Jorge A. Amaral Recién se daba a conocer que el Lago de Texcoco era declarado zona protegida por un decreto del gobierno federal, las voces de la oposición saltaron al ring mediático, como Gabriel Quadri, ese irritante personaje de la ultraderecha, quien salió a llamar “charco maloliente” esa zona de humedal. Pero quien sí llamó la atención fue la senadora Lilly Téllez, que en sus redes sociales escribió: “En el próximo sexenio se revertirá ese decreto. El NAIM será realidad en cuanto saquemos a estos léperos del poder. El primer vuelo será a Canadá, como símbolo de la aspiración de los ciudadanos por un país seguro, con Estado de derecho, educación, salud, prosperidad y libertad”. Lo escrito por la senadora no es raro ni inaudito, ni siquiera sorprende. La derecha en México, la privilegiada, la que sí tiene razón para ser derecha, se conforma en su mayoría por personas con alto poder adquisitivo, muchas de las veces con apellidos de peso entre la clase empresarial y política de sus estados, y además comparten rasgos físicos que los ubican en el selecto grupo de la gente blanca y rica. No es su culpa, pertenecen a una tradición novohispana que sobrevive hasta nuestros días. Esa publicación de la morenista de ocasión y panista de corazón resalta dos cosas: ve como léperos a los políticos y funcionarios morenistas y proyecta sus propias aspiraciones, filias y fetiches hacia el norte del continente: Canadá. Si digo que la ultraderecha en México tiene una larga tradición novohispana, la senadora del PAN lo demuestra al utilizar la palabra “léperos”. Estas personas, en la época colonial, eran el estrato más bajo de la sociedad, no se les consideraba netamente indígenas, más bien eran vistos como una conjunción de lo peor de los españoles y lo peor de los mexicas. Por otro lado, en su libro “Notes of the Mexican War, 1846-47-48”, el soldado norteamericano J. Jacob Oswandel describe así a este sector poblacional: “Jueves, abril 20, 1848… Nadie puede dar razón de la ocupación del pobre lépero. Sólo Dios sabe cómo vive o de qué vive. Él siempre tiene tan poca necesidad de vestimenta como la que tenían Adán y Eva en el Jardín del Edén. Su piel bebe todo el sol por cada poro, y si un edicto requiriese a los léperos usar pantalones, se extinguiría su raza. Un lépero en un completo par de pantalones bombachos dejaría de ser un lépero, porque una cosa desplaza a la otra. El lépero es enfáticamente un hijo de la naturaleza, el sol reluciente, la sonora brisa, el rostro sonriente de la naturaleza son su prerrogativa y su propiedad. Otros hombres tienen caballos, haciendas y tierras. El lépero tiene al mundo. No tiene amo, ni leyes. Come cuando tiene hambre, bebe cuando está sediento y duerme donde y cuando le llega el sueño. Otros hombres descansan de sus trabajos. El lépero trabaja cuando se cansa de descansar. Su trabajo, como quiera, nunca dura más de una hora, con frecuencia sólo unos 10 o 15 minutos, lo justo para proveer los pequeños y escasos requerimientos del día. Carga un bulto como equipaje, y en él lleva todo lo que le cae en la mano, incluso billeteras robadas, y extiende la mano por caridad. La principal ocupación visible del lépero es su propia diversión. Y en la Ciudad de México, en tiempos de paz nunca falta la diversión barata. Hay revistas militares, procesiones religiosas y música, que le encanta oír al lépero; bailes, corridas de toros, carreras de caballos e iglesias, a las que el lépero es muy afecto y un asiduo visitante, porque al lépero le encanta oír un buen sermón. El lépero no tiene opiniones políticas; puedes decir cuanto te plazca en su presencia sobre su país y sus leyes. No le importa si insultas al general Santa Anna, al general Bustamante, Herrera o a Paredes. Mientras no digas nada ofensivo contra la Virgen de Guadalupe estás a salvo; pero en el momento en que tocas ese tema, va en busca de su cuchillo. Durante las horas del día es tan inofensivo como cualquier criatura viviente que camina bajo el sol de Dios. No atacará a nadie a la luz del día y hasta le teme a los borrachos, especialmente a los soldados borrachos, pero de noche el lépero no teme a nadie y particularmente a los soldados borrachos; éstos son a los primeros que atacará, clavando su daga en la espalda del hombre se lanzará hacia su bolsillo, y si no encuentra gran cosa en él, lo deja tirado y herido, pero si encuentra algo de valor, o una gran cantidad de dinero encima, lo mata y lo pone fuera del camino”. Así, Lilly Téllez y compañía van en sus carruajes y de vez en cuando se asoman sólo para ver a los léperos de Morena haciendo política, protegiendo una zona de humedal (aunque en el sureste destruyan zonas de selva para meter el tren). El otro tema que resalta la publicación de Su Eminencia Excelentísima Doña María Lilly del Carmen Téllez García es que, cuando la leperada salga de palacio, mandará al basurero de la historia al oprobioso Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles y retomará el magnánimo proyecto de aeropuerto trazado durante el sexenio de Enrique Peña Nieto en el Lago de Texcoco, pero no sólo eso, sino que “el primer vuelo será a Canadá, como símbolo de la aspiración de los ciudadanos por un país seguro, con Estado de derecho, educación, salud, prosperidad y libertad”. Y es que el AIFA sacó de las catacumbas de los palacios todo el clasismo que México es capaz de albergar en sus ciudadanos de tez clara y alto poder adquisitivo. Las críticas no se centraron en su funcionalidad, en si aligerará la carga del aeropuerto de la Ciudad de México. No, las críticas fueron en el sentido de que está feo, no es elegante, no tiene zona VIP, el techo es de lámina y, válgame el Señor, en la inauguración andaba una señora vendiendo tlayudas a la concurrencia. Así nunca podremos ser un país de primer mundo, así no podemos ser como los europeos, estadounidenses o canadienses, que sí tienen cosas bonitas, elegantes, caras y a la altura de la sociedad que desde ahí sale de viaje en ostentosas vacaciones o en importantísimos viajes de negocios que permiten mantener la plusvalía del apellido. La senadora Téllez considera que para los mexicanos, Canadá es un modelo aspiracional. Pero para los mexicanos como ella, que conocen el primer mundo y saben lo bonito que es todo por allá. Me recordó a la señora que fue de vacaciones a Estados Unidos y al regresar ya no quería saber nada de México, porque “allá, el queso dura muchos días en el refrigerador y no se echa a perder; allá, el café, uff, qué café venden allá, el de aquí no se compara”, y que, ante las indisciplinas de sus retoños, la amenaza era seria: “Me obedeces o te meto a una escuela de gobierno”. Pero bueno, esa es sólo una anécdota, cosas que uno escucha por ahí mientras ve la vida pasar. El arribo de Morena al poder y sus políticas de gobierno destaparon algo que ya estaba desde siempre pero que quizá no notábamos: el clasismo. Al no ser López Obrador un político a la usanza mexicana: con un papá expresidente o exgobernador, con una larga tradición empresarial en la familia, con un amplio currículum político desde su tatarabuelo, miembro de una estirpe de hombres poderosos. No, López Obrador no es ese tipo de político, aunque algunos de sus allegados sí encajan en el molde tradicional. El no ser empresario como Vicente Fox, miembro de una familia rica y conservadora como Felipe Calderón o heredero de un grupo de poder y proyección aspiracional del rico joven, como Enrique Peña Nieto, hace que AMLO tenga la antipatía de quienes sí están en esos círculos, de quienes tienen pedigrí. Aunado ello a los hierros en algunas de sus políticas, hace que los líderes de la derecha que tanto lo odian alienten el resentimiento de las mentes vulnerables y manipulables que ya lo ven como el moderno Stalin. Volviendo al tema del aeropuerto, que costó 3 mil 717 millones de dólares, sería bueno valorar si tiene México el dinero para pagar una terminal aérea como el Aeropuerto Internacional Daxing, por el que el gobierno chino paga 11.2 mil millones de dólares, o la ampliación del Aeropuerto Internacional de Dubái-Al Maktoum, que está costando 35 mil 700 millones de dólares. México es un país con severas desigualdades y carencias, un país donde la justicia social está muy, pero muy lejos. En México, una persona puede morir a causa de la diabetes por falta de recusos para atenderse, un recluso puede pasar años en la cárcel por no poder pagar un abogado eficiente. En México, miles de ancianos viven en total indefensión sin dinero, sin trabajo, sin servicio médico. En este país, el crimen organizado puede arrebatarle lo poco que tiene y el gobierno no le ayudará a recuperarlo. En este país hay tantas y tan grandes carencias, que gastar decenas de miles de millones de dólares en un aeropuerto para darle gusto a la realeza hubiera sido una reverenda estupidez. Pero la aristocracia mexicana, que nunca se asoma desde su carruaje y simplemente no le importa cómo vivimos las castas inferiores, quiere un aeropuerto a la altura de sus aspiraciones y proyecciones. Pero este no es un país rico, y si los panistas y demás personas de la derecha quieren vivir en un entorno de primer mundo, lamento decirles que nacieron en el país equivocado, que la cigüeña que los traía de París posiblemente tomó mal la desviación y terminó en tierras mexicas. No, no vivimos en Austria ni en Canadá, ni siquiera en Estados Unidos, vivimos en una tierra donde los léperos de piel morena somos la (para ustedes) ominosa mayoría. Es cuánto.