“Fuera de mi ventana veo problemas. En las caras de las personas, en las calles de abajo. Uno se siente descontento. ¿Por qué estoy enojado?, no lo sé. Siempre está en mi mente o en mi imaginación”. Pennywise Jorge A. Amaral El incremento de casos de COVID-19 en Michoacán, sobre todo en Morelia, pone en la mesa la necesidad de hacer más estrictas las medidas sanitarias, incluidas algunas restricciones. En otros estados del país ya se están cancelando eventos, se está mandando de regreso a casa a los estudiantes, etcétera. En Michoacán no ha sido así, al menos no de manera general. Habrá quien diga que se exagera, que los medios mienten y manipulan, pero no son datos de los medios, ya que este sábado, mientras escribo esto, las autoridades sanitarias reportan mil 206 contagios en el estado en sólo 24 horas. En días pasados la tendencia era que la mitad de los nuevos casos de cada día estaba en Morelia, pero poco a poco se empiezan a emparejar las cosas. Así, este sábado 15 de enero se reportan 351 en Morelia, mientras que otros municipios empiezan también a engrosar las cifras: 93 en Uruapan, 79 en La Piedad y 75 en Zamora. Hay que recordar que a inicios de este mes, si en Morelia había más de 100, en otros municipios eran menos de 20 casos los que se registraban, por poner un ejemplo. El impacto de Ómicron se ha hecho sentir, y por ello es que pasamos a más de mil contagios en un solo día, aunque, por fortuna, la vacunación a un amplio sector de la población ha rendido frutos y las consecuencias no se han dejado ver de manera tan funesta, como miles de personas hospitalizadas o incrementos en las defunciones. pero aun así no es para echar las campanas al vuelo y hacer de cuenta que no pasa nada, porque sí está pasando y hay población en riesgo. A lo largo de la pandemia hemos visto que el semáforo epidemiológico, al menos a nivel estatal, nunca se ha manejado con criterios claramente sanitarios, sino que ahí han intervenido otros factores, como el económico, el social y hasta el político, para determinar en qué color estamos. Es por eso que, aunque los contagios están aumentando de forma tan drástica, Morelia sigue como el único municipio en bandera verde. Cambiar el color de las banderas implicaría establecer medidas más restrictivas, como el cierre de actividades, la cancelación de eventos, volver a encerrar a los estudiantes y trabajadores vulnerables en sus casas, y eso a los que se pueda. Pero siempre habrá resistencia a esto porque, más allá de los papás que no aguantan a los críos o que no pueden cuidarlos y por eso recurren a la “nana escuela”, también hay personas para las que un cierre de actividades sería catastrófico: empresas, negocios, empleados. Por lo anterior, cerrar actividades, aunque sería lo recomendable en términos sanitarios, no lo sería en el aspecto económico, porque hay miles de personas que viven de la movilidad, como comerciantes formales e informales en distintos rubros, prestadores de servicios y transportistas. Eso sin contar a los empleados de escuelas privadas, que viven de las colegiaturas, y ante un cierre de planteles, los papás no van a querer pagar, porque ellos pagan no sólo por educación, también por clases presenciales. Por eso el gobierno no quiere echarse el trompo a la uña y volver al confinamiento, como ya se ha hecho en otros países. Si a ello le sumamos una autoridad que se la ha pasado minimizando los efectos de la pandemia, como Hugo López-Gatell o el presidente de México, que con todo y contagio se empeña en recomendar ungüentos y menjurjes para atenderse, la concientización es más difícil. A lo anterior hay que agregar la percepción ciudadana, que nota la incongruencia gubernamental de suspender clases presenciales en el sector público pero continuar con las actividades en escuelas privadas, y además mantener en pie los eventos multitudinarios Ya el año pasado se vio que mientras los estudiantes se mosqueaban en sus casas, los candidatos hacían mítines y reuniones al por mayor en busca de los cargos que muchos de ellos hoy ostentan. En fin, no hay congruencia, y mientras esa carencia siga imperando, concientizar a las personas será mucho más complicado. Prueba de ello es la cantidad de gente irresponsable, ignorante y necia que a estas alturas aún se niega a ser vacunada, y un gobierno insensible que se resiste a vacunar a los menores, diciendo que a ellos no les da COVID-19, cuando está demostrado que los niños también se contagian y también mueren por el virus. Por desgracia el manejo de la pandemia en México se ha hecho con tantos enfoques (político, social o económico), que el sanitario parece ser el menos importante. Lo que no me explico es cómo es que los casos han aumentado si no hemos dejado de pisar una jerga en el tianguis ni hemos omitido poner el brazo frente al termómetro en el supermercado. Punk en el alma En esta semana encontré una imagen de esas a las que se llega vagabundeando por la red. La ilustración muestra a un hombre de edad mediana, alrededor de 40 años de edad, usando una camisa de vestir y corbata, con un peinado formal y conduciendo un coche. Arriba de la ilustración, una leyenda: “Escuchando música punk antisistema mientras manejo a mi trabajo normal de 8 horas”. El meme era divertido pero encierra mucho. Cierto, tener un trabajo de oficina en el que durante 8 horas se está frente a una computadora no es algo muy relacionado con el punk, pero de algo se ha de vivir. Pensando sobre el tema, llegué a la conclusión de que al menos en el trabajo que tengo el gusto de hacer, sí hacen falta frecuentes dosis de punk para mantener el equilibrio. Citando lo dicho por algún locutor de la BBC, que dijo que “el punk es una amenaza más fuerte a nuestro estilo de vida que el comunismo ruso o la hiperinflación”, el escritor y crítico musical español Víctor Terrazas acota que la frase era cierta, “porque fue la respuesta de toda una generación, un grito de rabia y desprecio contra los valores, contra los ídolos y artistas, y también contra la política y los políticos. Un escepticismo total hacia la cultura burguesa, hacia el rock clásico y hacia la forma de vida de aquellos años”. Esto viene a cuento porque, como le digo, en mi trabajo sí es necesario tener mucho punk en el alma, pues si uno se descuida, si se deja llevar, y más si se trabaja en un medio tradicional, puede uno terminar convertido en vocero del régimen, en portavoz de la clase política, en palero del gobierno. Pero si se conserva esa chispa de inconformidad, desconfianza y dudas, se logra el equilibrio, llegando a ser bueno en lo que se hace sin comprometer la propia conciencia. Quienes nos dedicamos al periodismo, todos los días tenemos información que llega desde diferentes lados: el boletín de la Secretaría de Seguridad Pública en el que se festeja un operativo en que se aseguraron algunas grapas de metanfetamina, pero también está la alerta de un asesinato a plena luz del día y en total impunidad, el video de la ejecución, la foto del cadáver que sólo es una muestra de la miseria en que estamos sumidos. Lo mismo llega el comunicado oficial con cifras alegres sobre salud, al tiempo que se palpa la realidad de los pacientes en hospitales públicos (algo que Diana Carpio no entendió), o bien el cuento feliz de la recuperación económica y cero deuda mientras la crisis se deja sentir con toda su crudeza a donde quiera que uno voltee. Lamentablemente hay quienes se quedan sólo con lo que la autoridad señala, como si esa fuera la única voz autorizada, pero si se tiene un poquito de esa vena punketa en el subconsciente (o conscientemente, a ojos vistos y hasta con orgullo) difícilmente se caerá en la trampa. Por eso es necesario el sentimiento punk en dosis bien equilibradas: un político no me representa, un político no es mi amigo ni yo de él, un político está ahí para hacer un trabajo y yo estoy aquí para hacer lo mío, pero sin dejarme llevar por la pasión. No me debe nada, no le debo nada y mi compromiso es conmigo mismo y también con la empresa que me permite hacer mi labor a cambio de una remuneración. Ya los temas comerciales y publicitarios se quedan en la cancha de quienes se encargan de esos menesteres. De esa manera se puede equilibrar el asunto: informar sin convertirse en vocero pero sin dejar que el estómago usurpe las funciones del cerebro, porque el problema con algunos medios y muchos periodistas es justo esa balanza cargada hacia un lado. Tenemos portales como Latinus, por ejemplo, o el diario Reforma, para quienes todo lo malo malisisísimo es culpa del presidente y sus políticas, y a esos medios y periodistas les va súper bien entre quienes sólo saben balar. Pero por el otro lado están medios que se han convertido en voceros del oficialismo, aunque se digan muy revolucionarios, que ahora son más oficialistas que el Diario Oficial de la Federación, y les va muy bien, también, entre quienes sólo saben balar, pero del otro lado de la cerca. Pero bueno, vivimos en la polarización constante y cada quien encuentra la forma de evitarla, si es que desea hacerlo. A mí me funciona el punk, aunque lo escuche en mi trabajo normal de ocho horas. Cierro esta entrega con una frase de Henry Rollins: “¿Qué es el punk? Cualquier cosa desde la Velvet Underground hasta Occupy Wall Street, pasando por el niño que está comiendo espaguetis en la trona y los tira a la cara a su padre porque no quiere más. El punk es cuestionar a quién tiene más poder que tú”. Es cuánto.