La casa del jabonero

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Los onces de septiembre

Jorge A. Amaral

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Tanto el 11 de septiembre de 1971 como el de 2001 marcaron un antes y un después, uno a nivel global y otro en nuestro país. Es curioso cómo eventos de naturaleza tan distinta pueden estar relacionados entre sí, además de la coincidencia en la fecha, y es que ambas efemérides tienen mucho que ver con la música y cómo los gobiernos tratan de hacerla callar cuando ésta les resulta incómoda. Me explico.

En un México aún convulso por los hechos del 2 de octubre de 1968, además de los hechos del 10 de junio de 1971, el llamado Halconazo, había que sumar las represiones aisladas, esas que no fueron tan mediáticas, y que a la par de ello, los movimientos contraculturales emergían cada vez con más fuerza entre los jóvenes de las zonas urbanas del país, jóvenes que ya no se llenaban con César Costa o el movimiento a gogó, sino que buscaban nuevas experiencias sensoriales. Por eso, a inicios de los 70, por influencia del rock psicodélico, en México se gestó la llamada onda chicana, considerada con ese nombre por la costumbre de los músicos de cantar en inglés, pues si lo hacían en español no los programaban en la radio, además de que recurrieron a otros sonidos, como el jazz y el blues por influencia del hipismo en Estados Unidos.

Anunciado como una carrera adornada por un concierto con las bandas de rock más populares, más de 100 mil personas vibraron al ritmo de más de 10 grupos que durante el 11 y 12 de septiembre, junto con el público, sacaron todas las palabras reprimidas hasta entonces. Ahí, el rock y los jóvenes mexicanos perdieron la inocencia.

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Tal fue el estruendo de Avándaro (imagínese usted más de 100 mil gargantas –hay versiones que hablan de 300 mil– gritando “¡tenemos el poder!, ¡tenemos el poder!” a la hora que Peace and Love estaban en el escenario) que las autoridades emprendieron una cacería hacia todo lo que significara no sólo rock, sino todo aquello que fuera reflejo de juventud, rebeldía y deseos de libertad.

La historia es conocida, muchos la han contado: el rock terminó confinado en los hoyos funky o disfrazado en los cafés cantantes hasta que éstos fueron clausurados, lo que dio paso a las peñas, donde se gestó el gran regalo de México al mundo del rock: el movimiento rupestre.

Vaya, Avándaro fue el evento que definió el destino del rock en México, y sus secuelas seguían sintiéndose hasta la década de los 80, con pocos pero muy dignos sobrevivientes, pues muchos artistas se fueron hacia ritmos más populares, como la cumbia y la balada. Muchos dicen que Avándaro fue el Woodstock mexicano, yo creo que no, yo creo que Avándaro fue simple y auténticamente Avándaro, con sus detonantes, circunstancias, críticas y consecuencias culturales y sociales, porque el Festival de Rock y Ruedas fue más que un evento musical, fue una fiesta de libertad con una cruda moralista que duró más de quince años.

El otro 11 de septiembre, el de 2001, marcó un antes y un después en el panorama mundial con los ataques al World Trade Center, en Nueva York. Esos sucesos causaron tal conmoción en la sociedad estadounidense, con una herida tan sangrante no sólo en el ánimo por las víctimas, sino en el orgullo por saberse vulnerables (algo que quizá no sentían desde Pearl Harbor), que se quiso evitar a toda costa poner el dedo en la llaga.

Así, la compañía Clear Channel Communications, con derechos en alrededor de 150 estaciones (la actual IHeartMedia, que hoy agrupa a más de 850 radiodifusoras) emitió un memorándum a todas las estaciones con la lista de canciones que consideraban "podrían afectar la sensibilidad de algunos de los escuchas", puesto que hablaban de violencia, guerra, angustia o de alguna manera podían recordar el ataque. Al principio parecía broma, pero en las radiodifusoras se lo tomaron muy en serio y durante meses esas canciones salieron del aire.

Así, en esa lista figuraban, por ejemplo, “Highway to Hell” y otras canciones de AC/DC, “Smooth criminal”, de Michael Jackson; todas y cada una de las canciones de Rage Against the Machine, “We gotta get out of this place”, de The Animals; “Sabotage”, de Beastie Boys; “Knockin’ on Heaven’s door”, de Bob Dylan; “Travelin’ band”, de Creedence Clearwater Revival; “American Pie”, que Don McLean hizo en referencia al accidente en el que murieron Buddy Holly, Richie Valens y Big Bopper, y otras cuya prohibición fue tan absurda como “New York, New York”, de Frank Sinatra; “Imagine”, de John Lennon, o “Another one bites the dust”, de Queen.

Y esa prohibición, y recién nacido el siglo XXI, hace verla como la primera vez que realmente se instituyó la corrección política como el nuevo “american way of life”, que rápidamente permeó a todo el planeta, y por eso ahora las sociedades actuales muchas veces parecen estar llenas de chamaquitos quejumbrosos y autovictimizados y adultos hipersensibles que hoy en día son capaces de ofenderse por prácticamente cualquier cosa.

En fin, los dos onces de septiembre tienen en común más de lo que uno piensa, porque toda prohibición es en realidad un reto, y por eso el rock en México sobrevivió muy a pesar de los Uruchurtu, los Díaz Ordaz o los Echeverría, y por eso todas y cada una de las canciones censuradas en Estados Unidos hoy en día se siguen escuchando sin siquiera ser relacionadas con los ataques terroristas. Ya lo dijo el maestro Celso Piña: música es música. Es cuánto.