Jorge A. Amaral Estimado lector: hoy son las elecciones. Seguramente usted ya decidió por quién votará, a lo mejor para cuando lea esto ya tiene entintado el pulgar; o quizá ha decidido mandar al demonio las elecciones y no pensar en ello. Todo eso está bien, si vota o no vota, por quién lo haga, todo está bien en tanto que usted está en su derecho de hacerlo o no hacerlo y a su servidor le da lo mismo. Por eso hoy no hablaré de política, no vaya a ser que externe mis opiniones y la balanza se incline en función de ello y entonces los derrotados me acusen de manipular a la gente, de ser partícipe de un delito electoral y yo ni en cuenta mientras Carlillos y Alfonsín hacen chilito en el molcajete del berrinche. Si Torres Piña puede decir que hubo 10 mil personas en un evento donde si acaso habría mil, yo también puedo alucinar barato y afirmar que tengo miles de lectores que me hacen líder de opinión. El otro día estaba leyendo una nota, no recuerdo si en El Heraldo o en Excélsior, la cual versaba sobre el nuevo lanzamiento de Los Tigres del Norte. La nota decía, entre otras cosas, que no por nada el grupo se ha mantenido como “el máximo exponente del regional mexicano”. Ahí se encendieron las alarmas y le explico por qué. Hace todavía 20 año estaba muy bien definido cada género y subgénero de la música mexicana con sus intérpretes, estilos y éxitos, pero de un tiempo para acá llegó de Estados Unidos la tendencia a englobar todo bajo un mismo concepto: no importa si es un conjunto norteño, un cantante con mariachi o si aquella agrupación compuesta por instrumentos de viento es de Sinaloa, para la industria, todos ellos hacen “regional mexicano”. Esa categoría, tan en boga para englobar todo lo que se hace en México o por mexicanos y no es pop, rock o “género urbano” (a esos también les tengo un pollito), no hace sino homogeneizar, porque no hay una música mexicana, en realidad existen muchas, decenas de músicas mexicanas desde Yucatán hasta Tijuana, desde Tampico hasta Oaxaca, desde la Costa michoacana hasta Coatzacoalcos. Hay aquellos géneros que han alcanzado fama e impacto comerciales, hay otros que se mantienen más como parte del folclor de la región (lo que la hace auténtica música regional) donde nace y se practica, y sus sonidos son tan distintos como géneros hay. En ese sentido, la entrada sobre el tema en Wikipedia es muy práctica: “Música regional mexicana o regional mexicano se refiere colectivamente a los subgéneros regionales de la música campirana de México (…) Los artistas del género regional mexicano se distinguen por el uso de ropa vaquera. En México, la plataforma Spotify tiene en el género regional mexicano al 20% del total de reproducciones. En la actualidad, la música regional mexicana cuenta con numerosos subgéneros; cada uno representativo de cierta región y la popularidad de cada uno varía por territorio en México y los Estados Unidos”. Es práctica porque refleja con claridad lo que le digo: medir todo en con el mismo rasero y ponerlo en el mismo recipiente. Me recuerda a la década de los 90, cuando las estaciones de radio y canales de televisión ponían en la categoría de “alternativo” todo aquello que no era estrictamente rap, puramente rock o pop convencional. Si fusionaba géneros, estilos y sonidos, ya era “alternativo”. En México, por aquel entonces, también se dio algo parecido porque cuando salieron al mercado grupos de música country como Caballo Dorado, Wild West, Montana Country y otros grupos del norte del país, las emisoras de radio y canales de televisión dijeron “usan botas y sombrero, son vaqueros, van a la música grupera”. Pero ese fue un caso especial porque antes de esos grupos no había habido música country en México, salvo algunos pequeños destellos, como Alberto Vázquez y su edulcorada interpretación de “Sixteen tons”, original de Tennessee Ernie Ford, o los primeros discos de Joan Sebastian, cuando quería ser baladista pop. Y es que no se puede englobar todo en regional mexicano, en una sola categoría, porque las músicas de México tienen cada una su identidad, un sonido muy bien definido, sus propios intérpretes, incluso su mercado. ¿Cómo podemos hablar de regional mexicano cuando Los Broncos de Reynosa suenan tan distinto de la Banda Los Coyonquis, que a su vez son tan distintos de Acapulco Tropical, cuyas cumbias son tan diferentes de las que hizo Rigo Tovar, que nada que ver con La Sonora Dinamita, considerando que no es lo mismo “La banda del carro rojo” con Los Tigres del Norte que “Amor tumbado” con Natanael Cano? Y es que, mire usted, si toda la música mexicana fuera norteña, ranchera, de banda, grupera y cumbias, vale, pero desde que Elvira Ríos se convirtió en la primera cantante mexicana que tuvo la categoría internacional con sus boleros, la música mexicana se ha diversificado demasiado. Así, sin hablar de géneros considerados “folclóricos” (lo escribo con pinzas y comillas), tenemos la banda oaxaqueña y la sinaloense, el tamborazo zacatecano, el tamborilero tabasqueño y la tecnobanda. Lo mismo que hay conjunto calentano que de arpa grande, el country en español, el duranguense, la balada grupera, el huichol, la jarana yucateca, el mariachi en su forma pura y en su variante pop, la marimba chiapaneca, la música norteña, que no es lo mismo si lleva saxofón o una tuba, y suena muy distinto en Monterrey que en Sinaloa, y no es lo mismo tocando una redova que en el estilo tumbado o urbano. Pero también tenemos distintos sierreños: con acordeón, con tuba, guerrerense, sinaloense, tumbado o urbano. Además de que podemos bailar sones huastecos, jarochos y abajeños, como podemos levantar polvo bailando un huapango huasteco como se puede con un huapango norteño, que se oyen muy distinto del huapango con mariachi. Tampoco es lo mismo la música que se hace en Tierra Caliente de Guerrero o de Michoacán que la que se hace en Texas y se llama Tex-mex. Además, entre corridos, hay que saber distinguir entre un corrido tradicional, un narcocorrido, un corrido alterado, un corrido tumbado, un bélico, un corrido progresivo, un verde o un corrido moderno. Todo es distinto, todo existe, todo coexiste en el universo de la música mexicana. Entonces, teniendo todo ese mosaico, teniendo cosas tan dispares entre sí, ¿ve usted por qué me resulta chocante encasillar todo en el llamado regional mexicano? Incluso, yéndonos al juicio del público, pregúntele a su tío, papá o hermano admirador de Los Tigres del Norte y Vicente Fernández si está de acuerdo con meterlos en la misma bolsa que a Peso Pluma, Natanael Cano o Fuerza Regida. Las reacciones serán airadas, de indignación, pero demostrarán lo que le digo. Ahora vaya y pregúntele a su hijo o sobrino si a él le da lo mismo Junior H y Xavy que Chayito Valdez y Los Muecas. Hasta por cuestiones de brecha generacional es inapropiado ese encasillamiento. Claro que para el mercado es más práctico, porque los comerciantes de la música quieren tener bien identificado su target y venderles sus productos musicales. Si usted es ejecutivo de Spotify sabe que le conviene más encasillar todo en un género y así se evita poner a sus empleados a trabajar más en la programación de la plataforma para delimitar las etiquetas. Se optimizan recursos técnicos, humanos y, por ende, económicos, al cabo a todos les gusta el “chuntata”, así que hay que ponerles todo junto. Pero no importa lo que hagan las plataformas de streaming, los medios o los empresarios de la industria, a los escuchas y a los artistas les toca mantener esas diferencias, que son las que enriquecen a los géneros musicales. Por otro lado, hay géneros y estilos de la música mexicana que lograron salir del circuito local, del territorio nacional y la franja fronteriza con Estados Unidos y ahora se escuchan en todo el mundo, con artistas que han abierto camino en otros países. Está ahí Peso Pluma, de los más escuchados en Spotify, o Carin León, que ha diversificado su estilo y lo ha fusionado con géneros como el R&B y la balada pop, o Marco Antonio Solís, de los más populares en América Latina junto a Los Tigres del Norte, que han conquistado escenarios en este y continente y en Europa. Entonces, siendo parte de un fenómeno globalizador, valdría preguntarse qué tan regional es la música popular mexicana o hasta qué punto ya forma parte de la cultura pop en sentido estricto, con sus modas, su alcance y sus formas. En fin, admito que, aunque he escuchado cualquier cantidad de cosas, no todo me gusta, pero el tema me atrajo porque, aunque prefiramos otras músicas, no podemos sustraernos del entorno ni debemos hacerlo porque perderemos contacto con la realidad en la que estamos. Mientras escribo esto escucho “Versus”, uno de mis discos favoritos: heterogéneo, producción impecable, ejecución perfecta, letras muy bien hechas ricas en imágenes poéticas, con un sonido más limpio y refinado. Vaya, de lo mejor de Illya Kuryaki And The Valderramas. Salud y es cuánto.