Jorge A. Amaral Ya empezaron las guerritas de lodo, las descalificaciones, los acarreos y todo eso que hace insufrible un proceso electoral. El otro día alguien me decía que Claudia Sheinbaum no la iba a tener tan fácil por la cantidad de cosas que han salido sobre López Obrador y sus allegados. A eso súmele los ataques a la prensa, que ya rayan en lo autoritario. Se publicó un libro para exponer la supuesta ambición económica del presidente y su círculo cercano. Se hizo todo lo posible, hasta una maqueta, para demostrar que la famosa casa gris era producto de la corrupción. Se han tomado fotos del hijo menor de AMLO fumando, con sobrepeso, con sus amigos en algún bar o asistiendo a algún evento. Se critica que el otro vástago del presidente viaje en primera clase y coma en buenos restaurantes, como diciendo que es producto de la corrupción. Se han difundido videos de allegados a López Obrador recibiendo dinero para campañas pasadas, se han publicado reportajes sobre las dádivas de grupos delictivos hacia el movimiento del hoy presidente, como financiar gastos de la campaña de 2006, y más recientemente, un reportaje sobre los presuntos vínculos que gente cercana a AMLO tendría con cárteles. Es más, hasta Latinus sacó su reportaje con un sujeto embozado diciendo que su grupo delictivo financió a López Obrador. Todos los días, desde distintos frentes, se trae en jabón al presidente: que si su problema en un ojo, que si se joroba al caminar, que si su barriga, que si su forma de vestir, que si los vestidos de su esposa. Incluso periodistas a los que respeto y conozco, y por los que siento cierto aprecio, han adoptado una postura más de activistas en la marcha del INE que la de comunicadores en el ejercicio de su labor. Bueno, el asunto aquí es que ninguno de esos ataques ha hecho mella aparente en AMLO, que tiene buenos niveles de aceptación (alrededor de 80 por ciento) en casi la mitad de los estados del país, según cifras de una encuesta de Enkoll difundida por el gobierno. Con lo anterior no digo que lo señalado en reportajes e investigaciones periodísticas sea falso, bien puede ser cierto, pero cuando has dicho mentira tras mentira hasta el cansancio, no se notará si ahora sí dices la verdad, porque a López Obrador se le han hecho campañas negras desde 2006. Sí, duró más de dos sexenios en campaña, pero durante esos más de 12 años los ataques no pararon por parte de una oligarquía política que se negaba a que llegara a la Presidencia. Entonces, cuando alguien ha sido así de atacado, lo más fácil es que todo se le resbale con mayor facilidad. Andrés Manuel López Obrador, como todos los presidentes de este país, ha tenido puntos a favor y puntos en contra, aciertos y desaciertos, y ha cometido errores, quedando a deber en distintas áreas, pero la oposición no ha sabido hacer que eso juegue a su favor, como en su momento Vicente Fox supo aprovechar las fallas, excesos y vicios del priismo, y como el mismo AMLO supo capitalizar el hartazgo hacia los regímenes priista y panista para llegar al poder. Fijémonos bien: está el mandatario plácidamente dando sus mañaneras todos los días desde Palacio Nacional, fustigando a un medio por aquí, acusando a un empresario por allá, peleándose con un reportero a manera de gimnasia mental. De ahí, a desayunar, quizá a su oficina o a una reunión, o tal vez a jugar un partidito de béisbol. Al final del día, ya resueltos los pendientes y teniendo lista la agenda de mañana, se sienta a redactar notas para su siguiente libro, a checar los temas de la mañanera. Quizá le dé un beso a su mujer antes de dormir y apague la luz porque mañana hay que madrugar. Con esa seguridad anda el presidente, sabiendo que cuenta con una profunda base social que lo respalda a él y a su partido: los morenistas radicales. Por otro lado, allá enfrente, se organiza una marcha de los otros radicales, los de la oposición, para dejarle en claro que lo odian a él y todo lo que representa. Esos radicales gritan que AMLO es un dictador, pero muchos de ellos aman la memoria de Porfirio Díaz; dicen que aman a México pero odian a los de enfrente, dicen querer un México en paz y armonía pero no se cansan de llamar “nacos”, “ignorantes”, “mascotas”, “corrientes” y demás a los morenistas, incluso, si se difunde un hecho de violencia o en que alguien de baja ralea salga a relucir, el comentario inmediato será “métanlo a Morena para que le den una beca”, “típico de un morenista” y todo eso. Además, se acusa a AMLO de comunista, socialista, ateo, tirano, dictador, déspota y un largo etcétera. Entonces, viendo esos ataques diarios, ¿es de extrañar para el ciudadano promedio que le saquen un reportaje en un medio de Estados Unidos o en el de Carlos Lortet de Mola (otra de las némesis del presidente)? No, cualquiera dice “ahora qué le sacaron”, “ya no hallan qué inventar, por algo será”. Y entonces, cuando vemos que por todos lados se ataca a alguien, viene la interrogante sobre qué intereses afecta que tanta gente quiera tumbarlo, y eso lleva a la simpatía. Como le digo, no sostengo que los señalamientos desde la oposición sean errados sobre las redes de corrupción y financiamiento ilícito en 2006, porque Estados Unidos sólo le dio carpetazo a la investigación arguyendo que era difícil de corroborar, pero en ningún momento dijo que no fuera cierto. Pero es lo que le digo: la oposición no ha sabido jugar sus cartas, sólo han actuado como hienas. En este punto es bien chistoso porque la oposición no ha aprendido nada del pasado: cuando Felipe Calderón estuvo en el poder, se le criticó hasta con la cuchara por su guerra contra el narco, y aun así se mantuvo en el poder hasta el final. Con Enrique Peña Nieto fue peor, de pendejo no lo bajaban y se protestó en su contra una y otra vez, además de que en redes sociales él y su familia eran víctimas constantes de acoso y agresiones, y, sin embargo, como su antecesor, con todo y que estuvo en el cargo tras una cuestionada elección, se mantuvo hasta el último día. Con base en lo anterior, la posición debería saber que las campañas en redes sociales no tumban presidentes, al menos no en México. Deberían saber, después de lo visto con Peña Nieto, que no importa cuánto dinero gasten en bots y en posicionar hashtags, las elecciones se ganan allá afuera, en la calle, no en Facebook ni en ninguna otra red social. Por eso creo que en las elecciones el equipo de Claudia Sheinbaum la tiene fácil, basta que la cuiden de que no haga una tontería, que no se reúna con algún impresentable, que no meta a su equipo de campaña a algún despreciable como Silvano Aureoles, por poner un ejemplo, y listo, puede ganarle a Xóchitl Gálvez sin problema. Y en dado caso de que la candidata de oposición tuviera más votos, no sería por el gran trabajo de su equipo y afines, no estaría ganando ella, estaría perdiendo Sheinbaum, y no porque Gálvez sea mala candidata, sino porque su equipo no capitaliza y los partidos que la apoyan están más atareados en el reparto del pastel que en arropar a su candidata. Esto último tiene lógica si consideramos que una de las prioridades es ganar la mayoría en el Congreso de la Unión para dar marcha atrás a las reformas de López Obrador y que a Claudia Sheinbaum se le quedarán como encomienda. Por eso les urge más repartirse bien las candidaturas y las plurinominales, dejando a un lado a la candidata, porque de poco serviría tener a Xóchitl Gálvez en la Presidencia si ambas cámaras son dominadas por Morena y sus aliados. Por otro lado, la visión en el equipo de Claudia Sheinbaum es distinta: ahí saben que deben tener carro completo: mayoría en ambas cámaras y la Presidencia en la mano, y por eso llevan un paso, digamos, más uniforme. Y es que a la oposición le falla la visión de las cosas: cuando estás acostumbrado a estar arriba, ves a los otros por encima del hombro, con altivez y desprecio. Entonces, esa oligarquía panista y priista, acostumbrados a estar en el poder, hoy siguen viendo con esa altivez y desprecio a los morenistas, a quienes toman como inferiores a ellos racial, económica, académica, cultural y socialmente, pero se les olvida una cosa: quienes hoy tienen el poder son precisamente los morenistas. Por tanto, no saben ser oposición, no saben apelar a los oprimidos, a los de abajo, para ganar sus simpatías, y sólo quedan como los presenta López Obrador: fifís y conservadores molestos porque perdieron el poder y los privilegios, y eso los ha llevado a ser lo que hoy son: la peor oposición de la historia reciente en México y los únicos culpables de la derrota de Xóchilt Gálvez si es que Claudia Sheinbaum gana, los únicos culpables de la debacle si, en el peor de los escenarios, Jorge Álvarez manda a la panista al tercer lugar. Es cuánto.