Jorge A. Amaral A veces hay victorias pírricas; es decir, aquellas en las que se parece haber ganado, pero a la hora de hacer el balance, para lograr esa victoria hubo que sacrificar más de lo que se ganó. También hay supuestas victorias que en realidad no son más que meros ejercicios de contención de daños y administración de la crisis. Esto último sucedió el viernes pasado. Durante la tarde del viernes 20 de mayo, un convoy de hombres armados, de esos que se autoproclaman como “Pueblos Unidos”, venía circulando por la autopista Pátzcuaro-Copándaro, pero se detuvieron en la caseta de Chapultepec, en el municipio lacustre, donde bloquearon el paso. La idea era llegar al municipio de Morelia, específicamente a Capula. Al saber de la presencia de esa gente armada, elementos de la Secretaría de Seguridad Pública, encabezados por el titular de la dependencia, el general José Alfredo Ortega, se apersonaron en la caseta. Según fuentes de la dependencia, el convoy de pistoleros tenía detenido el tráfico en la autopista, pero cuando el secretario llegó, los hombres armados lo vieron y se fueron. Entonces, cual Moisés, el titular de la SSP abrió el paso vehicular y se reactivó el flujo. La persona que filtró esa información, como curándose en salud, dio la aclaración no solicitada de que no había habido confrontación por la nutrida presencia de civiles en la zona, privilegiando así la integridad de personas ajenas al hecho. De verdad, si pensamos en las personas que lo único que hacían era circular por esa autopista, qué bueno que no hubo balacera, pues más de algún civil inocente hubiera visto comprometida su vida e integridad por una bala perdida o el fuego cruzado. Pero, porque en estos casos siempre hay uno, este hecho se lee como una derrota. Me explico. La función de la Policía es atrapar delincuentes, detener a toda aquella persona que represente un riesgo para la integridad, la vida o el patrimonio de las demás personas. La función del secretario de Seguridad Pública es hacer que los agentes a su cargo cumplan con la sagrada obligación de detener delincuentes. Ninguna de esas funciones se cumplió en Chapultepec. Dicen muchas cosas de los de Pueblos Unidos, que si en realidad son un cártel disfrazado, que si más bien son un grupo civil conformado para cuidar los intereses de los aguacateros, que si son una suerte de autodefensa o policía comunitaria, que si obedecen a otros intereses y por eso el gobierno los tolera y hasta respeta. No lo sé de cierto, y si lo sé mejor no lo digo, pero es un hecho comprobado, porque la ley así lo marca, que una persona civil no puede tener en su posesión armas de fuego, a menos que el arma esté registrada ante la Sedena y quien la porta cuente con un permiso, tal es el caso de policías, agentes de seguridad privada y cazadores que pertenezcan a un club. Si usted no es nada de eso y trae consigo una pistola, está incurriendo en un acto ilícito, es un delincuente. Ahora, si su arma es un rifle de asalto, lo más probable es que sea un arma de uso exclusivo del Ejército, y si también trae granadas, también está violando la ley en cuanto a estos artefactos: la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos, que es delito federal, por lo que usted se convierte en criminal de ese fuero. Entonces, si el general Ortega los dejó ir como si nada para evitar confrontaciones, pero además no implementó una estrategia para detenerlos en su retirada, en algún lugar seguro para los inocentes, déjeme decirle, el general perdió, porque no pudo cumplir su deber ni hacer cumplir la función a sus agentes. La SSP, con todo y general, perdió una batalla, en la que el enemigo ni siquiera tuvo que accionar un arma. Aclaro, no es que me hubiera gustado una carnicería. No, ni loco. Pero los sujetos armados no se esfumaron, no se difuminaron, no desaparecieron ni se evaporaron. Regresaron por donde venían y ahí se les pudo haber detenido o al menos desarmado si el compromiso es mucho. Ni esperemos al lunes a ver qué dice el gobernador sobre esto, ya sabemos: se optó por la seguridad de civiles inocentes porque la violencia no es la respuesta ante la delincuencia, más bien hay que ir a la raíz: la corrupción y la falta de oportunidades. Chapita de oro Es llamativa la campaña del Ayuntamiento de Morelia, que dice que “Morelia brilla”, y esa frase la vemos en redes sociales, en carteles, vehículos oficiales, en cualquier lugar de que el Ayuntamiento disponga para promocionarse. Se entiende la intención de Alfonso Martínez: que Morelia brille para los turistas, que brille por las inversiones y su infraestructura, pero ese brillo será nada más de oropel porque en Morelia, como en todo México, la realidad se impone a balazos. Es inconcebible que en pleno cumpleaños de Morelia, a unas cuadras de los estrictos filtros para acceder al evento por el aniversario de la ciudad, a dos calles de la avenida Madero, un hombre que manejaba su carro haya sido obligado a orillarse para luego, sin tener oportunidad de nada, ser baleado a quemarropa. Y no sólo eso, sino que además, los delincuentes se hubieran podido dar a la fuga como si nada, en un Centro Histórico que, se supone, estaba plagado de policías. Quizá eso se deba a que los agentes tenían la indicación de sólo decomisar encendedores y demás objetos en el acceso al evento de Bronco. No exagero. Mire, sólo en esta semana, de domingo a sábado por la tarde en que escribo esto, estos son algunos hechos que se han registrado en Morelia: El 15 de mayo, en la colonia Industrial, no muy lejos del centro, unos fulanos se pusieron a echar balazos en la calle y a plena luz del día. El saldo fue de una señora herida de bala. A los tipejos no se les pudo detener, con todo y que había descripción de la camioneta en la que se movían. El 16 de mayo, en la carretera que va de Chiquimitío a Cotzurio, justo debajo de un puente por el que pasa la autopista Pátzcuaro-Copándaro, fue encontrado el cuerpo maniatado y torturado de una mujer. Ella no ha sido identificada, nadie la ha reclamado. Sólo se sabe que tenía entre 20 y 25 años de edad, medía 1.60 metros de estatura, era de tez morena clara, cabello largo ondulado y teñido de rubio. Si nadie la identifica, podría pasar a engrosar la fila de los miles de muertos sin nombre en este país. Al día siguiente, el 17, un hombre fue encontrado muerto y con varios golpes en una casa de la colonia Centro. Se sigue investigando el deceso. Ese día, cerca de Tiripetío, unos sujetos armados con una réplica de pistola amagaron a dos repartidores de agua purificada y se los llevaron en un coche. Más adelante bajaron a uno y se llevaron al otro. Por fortuna la Policía Michoacán detectó el carro y detuvo a los tres plagiarios. Los repartidores están sanos y salvos. El 18 de mayo, sin importar que el Centro de la ciudad haya sido un hervidero de policías, el empresario Mario García fue asesinado a dos calles de la avenida Madero. Su nombre fue tema de nota desde noviembre del año pasado, en que La Familia Michoacana amenazó con echar bala en la Feria Espacio Metepec, en el Estado de México, organizada por el empresario. Eso decía la manta, no nos toca a nosotros jugar al detective ni mucho menos hacer conjeturas (el horno no está para bollos). Pero mientras el festejo de aniversario de la ciudad se empañaba por ese ataque, en la zona poniente y apenas pasado un ratito, un joven fue asesinado a balazos en la colonia Margarita Maza de Juárez, donde, obvio, no estaba lleno de policías. El 19 de mayo, en Villas del Pedregal, un fraccionamiento estigmatizado por la gente y olvidado por las autoridades, un hombre y una mujer fueron asesinados a unas cuadras del C5i, donde se supone que hay muchos policías. Ese mismo día, pero ya en la tarde, un cadáver con golpes y huellas de tortura fue encontrado en La Campiña, una bonita zona rural de la Antigua Carretyera a Pátzcuaro, pero que con todo y su belleza frecuentemente es usada como fosa común por los criminales. El viernes 20 de mayo, de nuevo en Villas del Pedregal, de nuevo a unas cuadras del C5i, fue encontrado el cuerpo de un joven de entre 20 y 25 años de edad. Estaba degollado y en bolsas de plástico. Ya el sábado 21 se reportaron nuevos hechos violentos en Morelia. Primero, el caso de Manuel Alejandro, de 22 años de edad, quien iba con su novia a bordo de un Chevy por calles de la colonia Margarita Maza de Juárez, cuando 4 hombres armados los interceptaron, bajaron de una camioneta y le dispararon. Pero también se reportó que en la colonia Unión, en la salida a Charo, mientras comían en una fonda, dos jóvenes fueron blanco de un ataque. Por ninguno de estos hechos hay detenidos, o al menos no se ha informado de ello. El caso de Villas del Pedregal es llamativo porque es un fraccionamiento donde vivimos mucha gente buena, personas de bien y de trabajo que llegamos ahí en busca de hacer vida y formar un hogar. Lo malo es que tenemos vecinos tiradores, ladrones, “mañosos” y demás joyitas. Lamentablemente los vallisoletanos de rancio abolengo que más allá del Libramiento se sienten en un potrero nos tienen muy estigmatizados a todos, mientras las autoridades nos tienen en el olvido. Con decirle que hay un cuartel de la Guardia Nacional y esa presencia de la corporación federal a los únicos que es de utilidad y beneficio es a los vendedores de jugos, tamales y café que se ponen enfrente. Bueno, al menos generan un chisguete de derrama económica. Pero bueno, la violencia no es privativa de Villas del Pedregal, pues hablamos de 9 muertos en 7 días en los 4 puntos cardinales del municipio, y mientras tanto, el alcalde celebra. Morelia brilla, pero los delincuentes le tumban la chapita de oro a punta de balazos. Es cuánto.