiado jóvenes, y ya no hablemos de hombres de entre 20 y 30 años, sino que ya entramos a otra dimensión, en la que los que aparecen en los videos de amenaza o en las fotografías de la nota roja apenas si pasan de los 18 años y otros ni siquiera se acercan. Como lo escribí en una entrega pasada, lo que llama la atención de los videos difundidos en Michoacán es la juventud de quienes se graban con armas de alto poder, y sus voces de adolescente los delatan.

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Según reportes, en México la población infantil de 5 a 17 años asciende a 29.3 millones, de ellos, 3.2 millones son explotados laboralmente y se estima que 460 mil niños y adolescentes han pasado a engrosar las filas de las organizaciones criminales.

En 2015, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) estimaba que 30 mil niños y niñas cooperaban con grupos criminales en diversas funciones. Para 2018 la cifra se calculaba en 460 mil menores reclutados por el narco en México, con base en cifras del propio Alfonso Durazo, secretario de Seguridad y Protección Ciudadana del gobierno federal. De esta forma se habría registrado un incremento del 153 por ciento.

Y es que en las últimas semanas se han difundido videos en los que niños que apenas pasarán de los 10 años portan armas de grueso calibre y lanzan amenazas a líderes de grupos delictivos. Cualquiera se preguntará dónde están los padres de esos niños, y la respuesta no tiene muchas opciones: regularmente son niños pandilleros abandonados por sus padres, que están inmiscuidos en la delincuencia, están presos del sistema legal o de las adicciones; otros tantos son niños hijos de criminales que están presos o han sido abatidos, y hay los casos de niños de la calle que son reclutados por las bandas de criminales mediante amenazas o por medio de las adicciones que estos menores suelen padecer.

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Al provenir de hogares, si es que tuvieron uno, carentes de amor, donde privaban la violencia, los maltratos y el descuido, y que además han llevado una vida sufriendo distintas clases de abusos, es difícil que funcionen los planes federales de darles becas para que regresen a la escuela y sean ciudadanos de bien, porque simple y sencillamente, a estos niños, al estar deslumbrados con el dinero y las camionetas del narco, al haber sido encandilados con la sensación de poder que un arma les da, sin un asidero moral o emocional y ya con adicciones, no les importa ingresar a las aulas, porque ya vieron que jalando un gatillo o vendiendo droga se puede ganar dinero y tener cosas que difícilmente podrían comprar en sus miserables vidas.

Pero entonces surge la interrogante de cómo abatir este fenómeno. Creo que la mejor forma de combatir la proliferación de ejércitos infantiles es, sí, cuando se les detenga, buscar insertarlos en la sociedad, pero no regresarlos a los lugares de donde salieron; y en esos sitios, donde viven las familias que los engendraron, el gobierno y la sociedad deben trabajar primero en la erradicación de grupos delictivos y de criminales del fuero común, fomentar el trabajo comunitario y la educación y concientización de los adultos, y por último, luchar de manera frontal contra los grupos delictivos para restarles poder e influencia. No es nada fácil, pero así como es importante restar poder económico a los criminales para inhibir su capacidad de operación, también es necesario restarles influencia en las zonas marginadas para aminorar su suministro de niños, que no son más que carne de cañón.

Y es que el fenómeno es tan complejo, que si se quiere revertir se tiene que empezar a actuar desde ahorita, porque será un trabajo de años, en que se tiene que hacer una purga moral a toda una generación, o de lo contrario seguiremos viendo niños de 10 años sosteniendo cuernos de chivo o muchachitos de 16 destrozados por las balas, porque difícilmente pasarán de los 30 años de edad dado que son el eslabón más débil en el crimen organizado, por eso a sus jefes les gusta reclutarlos: si los detienen, salen pronto por ser menores de edad, y si los matan, en los cinturones de miseria y comunidades más marginadas de México siempre habrá niños y adolescentes sin apego a nada que gustosos se subirán a una camioneta, firmando con ello su sentencia, porque no serán más que sicarios de un solo uso pese a todo el daño que provocan. Es cuánto.