Jorge A. Amaral “El rock es una piscina, el jazz es un océano”.Carlos Santana. Hace casi dos décadas, llegaron a mis manos algunos discos DVD. Se trataba de la serie “Cowboy Bebop”, un anime japonés infravalorado en su momento, al grado de que casi pasó inadvertido, aunque con el paso de los años fue revalorado y hoy se le considera una serie de culto. Algo que me enganchó de inmediato fue la música, compuesta por la experimentada Yoko Kanno e interpretada por la banda The Seatbelts. El soundtrack de la serie y de la película va del jazz bebop al blues, pasando por el blues, el pop y el heavy metal. Es tan prolífica la música de “Cowboy Bebop” que se concentra en 9 discos. Para una serie de 26 capítulos es mucho. https://youtu.be/hXNWa9E9vN8 Ese fenómeno es similar al de otra serie japonesa, “Lupin The Third”, ese ladrón experto que recorre el mundo robando los objetos más raros y valiosos mientras la policía ya no sabe qué hacer para echarle el guante. En esta serie el jazz también tiene un lugar privilegiado, en este caso compuesto por el veterano Yuji Ohno, quien alrededor de Lupin ha construido todo un universo musical que a lo largo de 14 discos nos lleva del jazz al bossa nova, la samba y hasta la música navideña a lado de su banda, Lupintic. Esto me llevó a explorar el jazz japonés, que, como todos los géneros musicales, es un producto de su entorno socio cultural, pero que contiene elementos que lo hacen fácilmente reconocible. Y es que el jazz en Japón, hoy de gran importancia en el país asiático y sumamente valorado en el resto del mundo, tiene una historia curiosa que permite entender sus motivos y por qué es una música que no puedo describir sin que la palabra “elegante” venga a mi mente. Debido a la colonización y el afán de apropiación cultural de los estadounidenses, Filipinas fue la puerta de entrada para el jazz en Asia, y muchos japoneses viajaban a ese país, otros tantos a Estados Unidos, empapándose sonoramente y llevando de regreso la música aprendida más allá de sus costas. Pero también, bandas de jazz tanto de Estados Unidos como de Filipinas solían hacer escala en Japón como parte de la tripulación de cruceros de lujo, y el encuentro con jóvenes músicos japoneses fue inevitable. Gracias a todos esos factores, en la década de los años 20 comenzaron a surgir los primeros jazzistas japoneses, quienes siempre buscaron no quedarse con un jazz estadounidense tocado por nipones, sino hacer un jazz propio, con su sonido y su propia sensibilidad. Siendo Tokio la capital del país, era de esperarse que ahí se concentrara la escena musical, incluido el naciente jazz. Así fue hasta 1923, en que un terremoto devastó la ciudad, por lo que las manifestaciones culturales se descentralizaron, convirtiéndose la ciudad Kobe, en la provincia de Osaka, en el centro cultural y musical de la época, y la provincia, en una de las zonas preferidas para el entretenimiento, donde abundaban los salones donde se tocaba un jazz para bailar, lo que dio a los músicos un nicho más profesional. Pero siendo aún una sociedad muy conservadora, hacia 1927, funcionarios de Osaka vieron una especie de aculturación causada por el jazz, así que prohibieron que se tocara, al considerar esa música como una invasión. Pero sucedió algo parecido al fenómeno que ocurrió en México con el rock en las décadas de los 70 y los 80: se disfrazó de otra cosa generando algo propio y autóctono: el rock rupestre. De esta forma, lo que hicieron los jazzistas japoneses fue interpretar música tradicional con un toque de jazz, de esta forma sonaban folclóricos, pero a su manera, con su identidad. Al final esa búsqueda es lo que da forma a los géneros, es lo que revoluciona y evoluciona la música, y el común denominador siempre son las brechas generacionales que dan pie a la censura y la prohibición. Ya en la década de los 30, con jazzistas más consolidados, como Ryoichi Hattori, quienes buscaban además expresar sus inconformidades, el jazz sufrió un acotamiento comercial por parte del gobierno, así que el género quedó recluido a los cafés de Osaka, donde los músicos tocaban en ambientes más íntimos. Así, mientras en los salones de baile había orquestas tocando piezas de las big bands pero sólo con fines lucrativos, en los cafés estaban los músicos y el público más ávidos de la experimentación. A partir de ahí se puede hablar de un jazz meramente japonés, espíritu que a la fecha se percibe. Luego vino una pequeña pausa. Con la Segunda Guerra Mundial, al estar enfrentados Japón y Estados Unidos y con el radicalismo político del gobierno, el jazz fue catalogado como la música del enemigo, así que no había forma de tocarlo libremente, a riesgo de ser considerado traidor al imperio. Recordemos que el primer ministro Hideki Tojo implementó políticas dictatoriales con mano de hierro durante la Segunda Guerra, hasta que por fin el conflicto terminó y en 1945 Tojo fue detenido, enjuiciado y, en 1948, enviado directo al infierno. Así, mientras el país se reconstruía, el jazz resurgió con muchísima más fuerza. De esta forma, con nombres que se consolidaban cada vez más, como Terumasa Hino o Toshiko Akiyoshi (extraordinaria pianista, déjeme le digo), entre los 60 y los 70, con el desarrollo económico también se fortaleció el entretenimiento, y con ello el jazz, poniendo a los músicos nipones en el mapa mundial debido a sus experimentos y fusiones que hoy en día son sumamente apreciados e influyentes, como el city pop, un género que refleja el auge económico de Japón en la década de los 80 y cómo la burbuja tronó. En esa época surgieron músicos como Kazumi Watanabe o Yasuaki Shimizu. Además, mientras el jazz de Occidente se inundaba de funk y back beat, con un sonido más eléctrico gracias a la llegada de los sintetizadores, el soul, el rock progresivo y el R&B siguieron inspirando al jazz japonés, haciéndolo un concepto mucho más abstracto y con una emotividad distinta de la del jazz de otras partes del mundo. Y es que a final de cuentas, siendo el jazz una música de desplazados, a quienes su herencia ancestral les fue negada mediante el despojo, la esclavitud y la segregación, se entiende que sea un género que florece en cualquier parte del mundo, que en cualquier suelo encuentra fertilidad para echar raíces y adaptarse a los distintos entornos, adquiriendo con ello identidades distintas. Es por eso que el jazz latino es muy distinto del japonés, y éste, del europeo o del estadounidense o del africano. Cada uno, aunque viene de la base madre, tiene distinta identidad. Eso es lo que lo hace tan rico. Si usted quiere empaparse un poco de lo que le acabo de escribir, vaya a cualquiera de estos dos vínculos, o a los dos, y ahí encontrará dos buenas selecciones de jazz japonés puestas en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=kNRIFhkYONc https://youtu.be/Zz6oob45faU En tierra de ciegos El espectáculo de la mañanera del jueves se puso bueno cuando la periodista Reyna Haydee Ramírez reclamó el favoritismo para acceder a la conferencias del presidente López Obrador. La reportera independiente le dijo al presidente lo que todos vemos y sabemos: le gustan los periodistas a modo, los que no lo critican, los que le croman el ego, los que están a favor del régimen, de su régimen, porque a los medios y periodistas críticos los estigmatiza, insulta y dirige hacia ellos linchamientos mediáticos, no importa si son detractores sólo de él, como Carlos Loret o Carlos Alazraki, o si sólo están en su papel de medios y comunicadores críticos con el gobierno en turno, como Proceso, Anabel Hernández o Carmen Aristegui. La reportera del jueves no fue a preguntar, fue a reclamar, y es válido, dado que entrar a la mañanera es sumamente complicado, y AMLO la ignoró, la dejó hablar sólo porque supo que se vería mal si le apagaban el audio. La cosa es que la oposición, sobre todo los miles de soldados de la resistencia que combaten en la trinchera de las redes sociales, erigieron como comandanta a la periodista, y los chumeles a nada estuvieron de hacerla presidenciable. No es culpa de ella, tampoco de los usuarios de las redes. La culpa es de los partidos de oposición, que no están ofreciendo nada a su público. Los detractores de AMLO están en la orfandad política, ni Va por México ni ningún partido le están dando un líder. Mire usted, si ha leído esta columna en otras ocasiones, seguramente sabe que su servidor no es lopezobradorista ni milita en partido alguno, pero a la hora de las elecciones hay que decantarse por alguna opción, dado que escribir el nombre de alguien en la boleta es desperdiciar una costosa papelería electoral. Pero siendo francos, ¿hay opciones? ¿Votaría usted por Alejandro Moreno, el vulgar líder nacional priista?, ¿apoyaría a un misógino, homofóbico y clasista como Gabriel Quadri?, ¿emitiría un sufragio en favor de una legisladora de muchos gritos y nulas propuestas como Lilly Téllez?, ¿sería cómplice de que un personaje como Silvano Aureoles llegue a una posición de tanto poder como es la Presidencia de México, a sabiendas del estado que dejó? En verdad le digo, en la oposición no hay hacia dónde voltear de manera seria, y por eso, cualquiera que aproveche sus cinco minutos al micrófono para decir obviedades es idealizado, se vuelve un paladín de la democracia y un mártir de la censura del régimen. Siendo bien honestos, para ir a recibir las mismas respuestas socarronas de siempre sin importar qué tan buena sea la pregunta, para ir a ser ninguneado, para terminar recibiendo el odio de los admiradores del presidente, ¿vale la pena ir a la mañanera?, ¿vale la pena ser la comandanta de los soldados de la derecha que a diario se juegan la vida en internet? Usted y yo sabemos la respuesta. Es cuánto.