Jorge A. Amaral Estimado lector, usted no está para saberlo ni yo para andarlo divulgando, pero acabo de cumplir 44 años. Mientras manejaba de regreso del restaurante a donde fui con mi familia para celebrar de la manera que mejor me sale: comiendo, pensaba en esa frase que se usa para describir cuando una jovencita cumple 15 años: la edad de las ilusiones. Mientras la lluvia dejaba caer toda su furia sobre la carretera, pensaba que en realidad la década de los 40 es la verdadera edad de las ilusiones: la ilusión de cenar una orden de tacos sin tener que pasar la madrugada sentado porque no se consigue dormir por el reflujo y la inflamación en el estómago, la ilusión de que la vida alcance para hacer crecer a los hijos y que el día de mañana sean mejores que uno y se conviertan en felices adultos de bien, autosuficientes y responsables; la ilusión de que ese examen de próstata salga bien, la ilusión de que los triglicéridos, colesterol, ácido úrico y glucosa se mantengan en su lugar, la ilusión de que nuestros padres nos duren muchísimos años más, la ilusión de que el retiro no se convierta en una vida de pobreza. Aunque en la actualidad la crisis fisiológica en el varón se posterga a los 50 años dada la concientización sobre el cuidado personal, la psicológica hace acto de presencia en torno a los 40, la llamada crisis de las cuatro décadas, en la que se evalúa lo vivido y lo que aún queda por vivir. Además de los inevitables cambios corporales, es común sentir incomodidad o hasta molestia por cosas de lo más simples y aprende uno a ver todo con otra óptica. Pero, además, entre los 40 y los 50 años se adquiere una mayor conciencia de la muerte, ya que los padres entran en la senectud y en algunos casos empiezan a fallecer, los hijos ya están creciendo y dejan de ser los niños pequeños sobre los que se podía ejercer más control para protegerlos. A esta edad los hijos adolescentes empiezan a tener los desplantes propios de la edad, a creer que uno no sabe nada porque no es de esta época, y en contraste, uno empieza a llevarse mejor con los padres. Usted me entiende, es el ciclo natural. Y se pone más interesante, porque a partir de los 45 años, también los hombres presentamos cambios hormonales, como el llamado síndrome de déficit de testosterona, conocido como andropausia, que significa una disminución gradual en los niveles de tan preciada hormona. Esa baja en la testosterona puede llevar a una disminución del tono muscular y de la fuerza, a la fatiga, al insomnio, a un mayor riesgo de osteoporosis y al aumento de la grasa corporal. También se vienen los cambios en el estado de ánimo y problemas de índole sexual, lo que sin duda aumenta el riesgo de padecer depresión, pues recordemos que en nuestra sociedad patriarcal y falocéntrica la virilidad reviste un valor que puede convertirse en una presión para cualquier hombre. Pero el curso natural de las cosas no se detiene, al menos no del todo, y con el aumento de tamaño de la próstata viene la compresión progresiva de la uretra, dificultando la micción. Por eso hay que ir al médico y hacerse análisis. En lo social, los que hoy rondamos los 44 o 45 años somos la llamada Generación X, previa aunque concatenada a los millenials. Somos la generación que vio nacer el internet y los vertiginosos avances tecnológicos de los últimos 30 años y nos fuimos adaptando paulatinamente a ellos, por lo que somos los “migrantes digitales” que nacimos en un mundo análogo. Hace tiempo me sorprendió que un joven reportero renunciara a un medio donde gozaba de todas las prestaciones y un salario decente porque simple y sencillamente necesitaba mayor tiempo libre para ejercer su oficio de poeta. Luego entendí que ese asombro de mi parte se debía una cuestión de edad. Los miembros de la generación X y los primeros millenials crecimos en una era de cambios muy significativos, como la revolución tecnológica y el ascenso del consumismo. En lo laboral, podemos ser pragmáticos e independientes, pero valoramos la estabilidad laboral y la seguridad financiera. A diferencia de las generaciones anteriores, los miembros de esta generación solemos tener una actitud más escéptica hacia las instituciones, prefiriendo el equilibrio entre la vida laboral y la personal. Debido a que crecimos en una época de cambios, los miembros de la generación X valoramos la autonomía, pero también la estabilidad, por lo que no tenemos empacho en mantener un empleo por mucho tiempo, buscando estabilidad financiera y seguridad para nuestras familias sin que ello implique renunciar a la independencia. Pero todo esto es mera descripción, porque las personas de más de 40 nos enfrentamos también al llamado “edadismo”, que la Organización Mundial de la Salud define como “los estereotipos, prejuicios y discriminación con respecto a los demás o a nosotros mismos por razón de la edad”. La Ley Federal del Trabajo prohíbe que las empresas discriminen a las personas por su edad, pero en los hechos aún existe la instrucción de privilegiar a ciertos grupos etarios a la hora de contratar. Aunque en el papel una oferta de empleo no contenga un rango de edad, salvo excepciones, las empresas siguen la regla de no contratar personas mayores a 35 años para puestos operativos y 45 años para cargos directivos. Esto hace que, en México, cumplir años sea la diferencia entre conseguir el puesto o quedarse en el “nosotros te llamamos”. Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), el mercado laboral castiga la edad. Entre más grande es la persona, menos posibilidades tiene de conseguir un empleo formal. Entre los 25 y 44 años, el 51.1 por ciento de las personas ocupadas tiene un trabajo formal; entre los 45 y los 65 años esta proporción disminuye a 45.5 por ciento. Después de los 65 años, cae a 24.8 por ciento. Las mujeres son las más afectadas con esta barrera. Otro dato, ahora de la Asociación Mexicana por la no Discriminación Laboral por la Edad o Género: hasta el 90 por ciento de las vacantes en el país excluyen a las personas mayores de 35 años. El perfil preferido por las empresas son gente con un promedio de 28 años, con licenciatura y experiencia de entre dos y cinco años. Como le decía, aunque el artículo 2 de Ley Federal del Trabajo incluye desde 2012 la prohibición para los patrones de discriminar por motivo edad, y la Suprema Corte de Justicia de la Nación determinó en 2015 que es inconstitucional establecer un rango de edad para ocupar un puesto de trabajo, en los hechos esta práctica sigue muy presente. Por ejemplo, usted vea ofertas de trabajo en empresas y se dará cuenta de que, cuando se abren vacantes, buscan candidatos de máximo 35 años de edad para puestos operativos y mandos medios, y de 45 años de edad para puestos gerenciales y directivos. Parte del problema se vincula con los estigmas, malas prácticas y áreas de Recursos Humanos que no han conseguido educar a los empresarios de que el talento no tiene edad, e incluso de establecer que estas barreras limitan aún más a los negocios en la contratación de los mejores perfiles. Según la Organización Mundial de la Salud, a partir de los cuatro años los niños empiezan a ser conscientes de los estereotipos de edad en su cultura. Desde ese momento, se interiorizan y utilizan para encauzar sentimientos y comportamientos hacia las personas de distintas edades. Para evitar esta discriminación, desde 2019, el Servicio Nacional de Empleo (SNE) cerró la llave a ofertas de trabajo que tuvieran rangos de edad, entre otros factores que podían ser discriminatorios. “No podemos promover vacantes discriminatorias. Sólo las vacantes que cumplen con las políticas de servicio establecidas, serán promovidas entre los buscadores de trabajo que solicitan los servicios del SNE”, destacó en su momento la dependencia en los lineamientos de su estrategia “Abriendo espacios”. Pero a pesar de estos esfuerzos, queda mucho por hacer. La eliminación del edadismo en el reclutamiento de personal tiene distintas claves, pero lo primero es enfocarse en las contrataciones por competencias y mostrarles a los jefes, con datos a la mano, las desventajas para el propio negocio de limitar la búsqueda de talento a un rango de edad. En fin. Aunque tener más de 40 es divertido porque no se siente uno viejo y ya le hablan de “usted”, sí es un reto en todos los rubros. En lo personal, tengo una hija adolescente y una bebé de un año. Por fortuna mi esposa es más joven que yo, y eso, al dotarme de plenitud en distintos aspectos, me resulta sumamente valioso para, aunque panzón, ojeroso y a veces gruñón, ser el papá jovial que Fer y Sofi necesitan, pero también el esposo que Alejandra se merece. Es cuánto.