Jorge A. Amaral Que si son autodefensas, que si son narcos disfrazados de luchadores sociales, que si son autodefensas pero también mañosos, la verdad ya el agua está demasiado revolcada como para distinguir ranas de sapos. Lo cierto es que Tierra Caliente ni por un momento ha dejado de ser el polvorín michoacano, ese lugar donde puede pasar lo peor o detonarse lo inesperado. Nada certero hay en esa región, porque usted puede venir y decirme que fulano hizo alianza con zutano para desterrar a mengano y perengano, pero las alianzas entre narcos duran lo que permanece encendido un cerillo en medio de la lluvia, por ello los que hoy son “brothers in arms” mañana amanecen dedicándose lonas y descuartizados. Todo ello ante la incapacidad gubernamental para poner remedio a esto de una vez por todas. Fue bien curioso que en estos días el gobierno estatal emitiera una ficha con recompensas para quienes aporten información que lleve a la captura de destacados objetivos prioritarios en Tierra Caliente. Eso me llevó a pensar que ahora sí se ha decidido ir por ellos, y resulta chistoso porque siempre se ha sabido dónde operan, dónde están. Todavía hace algunos días la comunicación institucional del gobierno estatal daba mensajes implícitos muy claros: si se detenía a alguien de Jalisco o se aseguraba droga o equipo táctico de ese grupo, de inmediato salía a relucir que lo asegurado tenía la leyenda de las cuatro letras o que los detenidos operaban para ese grupo delictivo. Pero si lo asegurado o el detenido pertenecían a alguno de los clubes locales, la filiación se omitía y sólo se decía que el detenido era “presunto responsable de conductas delictuosas” y que las camionetas presentaban indicios de haber sido utilizadas en la comisión de delitos. Vaya, sólo les faltaba salir con que “pus sí traían armas y se agarraron a moquetes con policías y soldados, pero vaya usted a saber si eran narcos o a qué se dediquen, quién es uno para andar juzgando a la gente”. Eso siempre me ha resultado bastante sospechoso: proclamar la existencia y fechorías de unos pero minimizar (por no usar los términos “encubrir” u “ocultar”) las actividades y existencia de otros. Pero algo pasó, un cable o una oreja se jalaron desde allá arriba, donde se toman las decisiones, que el gobierno ahora sí parece que quiere ir por esos que llevan tantos años operando en total impunidad y hasta precio ponen a sus cabezas. No me tache de insidioso o desconfiado, es que el gobierno puede dejar que un narcotraficante opere durante décadas y haber esa connivencia disimulada con golpes menores (asegurar 10 kilos de marihuana o uno de metanfetamina, dos o 3 cuernos de chivo con sus cargadores; decomisarles una o dos camionetas que de todos modos son robadas, detener a un puntero, algún tirador o alguno de sus pollitos de colores… pelos del gato nada más), y eso puede prolongarse por años, décadas incluso. Pero si ese narco ya se está volviendo demasiado visible, demasiado incómodo o indómito, es cuando las autoridades deciden cortar de tajo con él y entonces le cae la voladora con sólo dos destinos posibles: cárcel o pozo. No estoy acusando que haya complicidad entre narcos y funcionarios, sería un desacierto, un despropósito, un disparate siquiera insinuar la remota posibilidad de que tal cosa pueda siquiera sugerirse aunque sea en un sueño. No, yo creo en la honorabilidad de nuestros funcionarios, en su vocación de servicio y la incorruptibilidad de nuestras fuerzas del orden. No creo que, por ejemplo, un agente de la Guardia Civil pueda siquiera tomar un billetillo de un ciudadano. Pero, siguiendo con el tema del que hablábamos, muchas veces el gobierno decide ir por un delincuente cuando ya es innegable su poderío, cuando los niveles de violencia que ejerce sobrepasan lo tolerable, cuando ese líder criminal ya es una piedra en el zapato. Por eso se decidió ir por el Chapo y no por el Mayo Zambada, por eso fueron diezmados los Zetas, por eso y por convenios con otros fue que los Beltrán Leyva cayeron en desgracia después de ser amos y señores no sólo del narco, sino también de la política y el medio del espectáculo. Entonces algo pasó que los capos locales ya se volvieron un estorbo, quizá sea porque el gobierno por fin escuchó los reclamos ciudadanos (no me mire así, algo hay que decir) o porque ya estamos en tiempo electoral, pues aunque en Michoacán no habrá relevo en la gubernatura, sí habrá votación para elegir presidenta de México, así como senadurías, diputaciones federales, Congreso local y Ayuntamientos, y con todo eso en juego ni al gobierno ni al partido de Estado les conviene que una pandilla de viagras ande por ahí jugando a las bombitas con los de Jalisco. Y sin embargo, contra estos últimos no van abiertamente porque tontos no son: saben que tienen más capacidad de fuego y las reacciones pueden escalar hasta lo incontenible. En fin, que no le extrañe que antes de las elecciones se dé la detención de algún capo michoacano, en especial de esos emblemáticos y conocidos, para tener resonancia a nivel nacional y que usted, el día de las elecciones de 2024, diga “mira, la estrategia de abrazos y no balazos funcionó, deja le tacho aquí para que gobiernen otro 6 años”. Eso no tiene que suceder necesariamente en Michoacán, puede ser en cualquier otro estado gobernado por Morena, porque si se da en alguna entidad gobernada por la oposición no tiene chiste. Al tiempo. Qué originales Desde hace meses se ven espectaculares y demás publicidad con los nombres y las horrororísimas caras de los horrororísimos políticos que aspiran a algo en 2024. Es burda e insultante la manera en que han tapizado la cuidad, como si con las corcholatas y taparroscas no hubiera sido suficiente. Así andamos, viendo la cara de Luis Navarro en los muros de toda la ciudad, los espectaculares y mensajes en clave de Carlos Torres Piña, las pintas del sempiterno aspirante a la alcaldía Juan Carlos Barragán, al incansable Miguel Ángel Villegas y otros personajes, algunos bienintencionados, otros de plano impresentables y los que en su vida han ganado una elección, esos que todo lo han conseguido por vía plurinominal y mediante cabildeo en sus partidos. Pero aquí lo que me pregunto es qué tan eficiente es tapizar la ciudad con sus espectaculares, calcomanías y pintas, como si con la basura cotidiana no estuviera suficientemente contaminado el paisaje. Qué tanto un elector decide por quién votar en función de la publicidad y la propaganda invasivas. Pongamos por ejemplo algo muy cotidiano: usted está escuchando música en Spotify o YouTube y, como no paga Premium, su disfrute se ve interrumpido con un comercial de, no sé, Choco Chabelita. Si eso sucede, si su música se vio interrumpida de forma tan abrupta, si tuvo que dejar de bailar, si el comercial le arruinó su momento de brillar en el karaoke en la fiesta familiar, gracias a esa evasión publicitaria, me pregunto si se queda pensando “oye, como que se me antoja un chocolate, ¿venderán Choco Chavelita en la esquina?”. Lo mismo si usted va por la ciudad, ya sea perdido en sus pensamientos mientras la combi o el camión avanzan, o al manejar, y de repente siente algo en la nuca, una cosquillita que lo hace sentir politizado y llega a su casa diciendo a sus seres queridos: “Familia, no estaba seguro, todos apestan, pero vi la cara de fulanito ad nauseam en los muros de la ciudad y ahora sé quién es la mejor opción para votar este 2024”. Eso, que pareciera una nimiedad, habla mucho de la forma de hacer política imperante en México, porque a pesar de estar en pleno siglo XXI, en pleno 2023, pese a que el año que entra ya se elegirá la quinta titularidad del Poder Ejecutivo federal de este siglo, las formas siguen siendo las mismas: inundar con publicidad, hacer uso de la demagogia, la guerra de descalificaciones hacia los contrincantes para que nadie note que no se está proponiendo nada importante. Y por eso es que, estimado lector, no podemos pedir nada distinto de los políticos: si ellos consiguen votos de la misma manera, si nosotros actuamos como el rebaño de siempre, si cambian algunos nombres y colores pero no los métodos, en el aparato de gobierno sucederá lo mismo: cambiarán colores y nombres, pero no la forma de hacer las cosas y, mucho peor, tampoco la forma de no hacerlas. Si usted se deja encandilar con un espectacular o una pinta o una playera, adelante, está en su derecho, pero luego no venga a pedirles que actúen distinto. Es cuánto.